Era su abuela

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La imagen de la abuelita en México adquirió rostro con Sara García. Lo era, aunque no precisamente la abuela dulce de los últimos años, desde las películas de Pedro Infante cuando en filmes como “Los Tres García” era la jefa de familia de tres varones, estos interpretados por Pedro Infante, Abel Salazar y Víctor Manuel Mendoza. La historia, que retrata la rivalidad de los primos al enamorarse de una misma mujer, antepone el valor de la familia ante cualquier otro sentimiento.
La abuela Luisa García es el núcleo alrededor del cual los nietos finalmente entienden que en la escala de valores los de la familia y la solidaridad dentro de ella iban en primer lugar.
Emilio García Riera, el crítico de cine mexicano, describe a la pieza fundamental del filme:
“Sara García, con puro en boca, bastón en mano y crucifijo en pecho y alma, es no sólo el dios tutelar sino el ámbito mismo (tanto el pueblo donde todo ocurre, como los nietos son tocayos suyos) de dos películas que Ismael Rodríguez realizó con buena idea de qué podía gustar, interesar y conmover al gran público de barrio a las que fueron en principio dirigidas. Para ese público es a la vez halagadora y tranquilizadora la encarnación de la suprema autoridad en una anciana que lanza inapelables órdenes devotas (‘Primero está la misa’, grita a sus nietos) y reparte bastonazos”.
Es una abuela imprescindible. Una abuela en la que confluye el amor de la familia y sus decisiones son acatadas, respetadas.
Infunde cariño y veneración. Es amada y admirada. Se le teme, pero se le adora.
Una pieza musical interpretada por los tres nietos, primero en un momento de regocijo y luego en el funeral de la propia abuela, muestra el íntimo cariño hacia ella.
Dicen así los primeros versos:
Cariño que Dios me ha dado para quererlo,
cariño que a mí me quiere sin interés,
el cielo me dio un cariño sin merecerlo,
mirando ¡ay! esos ojitos sabrán quién es.
Con ella no existe pena que desespere,
cariño que a mí me quiere con dulce amor;
para ella no existe pena que no consuele,
mirándole su carita, yo miro a Dios…
¿Qué mayor abnegación y afecto en estas palabras de los nietos a la abuela? Alguien que ama y sin interés alguno, y es la abuela de uno.
“Viva su vida”, termina diciendo la canción.
La abuelita del cine nacional continuó siéndolo en la televisión, cuando apareció en la evocadora novela infantil “Mundo de Juguete”, encarnando a la abuelita ficticia, esta vez sí una abuelita dulce, de la niña Cristina, interpretada por Graciela Mauri.
Su imagen sigue presente en los hogares mexicanos: es la abuelita de una marca de chocolate, con lo que remite la idea de ser el eje central de la familia, alrededor de la cual la vida se desarrolla. Los nietos que acuden a ella, los hijos que vuelven a casa. La intimidad del hogar.
Pese a continuar en nuestra mesa la imagen de esa abuelita dulce, nuestra relación con las abuelas y abuelos ha cambiado mucho en los últimos años.
Mientras algunas abuelas se han desprendido del papel que en antaño tuvieron y sus vidas y actividades pueden perfectamente prescindir de muchos miembros de la familia, hay también abuelas y abuelos olvidados.
Abuelas y abuelos que, por su edad, van dejando la existencia que llevaron y se van recluyendo cada vez más en sus hogares.
Muchos de ellos, olvidados por los hijos. Muchos sin parientes, que dejan en tristes paredes desconocidas para ellos los últimos momentos de su vida.
Este es el mes de los abuelos. Este es el mes en que recordar lo que hicieron es refrescar nuestra memoria y hacer de ello un atajo de flores para ofrecerles transformadas en acciones concretas, y ellas son: visitar, llamar, escuchar, atender, vestir, dar de comer. Tal y como lo hicieron con nosotros mismos y nuestros padres.
Con el tiempo, en general, han dejado de ser el centro alrededor del cual giraba la vida. Hoy se han convertido, si no son productivos ya, en un satélite al que hay que esquivar.
Hoy que escribo estas líneas escuché un pequeño diálogo y vi una encantadora escena en un restaurante. Imposible no hacerlo cuando una niña de unos 7 años preguntó en voz alta a sus acompañantes (mamá, tía y dos pequeños hermanos): “Levante la mano quién quiere helado”. Mientras la tía y la madre conversaban, los niños jugaban entre ellos y no atendió ninguno de ellos el llamado de la pequeña, una persona levantó entusiasmada la mano, exclamando: “Yo, yo quiero”. Era su abuela.