O cambian o se mueren...
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Estamos en un momento difícil, inmersos en una crisis que es tiempo de resolver. En México hemos vivido por décadas a la sombra de un fenómeno llamado presidencialismo, que no es más que la preponderancia del Poder Ejecutivo sobre los otros dos, el Legislativo y el Judicial. Esta circunstancia ha desgastado irremisiblemente la esfera pública y creado inercias que es fundamental arrancar de tajo. Por ello hoy más que nunca los partidos políticos, tan repudiados, deben reconstituirse y cambiar ese destino. Se lo deben a los mexicanos. Por mandato de ley (art. 41 constitucional) están obligados a promover la participación política de la ciudadanía. Son los que tienen, derivado de esto, la posibilidad de formular alternativas político-ideológicas fundamentales para convertir a la democracia en el espacio en el que coincidan la pluralidad y el disenso en términos civilizados que le sirvan a México para convertirse en un polo de desarrollo en el que quepamos todos y actuemos con la conciencia de que lo que haga uno le va a servir a todos. Sólo así la democracia será una forma de vida.
Hoy día, el populismo basado en la inmediatez política y contrapuesto a las instituciones de representación democrática, es lo que alimenta las prácticas autoritarias que están agobiando a nuestro país. Necesitamos partidos políticos que estén casados con la crítica constructiva que promueva reformas de raíz que necesita México, en lugar de hacer crecer el resentimiento y la discordia entre nacionales y promover el divisionismo. Ya nuestros antepasados vivieron una guerra civil en el siglo 19, fue cruento odiarse y matarse entre hermanos. No le permitamos a quienes hoy gobiernan que alienten el abismo
democrático.
Los partidos políticos tienen la obligación de conjugar en plural, representan a diversos sectores de la sociedad, y por ende es insoslayable que recobren la relevancia de su tarea democrática. Y esto no va a suceder con discursos, con palabrería, tiene que vérseles actuando con un plan que incluya estrategia y acciones concretas para que puedan recobrar la confianza y la credibilidad de quienes han defraudado con la mezquindad de sus hechos. Los partidos deben responder a los retos y desafíos del México de hoy, de ahí la relevancia que se transformen para los tiempos actuales, sujetos a la dinámica de un siglo en el que las cosas cambian de la noche a la mañana. Es ineludible el diálogo entre ellos, pero también, también, con la sociedad que se identifica con ellos. Ni dirigentes, ni funcionarios emanados de sus filas se sienten representados si no se abre esa puerta, si no se procura esa cercanía como algo que debe hacerse llueva, truene o relampaguee. Cada noción del bien común, cada respuesta de sus representados debe incluir los distintos intereses de estos. Y no basta, porque después de discutir sobre las diferentes ideas de lo universal, ha de abrirse para incluir a los otros, en lugar de llenarse la boca con declaraciones incendiarias diciendo que ellos están bien y los otros están mal. La única forma de alcanzar resultados a favor de la comunidad es con diálogo y voluntad. Y eso lo tienen que aprender los políticos y convertirlo en práctica de común.
Otro aspecto que hay que subrayar es que los partidos políticos son instituciones que conectan a la sociedad y al Poder Legislativo. Esto es la esencia de un partido. Pero, infortunadamente, no se habla de ello. Dice el filósofo alemán Christoph Menke al respecto que: son “puntos de intersección entre lo particular y lo universal... que representan simples partes del conjunto social”. La función democrática específica del partido sólo se puede entender si se tiene clara la función legislativa. Una buena representación se traduce en la confianza que sea capaz de generar en sus representados para tomar decisiones en su nombre. De ese tamaño es a la responsabilidad, pero eso se gana con hechos no con lengua. Infortunadamente no es práctica común en nuestro país tener ese tipo de vinculación. Y mucho de ello obedece a la irresponsabilidad del partido que avala incompetentes y de ribete sinvergüenzas para ocupar un cargo en las Cámaras y a su falta de compromiso con su función central, y también a la indiferencia y desinformación de los electores. Síntoma de esta debacle es la disminución más acusada de la participación electoral y del número de afiliados... ¡ah!, y el repudio prácticamente generalizado de estas instituciones importantes para el desarrollo de la democracia.
En el futuro –y es ya–, los partidos deberán empeñarse en ser en mayor medida órganos protagónicos en el proceso de inclusión social y política. Asumir su función social de orientación. Su obligación constitucional de participar en la creación democrática de voluntad política sólo es posible en un espacio en el que existan diferentes alternativas. Si no se entiende esto seguirán el destino de los dinosaurios.