MIRADOR 26/04/2022
Recibí ayer la noticia de la muerte de mi amigo Enrique Perales Jasso. La mañana, que era clara y alegre, se me anubló con esa triste nueva que me dio por el teléfono su amorosa hija, Karla.
“Quiquis Jasso” le decíamos en el Ateneo Fuente, de Saltillo, a ese querido compañero nuestro. Era brillante, de extraordinaria inteligencia y talento excepcional. Se disputaba el primer lugar del grupo con mi primo José Fuentes y con Jesús Alvarado Chávez. Los tres llegarían a ser juristas destacados.
Le atribuíamos a Quiquis un noviazgo inexistente con una linda y simpática chica ateneísta a quien llamábamos con el extraño mote de “La Clorofila” porque tenía grandes y profundos ojos verdes.
Enrique y yo compartíamos una afición: el latín. Nos reuníamos en mi casa a estudiar las lecciones que de esa lengua muerta, tan viva, nos impartía el profesor Ildefonso Villarello, pero íbamos más allá y traducíamos al alimón las fábulas de Fedro y algunos epigramas de Marcial.
Descansó ya mi amigo. En los últimos años de su vida padeció ceguera, y uno de sus consuelos era comunicarse con quienes fuimos sus condiscípulos en el Ateneo. Pidió que sus cenizas se dispersaran en el mar. En alguna inmensidad como esa volveremos a encontrarnos otra vez.
¡Hasta mañana!...