El Sol, que por miles de millones de años nos ha dado su calor sin esperar nada a cambio, tiene la más alta de las responsabilidades, pues su fuerza gravitacional nos mantiene en órbita y permite que con sus rayos se dé el proceso de fotosíntesis, con el cual crecen las plantas que nos alimentan, permite que corran los vientos; las corrientes oceánicas y su radiación generan el calor que forma las nubes que nos dan el agua. El Sol ha existido, por lo menos, los últimos cinco mil millones de años y se estima que dure otros 4 mil 500 millones de años más.
Pero fue durante los primeros años de la humanidad que los humanos volteamos hacia el Sol para comprobar que todos los días nos iluminaba y que sin él la tierra se oscurecía. Nos dimos cuenta de la seguridad que brindaba su luz y los efectos que producía: alimento y calor.
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Tal majestuosidad llevó a hacerlo nuestro Dios: en Egipto se llamó Atum; en Grecia, Helios; para los romanos era Apolo; en el Mitraísmo el Sol Invictus y para los mexicas, Huitzilopochtli. Incluso, de acuerdo con algunos investigadores, la palabra Amén derivaría del egipcio Amón-Ra, nombre que después se dio al Dios del sol. La influencia del Sol ha sido tan grande que, entre las religiones, el Mitraísmo, religión profesada en la antigua Roma, celebraba su nacimiento el 25 de diciembre, fecha que después fue tomada por el cristianismo para conmemorar ese día, ya arraigado entre la población, como el del nacimiento de Jesús. Milenios después, Copérnico, el científico creador de la teoría heliocéntrica, lo imaginaba sentado en su trono real, gobernando una familia de planetas que giraban alrededor suyo.
Ayer, en algunas ciudades de Coahuila se pudo observar el eclipse total de Sol, algo que durante milenios fue visto como un signo del desagrado de Dios, o de los dioses. Un recordatorio de que la relación de los seres humanos con los cielos es más profunda de lo que se puede medir y calcular. El Sol es la fuente de todas las cosas buenas de este mundo, comenzando por la vida misma. Y así, cuando algo le sucede al Sol, no importa cuán predecible pueda ser, nuestra pequeñez y debilidad se ponen de relieve. Y eso sigue siendo sorprendente y aterrador en el siglo 10 o en el 21.
Un eclipse total de Sol aterrorizaba a nuestros antepasados que no tenían idea de la causa física del evento. Ayer, como muy pocas veces en la historia, experimentamos un día con dos noches: la luz del día, convirtiéndose casi instantáneamente en noche durante unos minutos y, con la misma rapidez, vuelve a ser luz de día.
Pero la explicación que la ciencia nos ha dado con el tiempo es que se trata de un evento extremadamente raro, que podemos resumir en que la Luna pasó directamente frente al Sol, ocultándolo totalmente, en una alineación precisa y complicada que ocurre en su totalidad sólo debido a un conjunto notable de circunstancias.
La distancia de la Luna a la Tierra es lo suficientemente cercana como para que la sombra de la Luna pueda proyectarse sobre la superficie de la Tierra. Aún más notable es vivir en una época en la que el diámetro angular de la Luna coincide casi exactamente con el diámetro angular del Sol. Aunque la Luna es 400 veces más pequeña que el Sol, está casi 400 veces más cerca de la Tierra.
Sin embargo, nuestra comprensión moderna no ha disminuido el impacto que tienen los eclipses en la mente y el espíritu. Lo fácil de decir frente a los fenómenos cósmicos es que hacen que todo en este mundo parezca insignificante, pero más bien nuestra pequeñez en relación con los cielos debería resaltar nuestra capacidad y responsabilidad únicas para dirigir los asuntos de nuestra civilización y nuestro mundo.
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Precisamente el hecho de que no podamos controlar nada en el espacio, debería centrar nuestra atención en hacer que este planeta sea lo más hospitalario posible para la humanidad.
En lo personal, creo que el eclipse es vital para entender mejor los efectos que tiene sobre nosotros. Hablamos de un territorio hostil, inhóspito, pero que todos los días nos ofrece su luz, en una abundancia tal que es más grande de lo que podemos imaginar. El Sol nos alumbra, nos calienta, nos da energía e incluso, en palabras mismas del gran Galileo Galilei, “el Sol a cuyo alrededor giran tantos planetas... No se olvida de madurar un racimo de uvas”.