Elena
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El deslumbramiento por su prosa, fresca, ágil y dotada de color para pintar personajes y atmósferas llegó desde la que fuera su primera publicación, o una de las primeras por lo menos. Se trataba de “Lilus Kikus”, una historia hecha para niños que presentaba con el sello periodístico de la casa.
Luego vendría aquel “Querido Diego, Te Abraza Quiela”, donde la escritora lograba en los lectores una enorme empatía hacia la delicada Angelina Beloff y antipatía por Diego Rivera, quien la abandonó en Europa luego de 10 años de vivir juntos, marchándose a México.
Elena Poniatowska hizo un retrato del México de los años cincuenta y los que le siguieron, no sólo de sus escenarios sino de sus personajes más representativos. Cada domingo, por encargo de su periódico, cargaba su libreta de apuntes y bolígrafo hacia los distintos rumbos de la capital de la República y de ellos daba constancia en artículos semanales, luego reunidos en un volumen al cual titularía “Todo Empezó en Domingo”.
Hizo así entrañables crónicas de puntos de la ciudad que se han convertido en documentos de lo que era ese México. “Xochimilco” es una de esas piezas, donde muestra su sensibilidad y su capacidad de pintar con palabras. Termina la crónica de “Xochimilco” con esta sugerente imagen: “Así, salida del agua –estallido de flores, de verdor, de huejotes–, debió de ser la antigua Tenochtitlán”.
También de ella es la descripción de una de las jornadas de Viernes Santo en Iztapalapa, donde hace gala de un sentido del humor que no la abandonará. Lo deja claro desde el principio, en una de sus primeras encomiendas periodísticas cuando fue a entrevistar a Mario Moreno, Cantinflas, quien atravesaba entonces por un terrible cuadro de gripe. Dueña de una apostura fresca y en franco desafío casi de plano humorístico frente a la estrella del cine mexicano, le suelta cualquier cantidad de preguntas que terminan por molestarlo.
Si bien en trabajos como este se muestra irreverente, también es capaz de hacer una de las crónicas más memorables, junto a la de Carlos Monsiváis, del terremoto en la Ciudad de México en 1985. Sin tenerla a la vista se quedaron grabadas para siempre aquellas líneas donde Elena consigna la vista puesta de una de las costureras en el “naranja del metro”. Las entrevistas a las costureras y su manera de describir cómo quedó el edificio donde laboraban, dio a su reportaje la denuncia frente a la corrupción imperante.
Se propuso entrevistar a intelectuales, artistas y personajes de la vida nacional. El resultado de estos encuentros fue compilado en la publicación titulada “Todo México”, constituida por más de 10 tomos.
La virtud de su trabajo en “La noche de Tlatelolco”, rebatida en algunas de sus partes por Luis González de Alba 30 años después, me parece fue la de presentar importantes testimonios dotando de trascendencia indispensable a los hechos.
En estilo, en forma de narración, en cantidad de información recabada, en lo personal, me quedo por siempre con su libro “Tinísima”. Aquí se manifiesta como gran narradora y es uno de los textos donde más imprime su sello personal, su capacidad para recoger del ambiente la nota de color y de describir a los personajes.
Ella misma, formando parte del ambiente cultural del País, se permitirá hacer otros tantos trabajos de retrato de personajes, como el de Leonora Carrington y Lupe Marín.
Hace unos años, en una entrevista concedida luego de haber obtenido un reconocimiento a su trayectoria, si la memoria no falla, Elena adelantó que estaba trabajando en una novela sobre un ancestro suyo, Stanislaw Poniatowski, miembro de la realeza polaca. Que esperaba que el tiempo le diera la oportunidad de concluirla.
Cuando hace apenas unos días se anunció que daba a la luz a este nuevo libro, la recordé en aquella declaración. Hoy, a sus 87 años, Elena sigue produciendo y da a la luz su novela “El Amante Polaco”.
En Elena se conjuga lo mismo la adhesión que la animadversión. Hay a quienes no gustan lo que dicen se trata de un estilo almibarado. Hay otros que no se entretienen en ello y disfrutan los hallazgos. Lo que resulta irrebatible es su capacidad de trabajo y disciplina para llegar a esto, haciéndolo además con el mismo ímpetu con el cual retrató y dejó constancia de un México que ya no está, pero retratado con la pluma fresca que lo hace vigente aun hoy.