Otra manera de decirlo; apuntes sobre el bloqueo vial del Tec Saltillo

Opinión
/ 28 septiembre 2023

Contexto:

Para quienes leen más allá de la montañosa cadena que amuralla a este valle de lágrimas y asfalto picado llamado Saltillo, le informo que la Capital Mundial del Sarape volvió a la normalidad luego de más de una semana de padecer los inconvenientes de un paro estudiantil emplazado por los estudiantes del Instituto Tecnológico de esta ciudad.

Tengo que aclarar que simpatizo con la causa de los estudiantes y sus demandas me parecen razonables. Ya destituyeron a quien fungía como directora y su pliego petitorio fue respondido. ¡Qué bueno!

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Hay quienes anhelan que ese espíritu beligerante se contagiara a los alumnos de la Universidad Autónoma de Coahuila, y yo sería el primero en celebrarlo y aplaudirlo si de esta manera mi alma máter recuperase un poquito de su decoro institucional, de aseo administrativo y se investigaran las tres o cuatro décadas que ha servido al Gobierno Estatal como caja chica y agencia de colocaciones.

La parte donde este movimiento se vuelve impopular (y por oposición, mi opinión también), es la del método que el alumnado escogió para ejercer presión social: la muy sobada y socorrida toma de la vía pública. “Los Burros Pardos” mantuvieron bloqueado durante diez días el bulevar donde se yergue el añoso edificio de este instituto.

Yo no sé, querido lector, sabrosa lectora, lectore ofendide, si usted ha estado alguna vez de visita en Saltillo, pero para esta Saraperópolis taparle una de sus principales arterias es tan grave como tapársela a un gordo en grado mórbido: nos pone en serios apuros. De por sí el bulevar en cuestión está siempre congestionado como yo en temporada de alergias. Imagine lo que es desviar todo su flujo a otras vialidades menores.

Los entusiastas del movimiento, sin embargo, minimizan el hecho y consideran perfectamente legítima la toma de las calles, práctica que en términos de la ley se conoce como obstrucción de las vías de comunicación

El problema es que, más allá de los inconvenientes que esta situación pueda representar para la rutina de un montón de ciudadanos, las calles, todos los caminos y rutas que nos posibilitan el traslado de un punto X a un punto Y, están protegidos constitucionalmente y no sin una buena razón.

No hablemos ya de calcular la pérdida económica que pueda representar la suma de todos los individuos afectados en mayor o menor medida; así como la disminución que pueda reportar el comercio local y hasta las situaciones de emergencia que se hayan agravado por el secuestro de uno de los derechos más elementales del ser humano: el libre tránsito.

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Todo ello bastaría para justificar el violento desalojo de esta y de cualquier otra manifestación que osara obstruir una calle, una carretera, un camino, una ruta marítima, un aeropuerto, una caseta de cuota, etcétera. Pero la autoridad, de cualquier nivel, siempre se acobarda a la hora de hacer uso de esta prerrogativa. Y qué bueno, tampoco me hubiera gustado que dispersaran a los estudiantes a punta de garrotazos, pero en teoría un Gobierno está obligado a ello porque las calles, caminos y carreteras constituyen un bien supremo, pertenecen a todos los mexicanos y nadie puede tomarlos, por noble que sea su causa.

Algunos de los brillantes y maduros argumentos que con mayor frecuencia me espetaron fueron: “¡Ay, qué exagerado! Se pueden tomar otras rutas alternativas”. “¡Ay, es que es la única forma en que las autoridades te hacen caso!”. “¡Ay, es que el Gobierno tiene la culpa por orillar a los estudiantes a tomar estas medidas!”. “¡Ay, pero el día que una hija tuya esté peleando por sus derechos vas a pensar distinto!”.

¿Es en serio, gente? ¿Se justifica la violación de un derecho violentando el derecho de los demás? Graciosamente, hay quienes piensan que sí. En cuyo caso les pregunto:

¿Apoyarían el bloqueo si estuvieran en desacuerdo con la causa? ¿Lo apoyarían si fuese una causa con la que estuvieran totalmente en contra y que de hecho afectara sus intereses? Después de todo, el derecho a manifestarse sería el mismo, ¿no? ¿O sólo es legítimo tomar las calles cuando simpatizamos con un movimiento?

O bien: dado que existen tantas causas pendientes de ser atendidas y resueltas por la autoridad, podríamos asignar una calle para cada una de dichas causas. Así nadie va a ningún lado hasta que el Gobierno dé respuesta a cada lucha civil. ¡Lógica impecable!

Por más bonito que fuera el ambiente que imperó durante el plantón de los alumnos del Tecnológico Saltillo, entendamos que la toma pacífica de una calle no existe como concepto, el obstruir una calle es ya una acción violenta per se. Y sepa otra cosa: por más que estén romantizadas las marchas, los mítines y las protestas, históricamente logran poca cosa. Como ya hemos dicho aquí, la verdadera lucha civil está en otra parte, es mucho más larga, aburrida y menos glamurosa.

No puedo, sin embargo, dejar de comentar dos opiniones muy desafortunadas respecto a la huelga del Tecnológico, una muy cándida y otra muy retrógrada, ambas muy idiotas:

1. Los restauranteros locales pedían a los estudiantes considerar el habilitar un carril para la circulación vehicular. What!? O sea, yo estoy en contra de la toma de las calles, pero al permitir el tránsito pierde todo sentido la protesta y el mitote. Es como decirle a un secuestrador que permita al secuestrado ir a dormir por las noches a su casa. A esos genios les mandamos un sonoro Duh!

El otro, Héctor Horacio Dávila, líder empresarial con mentalidad de señor feudal, aseguró que “los revoltosos” estaban plenamente identificados y no se les daría trabajo en la industria local. Al parecer se imagina que son los años 60 y que en su calidad de empresario es el zar de la comarca y puede decidir quién tendrá el privilegio de ser su obrero y quién quedará inscrito en la lista negra para dedicarse mejor a ser el borracho del pueblo. “¡Disculpe usted, Don! ¿Nos da permiso a mí y a mi novia de casarnos? ¿Nos haría el favor de bautizarnos al primogénito? ¡Se llamará Héctor Horacio como usted!”.

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Como hay libre expresión, afortunadamente, las babosadas no se hicieron esperar.

La toma de calles es violenta, contraria al estado de derecho, inconstitucional y carece de toda lógica: “Quiero que la autoridad me haga caso... ¡Déjame voy a mortificar al vecino!”.

Aun así, no me extraña que sea tan popular y validada por un amplio sector ciudadano, cuando el mismo Presidente de la República se consagró en su carrera política constipando arterias (con garnachas, pero también como “luchador social”); siendo su mayor logro la toma de Reforma, durante la cual se asumió Presidente Legítimo, título superreal, para nada inventado ni sacado de sus cojones.

Avalar, consentir, respaldar la obstrucción del derecho de tránsito revela mucho de nuestra madurez cívica. De hecho, podemos afirmar que el bloqueo de calles es otra manera de decir: “Y no me vengan con que la ley es la ley”.

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