Habló Su Majestad el Pueblo con voz clara, y todos, obviamente, debemos admitir su decisión. Estoy triste, sin embargo. Promoví la candidatura de Xóchitl Gálvez porque representaba la oposición a un régimen que ha causado graves daños a mi país. Dije una y otra vez que un voto por Morena era un voto contra México. Lo sigo pensando, sobre todo ahora que el partido de AMLO consiguió la mayoría calificada en el Congreso. Un inmenso número de mis conciudadanos opinaron en forma diferente, y respeto su determinación, vencido, sí, pero convencido no. En eso estriba la democracia: en fincar las condiciones necesarias para que la gente exprese su voluntad y en acatarla luego. Claudia Sheinbaum será la próxima Presidenta de México, primera mujer en ocupar lo que antes se llamaba “la máxima magistratura”, de un tiempo acá tan mínima. Tiene ya asegurado un sitio de importancia en la historia nacional. Muchos dirán que ésta fue una elección de Estado, y les asistirá la razón. Pero pregunto: ¿qué elección no es de Estado? La política es el arte de ganar el poder y conservarlo. En todos los tiempos y todas las geografías quien manda procura mantener su predominio, y para lograr eso emplea todos los recursos, legales y quizá no tanto. Creo que López Obrador es el peor gobernante que ha tenido México en nuestra época. Pero es, al mismo tiempo, el mejor político. Cuenta, no cabe duda, con la aprobación de la mayoría del pueblo mexicano, pese a sus enormes yerros, sus inútiles dispendios y sus excesos e ilegalidades. Lo mismo ha sucedido con otros caudillos que en el pasado tuvieron el fanático apoyo de sus pueblos, a los que luego llevaron a la ruina o la desgracia. El tabasqueño es en buena parte el artífice del aplastante triunfo de su candidata. Recurrió a todos los medios, ilícitos los más de ellos, para facilitarle el triunfo. Si él hubiera estado del lado de la oposición habría objetado esta victoria en forma aún más violenta que cuando perdió frente a Felipe Calderón. Ahora AMLO pone a Claudia Sheinbaum en una disyuntiva: plegarse a los designios de quien la llevó a la Presidencia o seguir la tradición política de México, según la cual el Presidente que sigue al anterior lo envía a la parte posterior. El problema es que López no es para irse así. Ya lo mostró con el anuncio de que podría hacer una “gira de la victoria” al lado de la candidata ganadora. La gente que la eligió, sin embargo, no quiere un mero continuismo, un López Obrador con faldas. Quiere una Presidenta que haga honor a su calidad de mujer negándose a ser mangoneada por un hombre. Yo apoyaré a una Claudia Sheinbaum independiente ante AMLO y frente a las fuerzas –armadas o no– que López ha comprado por medio de dádivas y jugosas chambas para hacerse así de una base de sustentación que le permita seguir ejerciendo su poder. Por el contrario, si la señora Presidenta abdica de su personalidad y se allana a ser un instrumento en manos del Jefe Máximo, seré su empecinado crítico, igual que lo he sido del prepotente cacique de la 4T. Claudia Sheinbaum tiene a su favor el voto de confianza que recibió de los electores, con una mayoría que superó a la obtenida hace seis años por López Obrador. La favorece también su calidad de mujer inteligente cuyo discurso de la victoria, conciliador y razonable, hizo concebir buenas esperanzas. Reúne las cualidades necesarias para ser una buena Presidenta. Si procura el bien de México, si no ataca a la libertad, la democracia y la recta administración de la justicia, tendrá en mí, hombre de instituciones, un decidido partidario... FIN.
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