MAGAS y chairos: De Trump a AMLO

Opinión
/ 13 mayo 2025

Al final del día, muro fronterizo y Tren Maya sirven para muy poco y para lo mismo, son sólo tótems de adoración de una religión que no admite cuestionamientos a sus dogmas

Me congratulo de estar cumpliendo cabalmente el viejo anhelo de ensanchar mis horizontes, de trascender mis fronteras.

Pasa que desde este año ya no sólo peleo en redes sociales contra los defensores del régimen cuatrotero transformador (el chairo de factura nacional). Ahora también discuto con el chairo gringo (el fanático de Trump de la secta MAGA) e incluso con uno que otro libertarado mileíta devoto del “Pelucas” Milei.

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Aunque en su discurso y supuestos principios pueden aparentemente diferir, en el fondo tienen muchísimas más semejanzas que particularidades. No importa si unos se acogen a los principios de izquierda u otros son abiertamente derechones, en esencia persiguen objetivos muy parecidos. Por ejemplo, la reducción del gasto estatal por medio de recortes presupuestales indiscriminados, no pocas veces en detrimento de funciones inherentes a un gobierno, como son la salud o la educación.

Y no es tanto que crean a ultranza en la ley de la libre oferta y la demanda, sino que simplemente quieren ahorrarse algunos cuantos miles de millones del presupuesto para destinarlos a no sé qué... Acusan corrupción en todos los ámbitos, pero en vez de proceder en consecuencia, simplemente incautan el presupuesto para ejercerlo a discreción.

¿En qué podría invertir mejor un gobierno el gasto público si no es en educación, salud o investigación? ¡Ah, claro, en infraestructura y obra civil a capricho, para mayor gloria del mandatario y camarada líder!

No importa si es un tren ecocida que costó el triple de lo presupuestado y que nadie utiliza o si es un absurdo muro fronterizo que a nadie disuade. Dichas obras no están allí para ser funcionales, porque nadie las concibió para ser útiles, sino para ser simbólicas.

Gracias al muro, la secta Make America Great Again puede gritarle a los demócratas progres que Trump puso por fin orden al desmadre migratorio de Joe Biden.

Y es gracias al Tren Maya que la chairiza se regocija recordándole a la oposición que “más inútil” resultó ser la mítica barda de Calderón.

Al final del día, muro fronterizo y Tren Maya sirven para muy poco y para lo mismo, son sólo tótems de adoración de una religión que no admite cuestionamientos a sus dogmas.

Por contradictorio que resulte, aunque sus pasos parecen encaminados a adelgazar a la burocracia, se convierten en regímenes muy autoritarios concentrando todo el poder en la figura presidencial.

Son tan tóxicos que buscan tener un control de la narrativa y de la realidad. Están excesivamente preocupados por los “trendings” en redes sociales; están constantemente respondiéndole a la prensa, no desde los datos, sino calificando a los medios o periodistas de acuerdo con su afinidad, llegando incluso a declarar a algunos como enemigos del Estado... no enemigos personales, no enemigos de su partido, sino enemigos del Estado; incluso traidores a la Patria. Porque, claro, su amplia base electoral forjada a base de populismo les confiere el honor de ser la encarnación del pueblo y del gobierno. Como dijo Luis XIV, “L’État, c’est moi”.

Pero no olvidemos nunca que el pilar ideológico del populismo siempre será el nacionalismo: Esa peregrina idea de que nacer dentro de dos fronteras nos vuelve mejores que el resto de la humanidad, o que somos acreedores de un histórico adeudo de gloria el cual, gracias a la llegada al poder del caudillo-profeta, ha llegado el momento de reclamar.

Trump habla de restaurar el viejo esplendor de un Estados Unidos de clase obrera que sólo significaría un retroceso de llegar a darse (EU ya no manufactura porque, en cambio, es dueño de las patentes líderes del mundo, y fabricar en suelo norteamericano volvería sus productos impagables).

Mientras en México vivimos con el masiosare en la boca, siempre en guardia porque la soberanía nacional parece estar siempre en constante peligro.

Así que, no bien publicaba un editorial The New York Times, criticando cualquier política atolondrada del prócer de Macuspana, cuando ya estaba el viejo garnachero clamando injerencismo desde Washington.

Y así su pupila, que en cada declaración del Gobierno norteamericano, de la ONU o de cualquier organismo internacional, advierte una amenaza para la “soberanía” (de tanto que gasta esa palabra, ya perdió todo sentido), siendo que ella misma ha cedido en soberanía y autodeterminación durante estos cuatro meses de mandato de Trump, como no se había visto desde López... de Santa Anna.

No olvidemos, por último, el desconocimiento de la ley como característica común a los regímenes que, con un amplio margen electoral, se han apoltronado en el poder de uno y otro lado del Río Bravo.

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La administración Trump busca eliminar algunas garantías constitucionales a punta de decretazos; mientras que la 4T, en un movimiento transexenal, se ha valido de un mecanismo mucho más complejo para despedazar la Carta Magna y próximamente al Poder Judicial que la sanciona.

Lo increíble, sin embargo, es que hay quien aplaude todos y cada uno de los pasos de la destrucción económica, política y jurídica de ambos países, ya sea porque llevan bien puesta la gorrita roja o el chalequito guinda y se saben todas sus consignas de memoria.

Nos espera un destino en común y es un fracaso estrepitoso seguido −si tenemos suerte− de un largo periodo de reconstrucción transgeneracional... Quiero decir que, de llegar a darse, ni siquiera estaremos ya aquí para atestiguarlo.

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