Restaurantes temáticos: Donde el menú es lo de menos y el ridículo es gratis
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Comida mamona con nombre de cuento... Eso sí, te cobran como si hubieras cenado en el Valhalla con los dioses. Pagué un dineral por una experiencia que me dejó más confundido que satisfecho
Ayer fui a uno de esos “restaurantes temáticos”, increíble yo en uno de esos restaurantes, pero por un momento pensé que la comida valdría la pena. Pero ya sabe, resultó ser de esos donde entras y desde el primer segundo siente uno que en vez de sentarse a tragar, se va a subir a una obra de teatro sin ensayar, sin libreto... y sin cena.
Apenas puse un pie y ya me estaban gritando con voz de ogro medieval:
—“¡Bienvenido, noble forastero!”.
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Y yo con hambre y cara de “nomás quiero unos tacos, compadre, bájale a tu Lord of the Rings”.
Me sentaron en un “trono” de plástico con terciopelo falso que olía a patas y humedad. El mesero llegó disfrazado de mago, bufón o quién sabe qué chingados, con una túnica más sucia que mi conciencia un lunes por la mañana. Me trajo el menú enrollado como pergamino, lo desenrollé y lo primero que pensé fue: chingá, ¿esto es comida o hechizo de Harry Potter?
”Ordene la sopa de dragón melancólico y el filete del bosque encantado”.
—¿Qué chingados es eso?
—“Sopa de calabaza con esencia de trufa, y filete con salsa de frutos rojos.”
O sea, comida mamona con nombre de cuento.
Y claro, el show no podía faltar. A mitad de bocado, se apagaron las luces y empezó una escena de combate con espadas. Uno casi me clava el acero inoxidable en la oreja mientras yo nomás quería partir el pan, no que me partieran la madre.
Y ni hablar del postre. Llegó en una calavera de yeso con humo seco, y te lo sirven diciendo: “Para sellar el pacto del sabor eterno”.
Yo lo único que sellé fue el hocico, porque sabía a gelatina con leche bronca y arrepentimiento.
Eso sí, te cobran como si hubieras cenado en el Valhalla con los dioses. Pagué un dineral por una experiencia que me dejó más confundido que satisfecho. Y mientras salía del lugar, con el estómago a medias y el cerebro saturado de performances innecesarios, me cayó el veinte...
Vivimos en una época donde todo es “experiencia”, menos la comida.
Restaurantes donde vas más a tomarte la selfie que a disfrutar el sabor. Donde si no subes la foto del platillo ridículamente montado, no cuenta. Donde los meseros actúan más de lo que sirven. Y nosotros pagamos por el show, no por el sabor.
¿Y la comida? Bien, gracias. Ahí está, escondida bajo una hoja de menta y una pinche nube de espuma sin sabor.
Así que sí, nos podremos reír del show, del mesero disfrazado, del menú que parece acertijo de esfinge... pero al final, nos iremos con hambre de lo real.
Porque a veces lo único que uno quiere es un plato bien servido, un sabor sincero, una tortilla calientita y un buen chile (de los que pican, no se emocione), sin luces, sin humo, sin mamadas.
Y es ahí, en ese momento, donde uno entiende que la verdadera experiencia no está en el tema ni en el disfraz...
Está en lo simple, en lo honesto, en lo sabroso.
Y que el mejor restaurante temático es aquel donde el tema principal es comer sabroso y sin tanto pinche circo, acompañado de nuestros seres queridos.
Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?
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