México, en una encrucijada ante los nulos resultados en materia económica
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El crecimiento económico ya no es sólo un deseo o una meta bonita en el discurso: es la única herramienta que puede garantizar lo más básico para cualquier sociedad
El país enfrenta un momento decisivo: o ajusta su modelo económico y su forma de gobernar, o se arriesga a caer en una crisis política, social y financiera. Esta fue una de las conclusiones más fuertes que surgieron recientemente en una conversación que tuve con Luis Rubio, presidente de México Evalúa, para mi podcast “En blanco y negro”, donde hablamos de lo que está pasando —y lo que podría venir— si México no logra crecer pronto. Pueden ver la charla completa en este link.
Esta plática se grabó antes de que salieran los resultados de la medición de pobreza de 2024, no obstante, las conclusiones siguen siendo las mismas. Afortunadamente, 13.4 millones de mexicanos salieron de la pobreza, son muy buenas noticias, pero esto se debió principalmente al incremento de salarios que pagaron las empresas y no podrán seguir aumentando sin crecimiento económico.
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El 13 de agosto escuché a alguien decir que los resultados publicados por el Inegi demuestran que puede reducirse la pobreza de forma sostenible aún sin crecimiento económico; lamentablemente esto es falso, nuestro país tenía ahorros que se han acabado y margen de maniobra que se ha terminado. Asimismo, las empresas no tienen margen para seguir subiendo indefinidamente los salarios si no crecen sus ventas.
Ambos consideramos que el crecimiento económico ya no es sólo un deseo o una meta bonita en el discurso: es la única herramienta que puede garantizar lo más básico para cualquier sociedad. Sin crecimiento, no hay empleos suficientes ni bien pagados, no hay recursos para resolver la inseguridad, no hay presupuesto para salud ni para educación, y tampoco para medicamentos en las farmacias de los hospitales.
La Presidenta lo sabe, ella misma ha hablado del “Plan México” como su estrategia para detonar crecimiento, se puso como meta que nuestro país crezca hasta ser la décima economía del mundo. El problema es que necesitamos crecer 6 por ciento al año para alcanzar esa meta y no llegamos ni al 1 por ciento hoy en día.
Luis Rubio señaló que, hasta ahora, buscar el crecimiento ha sido más una narrativa del gobierno que una realidad concreta; no está claro si su equipo entiende qué condiciones se necesitan para detonar la inversión, fomentar la productividad y generar empleos. Y eso preocupa, porque los discursos sin acciones se desgastan rápido.
Hoy el gobierno responde a los grandes problemas nacionales con lo que Luis Rubio llama soluciones tipo “machete”: generales y más ideológicas que técnicas. Pero el país necesita intervenciones de bisturí: decisiones quirúrgicas, diseñadas con datos, precisión y visión de largo plazo. No se puede combatir la inseguridad ni garantizar inversiones sólo con tener buenas intenciones, sino que se necesitan leyes claras, instituciones sólidas y funcionarios preparados.
Uno de los grandes malentendidos que platicamos es esta idea de que en México todo lo puede y debe resolver el Estado. La realidad es otra que ya he compartido antes: de 130 millones de mexicanos, sólo unos 2 millones trabajan para el gobierno. El resto –la gran mayoría– vive de lo que produce. Somos, aunque muchos no lo quieran ver, un país empresarial. Señala Luis que basta caminar por cualquier ciudad para verlo: millones de tianguistas, emprendedores, comerciantes, microempresarios que sostienen la economía desde abajo, sin apoyos ni subsidios.
A pesar de eso, el gobierno insiste en defender un modelo donde el poder político está por encima del económico. Eso implica mantener empresas públicas como el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas o Mexicana de Aviación, aunque sean ineficientes, costosas y no generen beneficio alguno. Considero que se les sigue metiendo dinero porque son símbolos políticos, no porque funcionen, incluso hasta porque son una importante fuente de corrupción y desvío de dinero.
El caso de Pemex es especialmente grave, señala Luis Rubio: la deuda con proveedores ya es tan alta que hay riesgo de que pronto dejen de entregar piezas, refacciones e insumos básicos. Si eso ocurre, la operación petrolera podría colapsar. En vez de generar ingresos, Pemex se ha convertido en un agujero negro que consume recursos públicos sin control.
Lo más alarmante es que, mientras se habla de progreso, la economía está estancada. Llevamos casi siete años creciendo 0.8 por ciento al año; por debajo de la tasa de crecimiento poblacional. Las proyecciones de crecimiento para 2025 no son mucho mejores. El Banco Mundial estima apenas un 0.2 por ciento; la OCDE habla de una posible contracción; y sólo el gobierno mantiene una previsión optimista de entre 1.5 y 2.3 por ciento. Es un ritmo completamente insuficiente para un país con tantas necesidades.
Peor aún: parece haberse conformado un “nuevo pacto social” donde muchos aceptan tácitamente que, aunque no haya seguridad, empleo, crecimiento y medicamentos, si hay un complemento al gasto con programas sociales votaré por ti.
Esto sólo puede sostenerse si hay dinero. Pero el déficit fiscal ya ronda entre el 3.9 y el 5.7 por ciento del PIB. No hay margen. Sin crecimiento no habrá forma de seguir entregando becas, pensiones o apoyos. Tarde o temprano, esa ecuación va a romperse.
Sin embargo, el gobierno no hace lo necesario para cambiar esa tendencia. No mejora el ambiente para invertir, no garantiza que se respeten contratos, no da señales de que el Estado de derecho será defendido. La reciente reforma judicial es un ejemplo claro de esto: aleja a los inversionistas y genera incertidumbre, justo cuando se debería estar generando confianza.
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Peor aún, Luis remarca que México corre el riesgo de perder el grado de inversión. Si eso ocurre, el país pagará mucho más por cada peso que pida prestado. Y si hay que pagar más en deuda, habrá menos para lo demás: salud, educación, seguridad y programas sociales sufrirían el impacto.
La buena noticia es que aún hay tiempo. Para Luis Rubio, la Presidenta enfrenta condiciones muy diferentes y más limitadas de las que enfrentó su predecesor, si lo asume, podría convertirse en una gran líder que toma las decisiones necesarias para cambiar el rumbo. Podría aceptar que el país necesita inversión privada, reglas claras, funcionarios preparados y justicia confiable. No tendría que romper con el pasado, pero sí diferenciarse de él. Podría ser ella quien construya el México que viene, no el que se queda atrapado en discursos del siglo pasado.
Porque lo que está en juego no es sólo un sexenio. Está en juego la estabilidad de todo el país, y por ello todos tenemos que actuar hoy.