Salud mental, un reto de nuestro siglo
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El de la salud mental, no únicamente en nuestro país, no únicamente en nuestra ciudad, sino en todo el mundo, es un asunto que debiera tomarse con seriedad y con mayor programación de acciones, tanto a nivel autoridades como en el ámbito de las familias.
La pandemia vino a recrudecer el tema para el cual no se está nunca preparado. El que un miembro de la familia, o varios miembros, de pronto tengan comportamientos que en el rango general no están dentro de los parámetros considerados “normales”.
¿Qué es lo que define o no la llamada “normalidad”? Un comportamiento esperado, acorde a las normas de la sociedad, acorde a las propias familias, que “caben” en esquemas preestablecidos en un ambiente armónico de esa sociedad.
Cuando el comportamiento se torna violento, agresivo, sin una causa que lo justifique, aunque explicasen las acciones en ese sentido; cuando el miembro, de cualquier edad, toma decisiones que afectan la integridad propia o la integridad de familiares, compañeros, amigos, es momento de tomar cartas en el asunto.
En ello están involucradas de manera esencial las autoridades. Resulta indispensable que las instancias en donde han de ser atendidos los casos tengan consigo los más altos estándares de calidad en un servicio que trata con seres humanos y que por lo tanto es de lo más delicado.
Por otro lado, la presencia afectuosa y firme de la familia, el acompañamiento, el apoyo, la ayuda en todo tipo de actividades que puedan favorecer la salud mental de quienes por cualquier tipo de razón se encuentran en precario equilibrio.
Como integrantes de esta sociedad, es necesario, como decía un querido maestro, “juzgar menos y comprender más”. La comprensión que acompaña, que ayuda, que fortalece dentro de la comunidad lazos de entendimiento y que favorece la conversación y con ella una mejor comunicación.
Fácil no es, pues se trata de un tema en el que más profundamente el ser humano se recoge sobre sí mismo. Es él mismo en su mundo, en su universo; con sus preocupaciones, sus intereses y su manera particular de hacer las cosas y de entender el mundo que lo rodea.
Que para algunos puede resultar que sea inaprensible. Que no se comprenda pues no se encuentra en el radar de acción de lo que se considera, como decíamos al inicio de estas líneas, lo “normal”, lo “correcto”.
Las necesidades que los seres humanos buscan satisfacer, desde las más básicas hasta las más complejas, tienen también sus grados de exigencias en cada persona. Así, para algunos el exceso en la comida puede resultar de gran importancia comparada con la satisfacción de dormir, por ejemplo, o con la satisfacción de establecer contactos con otras personas.
De la relación con las personas puede desprenderse cualquier cantidad de conexiones que muchas veces los miembros en general de toda una comunidad podrían no entender. Pero esto es en lo que como sociedad debemos también ser educados.
En tratar de entender, de comprender, las una y mil posibilidades de uno mismo y de los demás para enfrentar cada día su propia jornada.
Este sería un llamado a que las autoridades del orden de la salud y de la educación estén cada vez más atentas con los procesos por los que están pasando los individuos en los espacios públicos, escuelas, instituciones de salud, para poder sensibilizar en el método de cómo actuar con una ciudadanía que de pronto se ve perpleja y no sabe la manera de comportarse. Y muchas veces toma el camino equivocado.
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