¿Por qué México prefiere hablar de la Casa de los Famosos y no de la desaparición de la democracia?
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Callemos. Agucemos nuestros oídos. ¿Qué escuchamos en las conversaciones no privadas, sino públicas en casa, el café o restaurante con familiares o amigos? ¿En la carne asada? ¿En las fiestas? ¿De qué habla la gente? ¿Cuál es el centro de sus preocupaciones?
La conversación pública mayoritaria y más ruidosa está relacionada con la Casa de los Famosos. El tema de la Liga MX de fútbol soccer fue, por mediocre, eliminada. El matrimonio de los cantantes Nodal y Ángela Aguilar pasó a mejor vida y el reciente embarazo de la influencer Karely Ruiz no levantó polvareda.
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México, literalmente, vive y respira a través del destino de los sobrevivientes de esa casa: Mayito, Brigitte, Arath, Gomita, Agustín, Gala, Adrián Marcelo, Ricardo y Sian. El horizonte de vida de esos mexicanos inicia y termina ahí; para reiniciarlo en el próximo “reality show”.
Los muy pocos, sin embargo, abordan con desolación e impotencia una conversación distinta: El fin de una era −y de varias generaciones− que buscó empujar a gritos destemplados y sombrerazos delirantes, un proyecto civilizatorio y, por tanto, democrático para un país que resultó pequeño para tal propósito y, en el cual, nadie acusa recibo de su responsabilidad para callar o caer en un tobogán de ataques y justificaciones sin razón.
Pues mientras los grandes empresarios callan y obedecen al mandatario en turno para duplicar sus ganancias, los dirigentes de los partidos opositores hunden al enemigo para salvar su pellejo y, paradójicamente, hundirse entre justificaciones, poco a poco, con él.
No es Morena la responsable de ese cierre de época. No, la 4T es el resultado de una irresponsabilidad histórica de las élites económicas y políticas que depredaron y saquearon el país de manera impune por décadas. Las cuales, coludidas desde la Presidencia, el Congreso y el Senado marginaron a las grandes mayorías del modelo económico y social del país.
Irónicamente, esas élites imaginaron que los mexicanos “jodidos” −sojuzgados por su poder− no tomarían nota de esa marginación injusta cometida en su contra desde tiempos inmemoriales.
Pero se equivocaron. La violencia social del México profundo, habitado por ese mexicano “jodido”, estaba contenida, cual lava hirviente de volcán en espera de su erupción largamente acumulada. O ¿cómo explicar, parcialmente, la violencia criminal con sus excesos psicopatológicos? ¿O el florecimiento de cárteles constituidos como opción vocacional para miles de mexicanos? Esa fue lava ardiente no contenida por un Estado débil: corrupto e impune.
Por esa injusticia y violencia acumuladas, esas élites y esos partidos dieron luz a un personaje llamado AMLO, el cual, de acuerdo al sub Marcos, “tuvo el autoritarismo de Díaz Ordaz; el nacionalismo de cartón piedra de Echeverría, la demagogia corrupta de López Portillo, la mediocridad administrativa de De la Madrid, la perversidad de Salinas, la vocación criminal de Zedillo, la ignorancia enciclopédica de Fox, el militarismo y la mecha corta de Calderón, y la frívola superficialidad de Peña Nieto”.
¿Dónde quedó la Iglesia Católica que impartía la comunión dominical a los integrantes de esas élites y, además, compartía el poder con ellas? ¿Dónde estuvieron las clases medias para trabajar por una ciudadanización plena y, con ello, afirmar su participación electoral y cívico comunitaria? Para evitar, claro, la colusión de esas élites −económica, política y religiosa− y exigir una sociedad más equitativa y democrática.
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No nos quejemos si la conversación pública predominante es sobre la Casa de los Famosos y no sobre la desaparición de nuestra frágil democracia. Pensemos mejor en la responsabilidad histórica que nos corresponde asumir en lo personal y en lo colectivo para llegar a un país encerrado en esa Casa de Famosos.
Ese es el primer paso para resistir: contraer nuestra responsabilidad a partir de una pregunta: ¿Qué pudimos haber hecho para evitar la llegada de Morena y no lo hicimos?