Reforma judicial: a la 4T le corre prisa
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Sin necesidad alguna, el oficialismo está empujando el proceso legislativo de la reforma judicial para que se realice ‘en tiempo récord’, como si eso le añadiera virtud
Para cuando usted lea estas líneas se habrán reunido más de la mitad de los 17 votos, de igual número de legislaturas estatales, requeridos para que la reforma judicial, aprobada hace apenas unas horas en el Poder Legislativo Federal, concluya el proceso establecido en la Constitución para realizar modificaciones a dicho texto fundamental.
La celeridad con la cual los integrantes del oficialismo han asumido la tarea de cumplir con la instrucción formulada desde Palacio Nacional parece dejar claro que, al menos en la etapa final del proceso legislativo, para Morena y sus aliados lo relevante no es el fondo, sino la forma.
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Y es que la “prisa” parece claramente impulsada por una especie de “simbolismo necesario”, según el cual la mayoría no solamente logrará probar que venció en la lucha por los votos, sino que tiene la energía y los arrestos para consumar sus propósitos en tiempo récord.
Es una suerte de borrachera del triunfo que sirve para dejar claro, de cara al público, la potencia de quienes se alzaron con la victoria, el avasallador paso con el cual recorren el pasillo de la victoria. Como si el objetivo fuera evidenciar que tal será el estilo en adelante.
Se trata, a no dudarlo, de una actitud innecesaria. El oficialismo ha logrado lo que se propuso en términos de la lucha por los votos, primero, y luego en la utilización de los asientos parlamentarios obtenidos. El desplante de las últimas horas no le agrega ningún elemento de calidad a su victoria.
De hecho, el mensaje que lanza es uno que se compadece poco de los principios de la democracia representativa. Y es que el mensaje pareciera ser el de un grupo político que considera haber recibido un cheque en blanco de la ciudadanía y estar legitimado por ello para actuar en cualquier forma que les parezca útil a sus intereses.
El descuido de las formas no es un buen síntoma en la conducta de quienes detentan el poder. Por el contrario, es un elemento que llama a la preocupación porque tiene el tufo del autoritarismo y retrata a quien lo exhibe como alguien que fácilmente podría ceder a las tentaciones autocráticas.
No existen récords de velocidad en materia de trámites legislativos. Y, si existieran, difícilmente podrían considerarse meritorios porque la velocidad excluye al diálogo e imposibilita el análisis sosegado que demanda una reforma como la que se encuentra en proceso.
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Más allá del destino de la reforma judicial, que ya se encuentra echado, la conducta de las últimas horas, entre quienes integran el nuevo partido hegemónico en México, debe llamarnos a preocupación porque no se inspira en las mejores formas democráticas ni se inscribe dentro de las prácticas parlamentarias deseables.
“No por mucho madrugar amanece más temprano”, reza con sabiduría la voz popular y la sentencia aplica de forma milimétrica al caso, porque la prisa con la cual se procesa el trámite legislativo de esta reforma no le añade nada a esta y sí le resta a la posibilidad de construir una democracia más robusta.