‘Querido Quetzalcóatl...’
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Los mexicanos somos savia de dos raíces: la indígena y la española. Tan torpe es negar una como la otra. Indigenistas e hispanistas deberían ser, por igual, mexicanistas.
Allá por 1930 un secretario de Educación apellidado Lerdo tuvo una idea peregrina. Como se vivían tiempos revolucionarios, de marcada clerofobia, pensó que el Niño Dios era reaccionario, Santa Claus contrarrevolucionario, y enemigos del proletariado los tres Reyes Magos. Había que poner a otra figura en su lugar para que los niños mexicanos no siguieran siendo víctimas de las fantasías inventadas tanto por los curas como por el imperialismo norteamericano.
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Puesto en ese camino el tal ministro dijo que en la Navidad el que debía traer los regalos era Quetzalcóatl. Se hizo que los niños de las escuelas oficiales escribieran sus cartitas pidiéndole a Quetzalcóatl dulces y juguetes. Y el 25 de diciembre un individuo disfrazado de serpiente emplumada anduvo repartiendo pelotas, carritos y golosinas a los niños de los barrios más pobres de la capital. Los chiquillos recibían los regalos, y luego se iban riéndose a carcajadas de aquel plumífero espantajo.
Poco después vino a México un señor de nombre Marc Chadourne. Lo invitó otro secretario de Educación, Narciso Bassols, quien era comunista, y le dio abundantes viáticos para que viajara por distintas regiones del país. Al final de su periplo el señor Chadourne escribió un libro –también pagado– que se llama “Anáhuac”. En él puso estas grandílocuas palabras dirigidas a los mexicanos:
“... Esta tierra en que habéis nacido no es tierra latina, América Latina, sino tierra india, patria mexicana, cuna de dioses y de hombres indios, de sueños y de cuentos indios, de árboles, de plantas y de animales indios.
“Sobre esta tierra han florecido una cultura y una civilización, artes indias cuya savia no se ha secado. Vosotros sois Cuauhtémoc y Moctezuma; no sois occidentales, nietos de españoles o gachupines, sino que tenéis en vuestras venas sangre de aquellos indios, ayer todavía esclavizados y torturados por vuestros antepasados blancos.
“Debéis creer en la preeminencia de esta sangre, en el genio del suelo y de la raza, y acordaros que millones de vuestros hermanos, explotados en las minas y en las haciendas, han sido libertados por la Revolución...”.
El texto ilustra la ideología de quienes no querían ver en México nada del precioso legado traído por España a tierras americanas. Con el conquistador sediento de riquezas llegaron bienes que ahora son parte esencial de nuestra vida: lengua, cultura, religión...
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La demagogia por la cual se quería exaltar lo indio en mengua de lo español era eso: demagogia, mentira insana, falsedad. A esa demagogia se debe la persistencia de mitos que pretenden todavía hacer de México un “país indio”. No lo es.
Quitar las raíces españolas a lo mexicano fue parte del intento de Estados Unidos para extender sin estorbos su influencia hacia nosotros y hacia los demás países del sur. Los países de América Latina.