Músicos y músicas
El 14 de mayo de 1931 Carlos Chávez, reconocido músico, iba por una calle del centro de la Ciudad de México. Se dirigía a su trabajo: era director del Conservatorio Nacional. En la esquina de las calles de Guatemala y Argentina se hallaba un grupo de jóvenes estudiantes. Los acompañaba el pintor Manuel Rodríguez Lozano, bien conocido por su homosexualidad y por su ingenio sarcástico e hiriente. Al pasar Chávez junto a ellos el pintor dijo en voz alta:
-Ahí va Beethoven.
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Rieron los estudiantes aquella gracejada que el músico alcanzó a oír. Alto, leonino, de recia contextura, Carlos Chávez poseía temperamento fiero, y no era raro que incurriera en violencias ajenas al arte musical. Se dio la vuelta e hizo frente al grupo.
-¿Es por mí? −preguntó dirigiéndose a los estudiantes.
-Fui yo quien dijo eso −contestó Rodríguez Lozano.
-Su comentario me ha ofendido −dijo el músico tratando de sofrenar la cólera−. Lo reto a duelo. Venga usted conmigo.
En eso intervino Andrés Henestrosa, joven autor que poco antes, con el patrocinio de José Vasconcelos, había publicado una novela de mucho éxito: “Los Hombres que Dispersó la Danza”.
-¡Caramba! –le dijo Henestrosa a Chávez con marcada sorna–. ¡Si así se pone usted porque le dicen Beethoven, hay que imaginar cómo se pondría Beethoven si alguien le hubiese dicho Chávez!
Una sonora carcajada de los muchachos rubricó la ingeniosa salida de su compañero. El músico ya no se pudo contener. Hecho un basilisco se lanzó sobre los estudiantes tirándoles puñetazos y patadas. Con una le atinó en la espinilla a Henestrosa. Furioso, éste le asestó un puñetazo en la nariz a Chávez. Ya iban los dos a trabarse en furibundo duelo personal cuando acertó a pasar por ahí un militar. Reconoció al director del Conservatorio y lo contuvo, pidiéndole calma y mesura. Luego, con imperioso acento, ordenó a los estudiantes que se retiraran del lugar.
He mencionado a Vasconcelos. Es autor de una “Breve Historia de México”, obra de la cual los numerosos críticos del oaxaqueño dijeron que ni era breve ni era historia. Recientemente, sin embargo, di con un texto muy poco o nada conocido de Vasconcelos, en el cual el filósofo y escritor emplea una gran capacidad de síntesis y de certero historiador. Ese texto sí que es breve, y sí que es historia.
Unos días antes del incidente que narré, Alfonso Taracena le había escrito una carta a Vasconcelos. En ella le daba a conocer su propósito de hacer un libro acerca de Zapata. La respuesta del autor de “La Tormenta” podría tomarse como el más apretado balance de la Revolución hecho por el polémico escritor. He aquí su texto:
“...Me habla usted de que escribirá sobre Zapata. Documéntese bien antes y reflexione en que nada bueno puede venir en estos tiempos, y casi en ningún tiempo histórico, de un analfabeto. Podrá haber tenido las mejores intenciones, pero era bruto como una tapia y todo lo resolvía matando y emborrachándose. Era un ebrio. ¿Qué se puede esperar allí donde no hay conciencia? El mal de toda esta revolución está en que mató a su cabeza, Madero, y luego se entregó a Carranza, su enemigo solapado... A México no podrá regenerarlo sino una juventud que prescinda de todo ese pasado de iniquidad...”.