Suicidios: gran enigma de nuestra comunidad
“El suicidio es un problema de salud pública importante pero a menudo descuidado, rodeado de estigmas, mitos y tabúes. Cada caso de suicidio es una tragedia que afecta gravemente no sólo a los individuos, sino también a las familias y las comunidades”.
La frase anterior es utilizada por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) para advertir, de entrada, que la aproximación a este doloroso fenómeno debe darse a partir de comprender la tragedia envuelta en la pérdida de una vida humana de esta forma.
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Igual que cualquier otra muerte prematura, la que ocurre cuando un individuo decide poner fin a su existencia es una de carácter indeseable que apunta hacia un aspecto que a todos debe preocuparnos: la erosión de las razones que alimentan el instinto de supervivencia.
Porque nuestro impulso natural es mantenernos con vida. El diseño del que somos beneficiarios es uno que está orientado al sostenimiento del impulso vital y, aunque la extinción de éste es un hecho cierto, lo deseable es que solo ocurra “de forma natural”, es decir, por efecto inevitable del paso del tiempo.
Justamente porque en el caso del suicidio no estamos ante un hecho natural, ni tampoco ante un infortunio, el impacto de este tipo de decesos es tan fuerte en el entorno familiar en el que ocurren así como entre la comunidad. Por ello también es que el fenómeno constituye una preocupación de las sociedades y sus instituciones.
Y lo es aún más cuando, como en el caso de Coahuila, la incidencia del mismo nos ubica entre las tres entidades del país con mayor tasa de suicidio, solamente por debajo de Yucatán y Aguascalientes.
Reiterar los números tiene poco sentido, pues no es la cifra lo que debe colocarse en el centro de la preocupación colectiva, sino la necesidad de ahondar en la identificación de las causas y, en consecuencia, en el diseño e implementación de estrategias para afrontar la realidad.
El impulso esencial en torno a dicha búsqueda debe estar dado por una premisa simple y concreta: todos los decesos que ocurren por esta causa son evitables, porque no se trata de un agente externo, actuando sobre la estructura vital de la persona, lo que provoca el desenlace.
Identificar en etapas tempranas la fenomenología que conduce a idear la ruta; estimular el que las personas con depresión o cualquier síntoma de riesgo soliciten apoyo -y que lo obtengan-, así como destinar los recursos necesarios a la investigación del fenómeno, son acciones mínimas que deben emprender las sociedades que aspiran a considerarse compasivas.
No se trata simplemente de “desentrañar un misterio” por la curiosidad que despierta el desconocer hoy la respuesta. Se trata de descifrar el código detrás de la conducta autodestructiva para ofrecer una solución, para evitar que cualquier persona drene por completo sus reservas de impulso vital.
Se trata de atender de forma inteligente un problema de salud pública que tenemos mucho tiempo atestiguando y sufriendo.