‘Ni quito ni pongo rey’. Pequeños personajes que influyeron en hombres importantes
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Pequeños personajes cuyo nombre ni siquiera recogió la historia decidieron hechos al parecer insignificantes, pero que a fin de cuentas influyeron en la vida de hombres importantes. Recordemos un extraño suceso de la historia universal.
El caballero francés Bertrand Du Guesclin era feo, deforme e ignorante, pero poseía una fuerza descomunal. Fue una especie de guarura de Enrique de Trastamara, hermano bastardo del rey Pedro I de Castilla, apodado por sus contemporáneos “El Cruel”.
Los dos hermanos, Enrique y Pedro, se enemistaron con violencia, pues ambos ambicionaban el trono castellano. Para dirimir su disputa acordaron entrevistarse cerca de Ciudad Real, en el campo de Montiel. Apenas se vieron frente a frente los dos hermanos se lanzaron el uno sobre el otro y rodaron por tierra en una lucha de gañanes. Don Pedro, el rey, era más fuerte, de modo que bien pronto dominó a Trastamara, lo puso de espaldas contra el suelo y se dispuso a darle muerte con su puñal. Pero intervino entonces Du Guesclin. Valido de su gran fuerza, derribó al monarca y puso sobre él a su señor que, merced de esa ayuda, pudo sacar su daga y quitar la vida a su rival.
Después explicaría su conducta Du Guesclin con una expresión que figura en todas las antologías de frases célebres:
-Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor.
Lo mismo sucedió, mutatis mutandis, con un revolucionario que acompañaba en su lucha a don Venustiano Carranza. Aquel jefe revolucionario sorprendió a una fuerza de zapatistas al mando de un cierto coronel Vicuña en el pequeño poblado de Las Palmas. En ropas menores, Vicuña quiso escapar del súbito ataque de los carranclanes saltando una barda.
El hombre de Carranza lo tomó por los pies para hacerlo caer, pero el zapatista le propinó una violenta patada en pleno rostro, y el atacante tuvo que soltar su presa, pues por la fuerza del golpe cayó a tierra. Pero en eso llegó el asistente del jefe carrancista, estiró por las piernas al que huía, lo hizo venir al suelo y ya caído le pegó un balazo en la cabeza.
Al día siguiente el jefe victorioso rindió a la superioridad el parte de aquella extraña batalla:
“...Muertos del enemigo: 23, entre ellos el coronel Ángel Vicuña y el capitán Gustavo Villaseñor. Heridos: 9. Prisioneros: 68. Capturados: 46 caballos y tres mulas bayas...”.
Esa misma mañana la esposa del desdichado coronel fallecido, doña Margarita A. de Vicuña, llegó a Las Palmas y llorando desconsoladamente suplicó al jefe carrancista que le entregara el cadáver de su marido para darle cristiana sepultura. Aquel entregó el cuerpo, y la columna del Gobierno salió del poblado mientras la desdichada viuda llevaba al cementerio el cuerpo de su esposo.
¿Quién era ese jefe carrancista cuyo asistente le ayudó a obtener una sonada victoria sobre las tropas de Zapata? Era Alberto Terrones Benítez, destacado revolucionario. Al paso del tiempo llegaría a ser general de división y director general de Infantería de la Defensa Nacional, lo mismo que comandante de las zonas militares de Mérida y San Luis.
Quizá no habría llegado a tales alturas si no es porque su asistente, ese oscuro soldado cuyo nombre nadie nunca conoció, lo ayudó oportunamente a obtener aquel sonado triunfo contra uno de los mejores hombres de Zapata. Don Alberto murió en 1971.