Nuestra cultura: Entre Peso Pluma y Brincos Dieras
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Varios filósofos y sociólogos coinciden en señalar que la humanidad transita por un cambio de época en el cual mutarán las instituciones sociales básicas, como la familia, la educación, la religión, la economía, la política y la comunicación.
Ejemplifico: ya no existe una relación única entre hombre y mujer: coexiste ahora con relaciones diversas; pereció el concepto de familia hetero patriarcal para dar lugar a las familias diversas; la educación ya no ocurre en la familia o la escuela, sino también en la televisión y las redes sociales; las religiones comparten trascendencia y fe con la espiritualidad de la Nueva Era de origen hindú, chino, japonés o de culturas prehispánicas; la economía metalizó las relaciones entre personas para considerarlas como mercancías; la política ya no está basada en ideologías, sino en una aspiración pragmática por llegar al poder y la comunicación, a pesar de su poder tecnológico, dejó de comunicar a las personas entre sí para alejarlas y manipularlas por razones comerciales y/o políticas.
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¿En qué dirección continuarán cambiando esas instituciones?, ¿correrá cada una de ellas, la misma lógica temporal?, ¿qué categorías surgirán para nombrar esos cambios?, ¿cuándo finalizará su transformación? Es imposible saber la respuesta a estas preguntas.
Porque, como lo señala Jaqueline Pels, profesora de la universidad argentina Torcuato Di Tella, “las eras de cambio implican tiempos históricos, no humanos. La incertidumbre genera angustia, y por eso tendemos a buscar y aferrarnos a lo que vemos como certezas (como la nostalgia por el pasado). Pero las certezas nos restringen. Por eso, tenemos que aceptar que hasta que las piezas no se acomoden no vamos a poder ver lo que será. Todo cambio de época requiere que seamos capaces de soltar el pasado sin saber dónde está la liana del futuro”.
¿Cuáles son las tendencias de ese tránsito incierto que vive la humanidad? (1) Ningún valor humanista puede competir con el valor de la utilidad o del cálculo racional.
Tal como lo previó Max Weber, uno de los padres fundadores de la sociología, desde finales del Siglo XIX: El mundo vivirá un proceso de desencantamiento o deshumanización progresiva, en el cual las relaciones de contenido ético o subjetivo serán desplazadas por aquellas de carácter utilitario o racional.
Por ello, el mundo moderno es un mundo desencantado en el cual prevalecen el individualismo con tintes egocéntricos, el consumismo obsesivo, la acumulación a destajo y la búsqueda del estatus como un fin en sí mismo, por encima de una preocupación puntual por las relaciones interpersonales, empáticas y compasivas; la vida en comunidad solidaria intervecinal; la participación ciudadana, la preocupación por el medio ambiente y los efectos del cambio climático.
(2) Esta deshumanización corre paralela a una violencia generalizada en la cultura de masas que tiende a reflejar y dignificar la cultura del crimen organizado. Lo observamos en muchos cantantes de música urbana -reguetón, rap, champeta, música de banda, corridos tumbados o bélicos, cumbias, etcétera. Los contenidos de sus canciones y videos refrendan los valores de una cultura violenta -de barrio- en la cual, la muerte es casual pero permitida por los excesos; el machismo es una condición de supervivencia animal y la mujer es un simple objeto sexual: disponible y desechable en cualquier momento.
Lo mismo ocurre con una gran cantidad de comediantes mexicanos.
Por eso, entre las grandes mayorías de mexicanos, nuestro tránsito deshumanizado y violento hacia el nuevo cambio de época, pasa por Peso Pluma, un cantante de corridos bélicos que magnifican la cultura del crimen organizado y un comediante payaso llamado Brincos Dieras, que en sus “chous” pisotea -hasta el cansancio- la dignidad de los asistentes: sobre todo mujeres.
Mientras Peso Pluma canta, decenas de miles de espectadores jóvenes, todos delirantes, aplauden para imaginar universos criminales alterados; y cuando Brincos Dieras hace su “chou”, los miles de asistentes se unen con él, para enardecidos denigrar su propia dignidad personal y colectiva.
Nota: El autor es director general del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución.