No quiero irme al cielo...
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“No quiero irme al cielo, yo vivo en Saltillo”. Así dice el cronista de la ciudad, que además tiene la difícil tarea de ser mi padre. Gran amor siente él por la tierra en que nació y lo ha sabido transmitir a toda su familia. En una ocasión le comentaba que Saltillo parecía un Detroit chiquito, debido a las importantes compañías automotrices establecidas en la localidad, pero él, con enérgica voz, inmediatamente me corrigió: “No, estás mal. Más bien Detroit es un Saltillo grande”.
Yo también quiero mucho a nuestra ciudad. Con gran orgullo digo que soy saltillense, aunque algunos piensen que soy un presumido. Recuerdo que cuando conocía a una chica de otra ciudad del país, me preguntaba burlona que si en Saltillo tenemos semáforos para controlar el tráfico o si hay cines. También me preguntaban que si Saltillo era un rancho, porque nunca habían escuchado de ese lugar. En un principio estos comentarios despertaban en mí una furia parecida a la de los gladiadores romanos, pero después fui tomando una actitud diferente, pues estaba convencido de que todas esas burlas tenían su origen en un profundo sentimiento de envidia.
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Mis padres me dieron la oportunidad de estudiar la carrera profesional en Monterrey. Esta ciudad es bella también. Tiene imponentes edificios y plazas, centros comerciales envidiables y teatros en donde se presentan grandes espectáculos, pero por nada del mundo viviría allá. Recuerdo que cuando salía de mi última clase de los viernes, inmediatamente regresaba a Saltillo. Ansiaba estar en mi casa y sobre todo, en mi ciudad. Fue entonces cuando comprendí al abuelo de un amigo que decía: “Entre más ciudades conozco, más quiero a Saltillo”. Él ha estado en Londres, ha recorrido las calles de París, ha aspirado el aroma fétido de los canales de Venecia, conoce hasta el último ladrillo del Coliseo Romano y se ha bañado en las aguas de las islas griegas, y aun así, no hay lugar que le guste más que Saltillo.
Hace días fui a dar un paseo por la Alameda de Saltillo. Mucho tiempo hacía que no iba a este hermoso lugar. Pensaba que iba a encontrar pura gente grande. Para mi sorpresa, me encontré con puros niños y jóvenes: unos de 10 años, otros de 20 años, de 65 y otros de 80, pues todo el que pasea por la Alameda puede sentirse joven al evocar viejos recuerdos. ¿Cuántas historias sabrán los árboles de la Alameda que día a día son testigos de la risa de los niños o de apasionados encuentros amorosos? Al recorrer este bello templo natural en el que late con fuerza el corazón de la vida diaria de miles de saltillenses, pude ver un pequeño letrero que dice: “Aquí tenemos todos biografía./ Si la Alameda de Saltillo hablara / ¡cuántas cosas, Señor, se callaría!”. El autor de dichas palabras es el cronista de nuestra ciudad, Armando Fuentes Aguirre, “Catón”.
Al graduarme tuve la fortuna de encontrar trabajo en Saltillo. Varios amigos decidieron irse a otras ciudades, motivados por el sentimiento de independencia que caracteriza a los jóvenes. Los primeros meses fueron para ellos una grata experiencia y aprendieron mucho al estar solos y no depender de nadie. Pero después, extrañaron tanto, que uno a uno fueron regresando a Saltillo, pues se dieron cuenta que no querían establecerse en otra ciudad que no fuera la nuestra.
Hay un viejo proverbio italiano que dice: “Si conoces Nápoles ya puedes morir”. De seguro la persona que dijo esta célebre frase no conocía a Saltillo, pues de lo contrario diría: “Si conoces Saltillo, puedes morir en paz y seguro que nada te quedó por hacer”.
Muchos lugares hermosos e interesantes hay en nuestra ciudad y, sin embargo, los frecuentamos muy poco. Debemos estar orgullosos del lugar en donde vivimos y sobre todo, debemos conocerlo. Puedo afirmar que muchos saltillenses no conocen el Archivo Municipal, el Museo de las Aves o del Sarape, la pinacoteca del Ateneo Fuente, el museo Rubén Herrera o el Museo del Desierto.
Pocos días faltan para celebrar un aniversario más de nuestra ciudad. Por lo pronto, demos gracias por la oportunidad de vivir en este bendito suelo tan próspero y al mismo tiempo tan bello y pacífico.
Cuán afortunados somos, de veras, de vivir en Saltillo.
aquientrenosvanguardia@gmail.com
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