Mucho está en juego para México el 8 de noviembre
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Así como lo que está en juego hoy para los estadounidenses con la elección intermedia en dos semanas es existencial, para México esta también marca un momento de inflexión potencial. Lo que ocurra en el legislativo tendrá un impacto inmediato y podría sentar el tono de cómo se encare la relación bilateral a ambos lados de la frontera, sobre todo en momentos en que las dos naciones se encarrilen a elecciones presidenciales simultáneas en 2024. Hay que subrayarlo sin rodeos: nunca en tiempos modernos había sido tan disfuncional como lo es ahora la relación entre un titular del Ejecutivo mexicano y el Congreso estadounidense. En ninguno de los viajes del presidente López Obrador a Washington se ha reunido con el liderazgo bicameral o con legisladores de ambos partidos, cosa que nunca había ocurrido en las últimas tres décadas. Y a la ya de por sí deteriorada relación con legisladores demócratas como resultado de la percepción de que López Obrador apostó por Trump y su reelección, ahora se ha sumado el creciente antagonismo de legisladores republicanos a raíz de sus posicionamientos con respecto a Cuba, Venezuela y Nicaragua y los ataques ad hominem a congresistas republicanos, con nombre y apellido.
Hay que recordar que, en EU, el partido que obtiene la mayoría en cualquiera de los dos recintos ocupa todas las presidencias de los comités en el Congreso y por ende determina la agenda legislativa. El representante republicano por Texas, Michael McCaul, quien se perfila como el siguiente presidente del Comité de Relaciones Internacionales de ese recinto, ha calificado la estrategia de seguridad pública del presidente mexicano como una amenaza a la seguridad nacional de su país. Con la creciente inquietud por los resultados de las políticas públicas mexicanas en materia de seguridad; el trasiego de lo que republicanos bautizaron como el “fentanilo mexicano”; las demandas de que Biden canalice recursos que está otorgando a Ucrania para confrontar lo que caracterizan como la “verdadera amenaza” a la seguridad de EU, que es la frontera mexicana; los ataques a la permisividad migratoria mexicana y la “invasión” que estamos “facilitando”; las lecturas en torno al hackeo a la Sedena; o el proceso de consultas en materia energética al amparo del T-MEC (muchos de los legisladores del GOP que asumirán presidencias en los comités de la Cámara –y del Senado en caso de que también le arrebaten a los demócratas la mayoría ahí– son de estados con fuerte presencia de empresas energéticas fósiles y renovables), la multiplicación de frentes en la agenda bilateral podría volverse exponencial a partir del próximo año. Y el freno de mano que hoy, a pesar de los cuestionamientos de demócratas, le ha puesto la Casa Blanca a su bancada para no hostigar del todo al mandatario mexicano y torpedear la voluntad mexicana de seguir cooperando con la administración en materia de controles migratorios, desaparecería con una mayoría republicana dispuesta a minar en todo lo posible al presidente Biden en la antesala de la elección presidencial.
Toda elección conlleva consecuencias. Lo que está en juego para México, más allá de preferencias o sesgos ideológicos o de aquellos que en nuestro país han bebido el kool-aid naranja del trumpismo, es enorme y obligan al gobierno a recalibrar posturas y, junto con sector privado y sociedad civil, a poner las barbas a remojar.