Marcha Potemkin
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Quizás haya usted escuchado hablar de las aldeas Potemkin. ¿Sí? ¿Usted no?
Los que ya saben de qué se trata, hagan el favor de explicárselo a los que no. Discutan en equipos de cuatro y saquen conclusiones. Yo mientras haré algo de historia como antecedente:
Catalina La Grande, Zarina de Rusia, tenía un amante, Grigorio Potiomkin, quien además de ser responsable de los reales orgasmos de Su Majestad, era ministro de Programación y Presupuesto y más tarde de Energía Minas e Industria Paraestatal.
El Imperio Ruso, que desde entonces estaba emperradísimo con quitarle a Ucrania sus tierras, se anexó a la fuerza la Península de Crimea (como que me suena).
Doña Putin, quiero decir, doña Catalina salió de gira por la devastada región en lo que se conoció como el “Catalina Grande 1787 Crimea Pop Tour”. Y se cuenta que para que la Zarina no se llevara tan deplorable impresión por la devastación y precariedad de los pueblos en su recorrido, Potiomkin mandó construir una serie de aldeas móviles, es decir, pueblos armables y desmontables que se erguían antes de la llegada de su amada Emperatriz. Muy lindos, muy monos, muy coquetos y muy prácticos; buenos para la selfie, pero no eran sino meras fachadas para disimular la miseria, que se levantaban tan pronto partía la comitiva real (qué bueno que no se regresaron para ir al baño).
Se dice incluso que miembros del real ejército ruso se vestían como campesinos para pasar como habitantes de los pueblos visitados y saludar sonrientes a la Emperatriz.
-¿Por qué el párroco de aquí se parece tanto al panadero de ayer?
Los historiadores coinciden en que esta descripción de las aldeas Potemkin es más bien exagerada; que en efecto, los pueblos se remozaban y hermoseaban como preparativos para la presencia de la Zarina, pero de ninguna manera se construía una aldea de la noche a la mañana.
Y lo cierto es que los protagonistas de nuestra historia llevaban una relación más que estrecha e íntima como para que se montaran semejante farsa entre ellos.
-¡Hmmm, Cata mía, eres Zarina de otro costal!
-¡Oh, Grigori, mi Grigori! ¡Ahora sé por qué te dicen ‘El Acorazado!’”.
Sin embargo, el concepto sobrevive hasta nuestros días y engloba todo intento por disimular con meras intervenciones cosméticas el estado que guardan las cosas, sobre todo para no contradecir el discurso de un mandatario, para no desengañarlo o no ponerlo en evidencia.
Hay muchos casos que podemos citar de pueblos en ruinas que fueron emperifollados para dar una impresión de prosperidad, ya sea a propios o extraños. Pero los casos no se remiten únicamente a las naciones en guerra. Algunas veces, luego de una crisis económica que deja barrios completos en el abandono, algunas municipalidades han decorado e iluminado fachadas para que no luzcan desolados, y esto ha ocurrido incluso en ciudades de los Estado Unidos.
Y no olvidemos las giras presidenciales del viejo PRI de los años 70 y 80, en que nuestras calles por fin conocían la escoba y una manita de pintura.
Otras veces, el uso de la expresión “pueblo o aldea Potemkin” –o Potiomkin– se utiliza de manera más bien metafórica, como cuando una empresa quiere dar una impresión de solidez y maquilla desde su contabilidad hasta sus instalaciones, tanto para el público como para sus posibles inversionistas.
La marcha del domingo 27, la contra marcha, marcha del ardor o marcha de la revancha (tendrá otras denominaciones, algunas más laudatorias, dependiendo de quién se esté refiriendo a ella), fue sin duda un desesperado intento de aldea Potemkin. Una marcha Potemkin.
¿Desesperado? Me cuestionarán los ganso-believers, asegurando que la concurrencia fue espectacular, que el poder de convocatoria del Presidente no tiene parangón y que el músculo electoral mostrado continúa imbatible al día de hoy.
Sí, pero aún así, es un esfuerzo desesperado, sobre todo porque nace de la urgencia de responder a un mensaje de inconformidad que una ciudadanía no condicionada lanzó al Presidente; mensaje que de paso le arrebató su perpetuo rol de víctima y lo pintó como un autócrata opresor.
Se volvía entonces apremiante responder con una muestra de total adhesión al proyecto presidencial y minimizar la marcha en defensa del INE, no sólo en lo cuantitativo, sino como mero reproche de una minoría elitista afectada en sus personales intereses.
Sin embargo, la “Marcha de AMLO para celebrar los logros (?) de la 4T” fue cualquier cosa, menos algo orgánico y espontáneo. Para empezar, se utilizó la convocatoria del Poder Ejecutivo y éste a su vez dio órdenes para que gobernadores y alcaldes hicieran lo propio.
La cantidad de recursos destinados sólo para sanar el ego del Emperador será siempre un cálculo aproximado, derivado de lo que podamos contabilizar, porque desde luego jamás existirá una cifra oficial. Aún así no puede ser menor a los cientos de millones de pesos que forzosamente salieron del erario.
El operativo necesario para esta movilización iba a ser tan evidente que, de manera anticipada, en vez de ocultar el acarreo decidieron tratar de resignificarlo como algo positivo. Pero por más que lo intenten, el acarreo siempre será una práctica vergonzosa de la política más rancia, retrógrada, corrupta y obsoleta.
Hubo algunas violaciones a la ley, pero fueron menores comparadas con la inmoral manera de explotar las diferentes necesidades de los asistentes.
Hay un segmento sin duda agradecido, ya sea por los programas sociales (becas y pensiones del bienestar) o por la simple posibilidad de ser llevados de paseo gratis a la CDMX. Seguro ellos marcharon más que gustosos, totalmente convencidos de este gobierno.
Pero hay muchos más que tienen un puesto, un hueso que defender y, de acuerdo a su rango, estuvieron obligados a llevar cuotas de gente que a su vez tienen que pagar por algunos beneficios sociales.
Hay otros que están disputándose un lugar en la sucesión, desde las infames “corcholatas” hasta quienes sólo buscan caer de pie en el siguiente sexenio, así que también tuvieron que contribuir a nutrir esta marcha que es sin duda: el mayor logro de la administración de López Obrador.
Una marcha compuesta de la gratitud de los menesterosos que, a falta un país de instituciones de educación y de salud sólidas, tiene unos cuantos pesos bimestrales que se deprecian día con día en su poder adquisitivo.
Una marcha conformada por la imperiosa necesidad de un grupo de rehenes políticos desesperados por demostrar al líder su nivel de compromiso para con el movimiento, no para con México.
Y una marcha nutrida de la feroz competencia de quienes buscan ser reconocidos, tocados por el dedo del Tlatoani.
Si la marcha tenía como objeto aliviar el herido orgullo del macuspano, fue sin duda, un éxito del que estaría orgulloso el enamorado Potemkin, ya que la 4T hasta utilizó soldados de la Sedena vestidos de civiles para pasar como felices pueblerinos mezclados entre la muchedumbre y AMLO se queda con una bonita foto rodeado del cariño de su gente. Una foto del Rey en su aldea... Potemkin.