Mirador 29/01/2025
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Cierto día el monarca hizo llamar a San Virila. Le ordenó: Todos te piden que hagas un milagro. Yo soy el rey. Te exijo que hagas dos
El rey Cleto era soberbio, igual que la mayoría de los reyes. Así como la envidia es el más triste de todos los pecados, la soberbia es el más antipático y pesado.
Cierto día el monarca hizo llamar a San Virila. Le ordenó:
-Todos te piden que hagas un milagro. Yo soy el rey. Te exijo que hagas dos.
San Virila, aunque no era casado, era obediente. A eso lo llevaban su humildad y mansedumbre. Así, al punto hizo el primer milagro de los dos que le pedía el soberano: lo convirtió en ratón.
Todos los cortesanos rieron, pues en ese momento el rey no se daba cuenta de su risa. Cuando acabó el regocijo de la corte Virila volvió a Cleto a su ser natural. Malhumorado, mohíno, el monarca le dijo al frailecito:
-Haz el segundo milagro.
-Ya lo hice –respondió él–. Evité que por aquí cerca anduviera un gato.
¡Hasta mañana!...