Terceras nupcias
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Las tribulaciones de don Cucoldo, marido coronado, no tienen final. De nueva cuenta ayer llegó a su domicilio en hora anticipada, y al entrar en la alcoba conyugal escuchó ruidos extraños dentro del clóset de su esposa. Abrió la puerta y ¿a quién vio en el interior? A su compadre Pitorraudo, que no llevaba otra cobertura encima aparte de la loción que acostumbraba usar, una de la marca “Príncipe del desierto”. Le dijo don Cucoldo: “Qué bueno que lo encuentro, compadrito. Sírvame de testigo, por favor. Mi señora dice que no tiene nada qué ponerse, y mire: apenas puedo verlo entre tanta ropa”... Dulciflor, hija de familia, carecía de mundanidad. Quiero decir que ignoraba las realidades de la vida. Así, su madre se preocupó bastante cuando la ingenua chica le anunció que esa noche iba a salir con Cogelio, un tipo que gozaba de mala fama en la colonia. Se le tildaba de libidinoso, voluptuoso, rijoso y lujurioso, no necesariamente en ese orden. La señora le dijo a la muchacha: “Por ningún motivo permitas que ese hombre se propase”. Poco después de la medianoche regresó Dulciflor. Su mamá la esperaba llena de inquietud, sentimiento que no se disipó ni siquiera al ver que su hija venía luciendo una gran sonrisa. Le preguntó: “¿No se propasó Cogelio?”. “Al contrario, mamá –repuso Dulciflor–. Antes bien se contuvo. Me dijo que me haría el amor tres veces, y me lo hizo solamente dos”... La gitana le leyó la mano a doña Ndú. Le vaticinó: “Te casarás con un hombre de tez morena, delgado y alto, de cabello ensortijado, simpático, rico e inteligente”. Preguntó ella: “¿Y qué haré con el hombre paliducho, gordo y chaparro, calvo, mamón, pobretón y pendejo con el que ahora estoy casada?”... Conocemos sobradamente a don Chinguetas. Es un marido vivalavirgen, o sea desobligado ligero e irresponsable. El otro día su esposa fue de compras, y por azar lo vio tomando el café con una atractiva dama de cabellos rubios que tenía cierto parecido con Lana Turner, celebrada actriz del cinematógrafo hollywoodense, famosa por su participación en la película “Peyton Place” (1957, con Arthur Kennedy, Russ Tamblyn y Hope Lange, dirección de Mark Robson). Pero advierto que me he apartado del relato. Vuelvo a él. Cuando Chinguetas retornó a su casa en horas de la madrugada doña Macalota lo esperaba hecha un obelisco. (Nota de la redacción. Seguramente nuestro estimado colaborador quiso decir: “hecha un basilisco”). Le preguntó, furiosa: “¿Quién es la vieja con la que te vi esta tarde?”. “Ninguna vieja –respondió muy digno don Chingeutas–. Es una mujer de letras”. Ripostó doña Macalota: “De cuatro letras ¿no?”... Don Geroncio, señor de edad madura, viudo por dos veces, contrajo terceras nupcias con Hetera, mujer de prominentes formas que había recorrido bastantes kilómetros de vida, los más de ellos de terracería. La noche de las bodas él le dijo a su flamante esposa, ya en el tálamo nupcial y luego de largo rato sin ninguna actividad: “En mis canas podrás ver el anuncio del invierno, pero en mi corazón late la primavera”. Replicó, impaciente, Hetera: “Pues ponle algo de verano a esa cosa, porque si no vamos a estarnos aquí hasta el otoño”... En un pueblo del sur cierto individuo cortejó a una linda chica. Después de haber rechazado muchas veces las túrbidas demandas del sujeto ella le dijo al fin que sí. Pero puso una condición: “Lo haremos de pie sobre una hamaca”. “¿Por qué?” –preguntó con asombro el salaz tipo–. Explicó ella: “Porque no quiero que pienses que soy una mujer fácil”... Si esta noche López grita: “¡Viva la reforma judicial!”, estará gritando en verdad: “¡Muera la democracia! ¡Viva mi dictadura!”... FIN.
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