Tres vueltas a mí mismo

Opinión
/ 23 marzo 2024

- I -

Por la carretera a Mazamitla, en lo alto de la sierra de Jalisco, los campesinos ofrecen jícamas a los viajeros.

Lavan muy bien las jícamas y luego, envueltas en sus hojas, las colocan atadas en racimos sobre pequeñs mesas cubiertas con albos manteles hechos por manos femeninas. Puestas en ese altar las jícamas tienen exacta semejanza con senos de mujer que asomaran entre las verdes frondas de un jardín.

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Jícamas, esdrújulo frutal, igual que México... Si en otras partes hay jícamas seguramente no han de ser como las mexicanas, sean jícamas o mujeres: pródigas; mágicas; desnudas sobre un altar; al mismo tiempo pías y eróticas como las mujeres a las que amó López Velarde, como las jícamas que vi con erótica mirada por el camino que lleva a Mazamitla.

- II -

“... Conocí a Carlos Pereyra vivo, muerto y desenterrado. Vivo, evocando en libros y tertulias a Cortés, a Pizarro, a Humboldt, a Alberdi, a Monroe... Aunque los españoles empezábamos a ser comprendidos por nuestra obra en América, nos quedamos estupefactos cuando Pereyra nos tributó, con su alegato hoy clásico, quizá la máxima justicia que hasta ahora se nos haya hecho por labios de un americano. Cuando murió en Madrid, año de 1942, el dolor por esa muerte sólo tuvo el consuelo de saber que Pereyra iba a entrañarse aún más a nuestra tierra, enterrándose en ella más allá de la muerte.

“Durante unos años yació en el cementerio de San Isidro. Una mañana de febrero fue desenterrado y abierto su ataúd al aire, frío y claro, de esta meseta guadarrameña con luz de Anáhuac. Ahí le volví a ver. Armazón de huesos amarillos que henchían la mortaja franciscana, tornada roja y como teñida en una sangre última. Aquella amarillez áurea y aquel colorado de sangre eran el color justo de la bandera española, en la que Pereyra se había transubstanciado para llevársela a su México...”.

Este bello texto lo encontré en un libro de Ernesto Giménez Caballero llamado “Amor a México”. Señorial homenaje rinde ese español al gran saltillense. La torpe burocracia oficialista condenó a Carlos Pereyra a un injusto olvido. En ese olvido lo tiene todavía. Lo tenemos.

- III -

Tengo en mi lugar de trabajo una copia de “Las Meninas” de Velázquez. Sucede que el lugar en que escribo es muy pequeño, y quise poner algo que lo hiciera ver muy grande.

En “Las Meninas”, dijo un español, Velázquez pintó el aire. En ese cuadro está toda la Pintura: la teoría y la técnica; la ciencia; el arte; la forma y el fondo... No es una pintura “Las Meninas”: es La Pintura.

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En la Galería Nacional de Escocia, en Edinburgh, encontré otro cuadro de Velázquez. Su nombre no es poético –se llama “Mujer friendo huevos”-, pero su tema es pura poesía: una mujer se dispone a hacer la comida. Si alguien piensa que eso no es poético es porque no sabe de mujeres, ni sabe de comida, ni sabe de poesía. Sobre la mesa hay un plato, y sobre el plato un cuchillo. Entre el cuchillo y el fondo del plato queda un espacio de aire. Es el mismo aire que en “Las Meninas” pintó Velázquez para la eternidad.

Este pequeño cuadro doméstico, el de Escocia, aun sin la grandeza del gran cuadro que en el Prado está, me enseña una lección: hacer bien las cosas pequeñas tiene el mismo valor que hacer bien las grandes cosas.

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