¡Que el pueblo juzgue! Ley y justicia más valen tardías que ausentes
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Justicia y ley son conceptos quizás vagamente emparentados, pero de ninguna manera sinónimos. A veces, cuando las condiciones están dadas y todo resulta favorable, se hace justicia mediante la aplicación de la ley; pero cumplir lo legal no siempre garantiza que la balanza se equilibre.
Siendo honestos: Si con frecuencia resulta difícil y costoso acceder a la elusiva legalidad, a la justicia muy rara vez o casi nunca la presenciamos.
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Piense en cualquier ofensa, agravio o crimen en el que –por una de esas escasas circunstancias– todo el sistema legal opere en favor del agraviado y el ofensor reciba puntualmente, coma por coma, la pena establecida por el Derecho en la materia correspondiente. Pues aún así habrá algo que ni la ley ni la justicia podrán jamás restaurar ya, y es ese “estado de gracia” de la víctima previo al agravio. Las cosas jamás retornan a su estado original o al menos me cuesta imaginar un escenario en el que sí.
Nuestras leyes, toda la “ciencia” del Derecho representan el titánico y a la vez patético esfuerzo del intelecto de nuestra especie por procurarse un mundo justo para vivir frente a una realidad y una naturaleza humana que no lo son.
Es decir, la vida no es justa, nosotros debemos tratar de hacerla justa, aunque a veces nuestros esfuerzos den risa.
Pensemos por ejemplo en la afrenta máxima: privar a alguien de su vida, lo que equivale a despojarlo de absolutamente todo. ¿Cómo un sistema legal, por retrógrado o vanguardista que sea, podría restablecer las cosas para quien lo perdió todo, sus posesiones, sueños, goce, gente amada, ideas, porvenir... todo?
No hay que ser un filósofo de renombre para concluir que es sencillamente imposible. Así se le confisquen al victimario todos sus bienes en favor de los deudos; aunque el culpable purgue una sentencia de mil años o sea ejecutado de una manera especialmente cruel, no hay manera de resarcir a la víctima de un homicidio. Si usted descubre cómo, háganoslo saber en los comentarios y prepárese para pasar a la posteridad.
No obstante y pese a todo, no podemos renunciar a la ley, por más corta, defectuosa y contaminada que se nos presente, debemos siempre tocar a su puerta para que se digne a mover su fofo, lento y perezoso brazo en favor de las causas que consideremos que lo ameritan. En consecuencia, aunque parece inalcanzable, tampoco debemos dejar de aspirar a la Justicia que, aunque sabemos que es sólo un ideal, siempre será mejor encaminar nuestros pasos hacia este que extraviarnos en cualquier otra dirección.
Así que por más que se demoren en llegar la tan limitada ley y la muy escasa justicia, su dilación será también siempre preferible sobre su total y definitiva ausencia.
Hay incontables casos de gente que purgó sentencias de por vida e incluso fue ejecutada por errores o vicios en el sistema judicial de países tan avanzados como el Reino Unido, individuos a los cuales se les otorgó la exoneración décadas después de su muerte gracias a que su descendencia no dejó de promover y pelear por su causa.
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Probablemente la retribución sea ridícula con respecto al daño, pero a alguien le ha de importar lo mínimo que su nombre no pase a la posteridad como el de un vulgar criminal.
¿Tiene sentido limpiar el nombre de un inocente casi un siglo después de fallecido? ¡Decídalo usted!
Nos enteramos esta semana de que en Chile, la Suprema Corte encontró culpables y dictó sentencia a siete exmilitares por el asesinato del cantautor Víctor Jara, en 1973, en el contexto del Golpe Militar.
Cincuenta años después (casi exactos por apenas unos días de diferencia) de que el mítico trovador y disidente fuese secuestrado, torturado y ejecutado en el improvisado campo militar de detención, el Estadio Chile de futbol (hoy Estadio Víctor Jara), la ley y con ella algo de Justicia se hicieron presentes.
Otro día repasaremos las atrocidades del régimen de Pinochet. Baste saber que estas detenciones y ejecuciones masivas, con la suspensión total de los derechos humanos, fueron apenas su carta de presentación.
Cientos de presos políticos fueron concentrados en el citado estadio, pero como Jara era un líder artístico distinguido, recibió un trato “privilegiado”:
“...donde permaneció cuatro días. Lo torturaron durante horas (le realizaron quemaduras con cigarrillo, le rompieron los dedos, le cortaron la lengua y lo sometieron a simulacros de fusilamiento). El 16 de septiembre lo acribillaron y el cuerpo fue encontrado el día 19... con 44 impactos de bala”.
Decíamos que esta semana se dictó sentencia por estos crímenes en contra de un puñado de viejos excoroneles y exbrigadieres, quienes estuvieron a cargo del campo de concentración futbolístico donde se torturó y asesinó a Jara entre otros cientos.
Uno de estos culpables, un tal Hernán Chacón Soto, exbrigadier de 86 años, al enterarse de la sentencia (15 años apenas de prisión) y de que ya iban a aprehenderlo, prefirió afrontar su situación como el cobarde que siempre fue, pegándose un tiro en presencia de su esposa antes de verse en prisión pagando por sus crímenes de juventud. Cuando las autoridades arribaron, encontraron al vejete ya en calidad de fiambre.
Y ahora si júzgueme como usted quiera, pero la imagen de un carcamán asesino, acobardado por el peso de su propia culpa, orinado de miedo ante la sola idea de acabar sus días como un saco de huesos a la sombra, objeto de todo escarnio, el oprobio y el deshonor, me resulta deleitable. La escena hasta me resulta cinematográfica, a lo “Shawshank Redemption”, de una justicia poética al menos.
Que hubiera sido mejor ver a Pinochet correr con esta suerte; que habría sido lindo ver absolutamente a todos los criminales pagar por sus atrocidades. Sin duda, aunque nada le devuelve la vida a Jara. Pero esta es la ley que es humanamente ejercer y la justicia que nos es posible lograr. Poca cosa, pero mejor que nada... Otra vez: decídalo mejor usted.
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PD. Hace unos días nos enteramos también que Karla Quintana, titular de la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB) renunció luego de que el Gobierno Federal la presionara para ocultar las cifras reales de desaparecidos por un número mucho más favorable para la administración de AMLO. Es decir, se le habría pedido desaparecer a los desaparecidos.
En un acto de congruencia, Quintana dejó el puesto para disgusto del Presidente, al que no le importan estas desapariciones, ni el dolor de las familias, ni esclarecer nada, sólo la manera en que esto afecta en su popularidad.
Es completamente descorazonador el desdén de la 4T por la vida de la gente y por la procuración de justicia. Dan ganas de perder la fe por completo, pero si a Víctor Jara le llegó un poco de justicia tardía, luego de medio siglo, quizás nuestros desaparecidos deban esperar algunas décadas antes de ser tomados en serio por algún gobierno preocupado en verdad por estas desgracias y no sólo por cómo perjudican su imagen.
Como reza la frase en torno al Golpe en Chile: “¡Que el pueblo juzgue!”.
Encuesta Vanguardia
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