Transporte público en Saltillo: prometer como nunca, incumplir como siempre
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La frase futbolera “Jugamos como nunca, perdimos como siempre” parece hecha a la medida del transporte público en Saltillo. Cada cierto tiempo, los alcaldes desempolvan el discurso de “ahora sí” transformar la movilidad, con promesas de inversiones millonarias, sistemas modernos y soluciones definitivas. Pero, como en el fútbol, el resultado es el mismo: promesas rotas, desidia y un problema que empeora año tras año.
El ejemplo más reciente llega con el nuevo alcalde, quien, junto con el gobernador Manolo Jiménez, anunció con bombo y platillo una inversión de 100 millones de pesos para “resolver” el transporte público. Suena bien, ¿no? Hasta que recordamos que, hace 15 años, el gobierno de Jericó Abramo hablaba de 400 millones al año (unos 760 millones de pesos actuales) para modernizar las rutas, adquirir unidades con aire acondicionado, piso bajo para personas con discapacidad, y hasta transporte exclusivo para mujeres. Nada de eso pasó.
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Y así, gobierno tras gobierno, tanto del PRI como del PAN, hemos visto cómo el transporte se ha convertido en un espejo de la falta de visión y compromiso a largo plazo en nuestra ciudad. Las unidades están en condiciones deplorables: viejas, contaminantes y, muchas veces, inseguras. La experiencia de usuario es tan mala que cada vez menos personas quieren subirse a un camión. Esto crea un círculo vicioso: menos usuarios significa menos ingresos para mejorar el servicio, lo que hace que el transporte empeore aún más.
Pero el problema no es solo para quienes usan camiones. Un buen sistema de transporte público beneficia a toda la ciudad. Reduce el tráfico, la contaminación y los tiempos de traslado, y facilita que las empresas encuentren trabajadores. Todos ganamos, incluso los que manejan su propio auto. Un estudio del Estado de México en 2018 mostró que 607 autobuses mueven a la misma cantidad de personas que harían falta 415 mil autos para transportar. Imagina ese caos: vías colapsadas, aire irrespirable y una calidad de vida por los suelos.
Y, sin embargo, aquí estamos, viendo cómo los gobiernos locales cambian nombres de oficinas y presentan planes, promesas y declaraciones grandilocuentes que terminan en nada. La Dirección de Transporte Municipal se convirtió en el “Instituto Municipal del Transporte”, que ahora desaparecerá para dar paso al “Instituto de Movilidad Urbana Sostenible”. Pero los nombres bonitos no arreglan calles ni modernizan unidades. Lo que hace falta es una estrategia seria, con inversiones reales y, sobre todo, un compromiso que no termine con el periodo electoral.
El colmo es que ahora los “grandes proyectos” duran apenas un año. La gran apuesta de la administración pasada, el “Circuito Capital”, con su muy modesto esfuerzo de 14 unidades (eso sí, ampliamente publicitado), apenas duró un año antes de abandonarse debido a una planificación deficiente, que no consideró las necesidades reales de los usuarios ni logró captar el flujo suficiente de pasajeros para sostener el proyecto. Todo esto refleja una visión cortoplacista, donde lo que importa no es resolver los problemas, sino concretar negocios personales y familiares que beneficien a unos cuantos.
Saltillo es una ciudad industrial, pujante y llena de potencial. Pero mientras el transporte público siga siendo una promesa rota y la inversión en infraestructura vial se destine principalmente a beneficiar zonas como nuevos desarrollos residenciales en el norte (¿les suena el Bulevar Los Pastores, que pasa por varios enormes lotes baldíos?) o fraccionamientos exclusivos vinculados a intereses políticos, nos acercamos a algo parecido a un colapso. Esa es justamente la sensación que uno tiene cuando debe cruzar la ciudad en hora pico o entrar al centro, donde el caos vehicular parece inevitable. Seguir así nos puede costar muy caro. ¿Cambiará algo esta vez? Por desgracia, todo apunta a que no. Las palabras vacías y los discursos reciclados no llevan a nadie a su destino.
FB: AntoniolCastroV
TT: AntoniolCastroV
