Reflexiones sobre la guerra y la cultura
‘Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos’. La frase la adoptó Oppenheimer del texto sagrado del hinduismo, el Bhagavad-Gita... narra la conversación previa a una encarnizada batalla que concluirá en la destrucción de toda una era
Existen acontecimientos cuya crudeza supera nuestra capacidad para racionalizarlos. En estas situaciones, el arte —ese recipiente infinito que conserva al espíritu humano—, se vuelve necesario. Otto Dix, quien sufrió la Primera Guerra Mundial, expresó los horrores bélicos en su tríptico “La Guerra” y el “Concierto para violonchelo”, de Edward Elgar, evoca la melancolía de su compositor, quien, desde la costa británica, escuchaba el estruendo de las detonaciones de artillería en Francia.
Ante la perplejidad que me provoca la escalada del conflicto en Medio Oriente y la angustia global que emana de una inminente crisis nuclear, he recurrido a unas cuantas reflexiones de mentes brillantes. Les comparto algunas de estas, no sin antes advertirles que son pensamientos dispersos, cuya única cohesión es el oxímoron conceptual destrucción-creación.
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Me intriga que la cultura literaria occidental debutara con una apología a la guerra y a la ira divina de uno de sus héroes: “Canta, ¡oh diosa!, la ira del Pelida Aquiles”, entona el primer verso de la “Ilíada”. Es como si, desde este canto, la tradición occidental estuviera condenada a la paradójica unión entre guerra y cultura, destrucción y creación.
La imbricada relación que nos presentó Homero volvió a resonar hace 80 años, ahora en voz de un científico: Robert Oppenheimer, padre de la bomba atómica. En su caso, la dicotomía creación-destrucción se reflejó tanto en sus proyectos de vida como en su fuero interno. En agosto de 1945, el Proyecto Manhattan —programa gubernamental para el desarrollo de las bombas atómicas— culminó con la detonación de Little Boy (Hiroshima) y Fat Man (Nagasaki). Estos hechos atroces promovidos por el gobierno estadounidense resultaron en la muerte de cientos de miles de civiles.
Cuenta la anécdota que dos semanas antes de que se arrojaran las bombas nucleares sobre la población civil en Japón, durante la prueba Trinity, en Nuevo México, Oppenheimer, al ver la incandescente nube en forma de hongo, se dijo en voz alta: “Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. La frase la adoptó Oppenheimer del texto sagrado del hinduismo, el Bhagavad-Gita. Resulta sombría tanto la frase misma, como su fuente y el contexto en el que la recordó el físico nuclear.
El Bhagavad-Gita narra la conversación previa a una encarnizada batalla que concluirá en la destrucción de toda una era. El diálogo se da entre Krishna (personificación de Vishnú, deidad hindú de la creación y destrucción) y su primo Arjuna. En los albores del combate, Arjuna se encuentra dubitativo sobre pelear o no, ya que tendrá que matar a sus propios familiares durante el enfrentamiento y no desea hacerlo. Al expresarle su titubeo a su primo Krishna, éste le responde que no se preocupe, que lo que va a ser ya fue decidido por la divinidad (recordemos que él personifica al dios de la creación y la destrucción) y que la única obligación de Arjuna es emprender la acción, pelear a muerte en este caso.
El hecho de que Oppenheimer recordara esta epopeya hindú no fue solamente un presagio del genocidio atómico que sucedería dos semanas después, también nos alumbra un poco sobre su crisis existencial en ese momento: si continuar con el Proyecto Manhattan a pesar de las macabras consecuencias o sucumbir ante la inacción. Parece que el físico estadounidense sabía que desde el Despacho Oval de la Casa Blanca ya tenían tomada una decisión, fuese con él o sin él.
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Dos años después de la detonación de las bombas atómicas, en el contexto de la Guerra Fría, Oppenheimer se reunió con otros científicos —incluido Einstein— para presentar el “Reloj del Apocalipsis”, un instrumento metafórico que alerta sobre qué tan cerca estamos del fin del mundo, marcando con la “medianoche” el fin del mundo. Hoy día, con la amenaza del cambio climático, el conflicto ruso-ucraniano y la guerra en Medio Oriente, el reloj está lo más próximo a “medianoche” desde que se presentó en 1947: 89 segundos para la medianoche.
El filósofo Immanuel Kant fue severamente escéptico respecto a la naturaleza humana. En “Ideas para una Historia Universal en Clave Cosmopolita” expresó que a partir de una madera tan retorcida como de la que está hecha la humanidad, no puede tallarse nada enteramente recto. Freud le respondería un par de siglos después: “todo lo que impulse la cultura obra contra la guerra”. Ante los destructivos intereses de los líderes políticos internacionales, nos corresponde fomentar una cultura edificante del espíritu humano.
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