¡Un buen año!

Opinión
/ 29 diciembre 2025

A mi amigo David Molina S., emprendedor incansable y ejemplo de constancia. ¡Felicidades!

San Agustín confesó que sabía qué era el tiempo mientras nadie se lo preguntara, pero que al intentar explicarlo se le escapaba. No porque el tiempo sea confuso, sino porque no se deja poseer.

El tiempo no está fuera de nosotros; nos habita: se dilata en la memoria, se tensa en la espera y se decide en el presente.

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Particularmente, me gusta la manera en que Viktor Frankl aborda el concepto del tiempo que es siempre prestado: no somos nosotros quienes interrogamos al tiempo, es el tiempo quien nos interroga a nosotros.

Cada día -y con él cada año- no llega como una promesa, sino como una pregunta que exige respuesta. El tiempo no solo pasa: convoca y exige y nos invita a considerar que toda “culpa” es “redimible” mientras se está con vida.

En este sentido, el tiempo es una dimensión dinámica donde, a través de nuestra voluntad de sentido y conciencia, podemos activamente crear y realizar nuestro propósito, trascendiendo las circunstancias para vivir una significativa, en lugar de ser meramente arrastrado por los eventos.

INICIO

El año no comienza cuando cambia el calendario, sino cuando una persona deja de dispersarse y decide responder de otro modo a la vida que se le ha confiado.

Donde no hay respuesta consciente, el tiempo no deja huella; se convierte en desgaste. Donde hay responsabilidad, incluso un instante basta para reorientar toda una vida.

El tiempo, por sí solo, no renueva nada. Pasa. Y en ese pasar, si no hay conciencia, no deja aprendizaje, solo desgaste.

El tiempo no transforma: expone. Se nos da como regalo, pero también como exigencia. Reclama movimiento interior: caminar con atención, mirarse con honestidad y asumir la responsabilidad de seguir adelante sin autoengaños, siendo aquello que uno es.

El tiempo no es solo un transcurrir que se consume, sino una oportunidad que se confía que cada día nos pregunta si vivimos dispersos o recogidos, si solo acumulamos propósitos o ejercemos virtud.

En la tradición cristiana, el tiempo es siempre ocasión de conversión: llamado a ordenar el corazón, a examinar la propia vida y a responder con valentía y coherencia.

PARADOJA

Los estoicos comprendieron algo que hoy seguimos resistiéndonos a aceptar: la vida no se ordena por acumulación, sino por depuración. La dispersión, advertían, es una forma silenciosa de pérdida interior.

No es la falta de tiempo lo que nos extravía, sino la incapacidad de decidir en qué vale la pena invertirlo. El año nuevo no exige multiplicar propósitos; exige reducirlos hasta que quede solo lo necesario.

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Séneca fue claro: no es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho. Y lo perdemos, sobre todo, intentando atender demasiadas cosas a la vez. El exceso de intenciones no produce una vida mejor; produce una vida fragmentada.

Por eso, frente al inicio de un nuevo año, la pregunta decisiva no debería ser qué más voy a hacer, sino qué voy a dejar de hacer para poder vivir con mayor contundencia.

El estoicismo no propone una vida mínima por pobreza de aspiraciones, sino una vida sobria por respeto a la propia dignidad.

Epicteto insistía en que la serenidad comienza cuando se distingue con rigor lo que depende de nosotros de lo que no.

Posiblemente, por eso los propósitos de año nuevo suelen fracasar: se construyen sobre una ilusión de control, por la creencia de que basta desear algo con suficiente intensidad para que ocurra; es decir, debido a la falacia del pensamiento “positivo”.

El estoico sabe que no. Lo único verdaderamente nuevo que puede traer un año es una mejor disposición interior frente a lo que venga.

Por eso, el año no debería abrirse con listas interminables de objetivos, sino con una selección exigente. Elegir es siempre excluir. Y excluir no es empobrecer la vida, sino evitar que se diluya. La dispersión agota. El foco ordena. La sobriedad libera. El esfuerzo desbordado no es virtud; es falta de dirección.

CONSTANCIA

El año 2026 no demanda intensidad, sino mayor constancia y enfoque. Se trata de otorgar a la existencia serenidad y un sentido profundo.

La adversidad, siempre acechante, probablemente llegará. No necesita ser eliminada para ser soportable; requiere ser comprendida como reto para superarla.

El que sabe vivir no busca que el viento desaparezca, aprende a colocarse de tal modo que no lo derribe. Aprende a usarlo a favor de su propia navegación, pues sabe que “al ser humano se le puede arrebatar todo, excepto una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la propia actitud ante la adversidad, la decisión del propio camino”.

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SIMPLIFICAR

Lo mismo ocurre con el dolor. Séneca advertía que sufrimos más por lo que imaginamos que por lo que realmente ocurre. Una vida sobrecargada de expectativas y falsas necesidades se vuelve frágil.

Emerson llegó a decir: “Un hombre es lo que piensa todo el día”; por ello, es ineludible saber que la memoria exige depuración. No todo debe recordarse. No todo merece seguir ocupando espacio, sobre todo cuando esos pensamientos frenan el andar.

Si el año nuevo comienza con resentimientos intactos, con cuentas interiores no resueltas, ningún cambio de fecha traerá alivio. Simplificar la memoria es una forma profunda de libertad.

Lo mismo vale para las relaciones. No se trata de rodearse de muchos vínculos, sino de los necesarios.

Séneca pensaba que la verdadera amistad no multiplica contactos, sino fidelidades. El exceso de relaciones superficiales no compensa la ausencia de lealtad y atención. El 2026 no pide más gente alrededor, sino compañía auténtica, empezando por la conciencia propia.

El tiempo se revela como lo que siempre ha sido: limitado. Marco Aurelio fue implacable en esto: “No actúes como si fueras a vivir diez mil años”.

La finitud no es una amenaza; es un criterio. Nos obliga a elegir. Nos fuerza a reducir. Nos recuerda que no todo cabe, al mismo tiempo, en una vida y que intentar abarcarlo todo es la forma más segura de no vivir nada con profundidad.

PRESENCIA

Y en medio de todo, Dios. No como idea reconfortante ni como recurso simbólico, sino como criterio último, como la fuente de amor y dador de la oportunidad de existir.

El Dios de la fe cristiana, Jesús, no se acomoda a nuestros planes ni legitima nuestra dispersión; la confronta. No bendice el exceso, sino la fidelidad y nuestra capacidad de ser generosos con los “otros”. No premia la acumulación de propósitos, sino la obediencia concreta a lo justo, verdadero y bueno.

Su presencia no elimina la responsabilidad humana; la intensifica. No sustituye la conciencia; la forma. No ofrece evasión, sino juicio interior.

Ante Él, el año nuevo no se mide por intenciones declaradas, sino por la coherencia y la rectificación del camino. Así, Dios no aprieta el puño por indulgencia, sino por respeto a la libertad; pero tampoco retira su exigencia.

Sostiene, sí, pero espera. Acompaña, sí, pero reclama. Y en ese reclamo se revela que la plenitud cristiana no está en tener o poseer más, sino en responder con verdad a lo esencial.

No se trata de acumulaciones de méritos para Él, sino una forma de existencia íntegra que se manifiesta en lo cotidiano, lo humilde, lo sencillo... En la mano que extendemos al prójimo... En nuestra misericordia convertida en verbo. En acción.

VIRTUD

El año nuevo no debería empujarnos a hacer más, sino, paradójicamente, en hacer menos: emprender lo esencial con atención, sin distracciones.

A decir menos, pero con verdad. A prometer menos, pero cumplir. A reducir el ruido para escuchar lo importante. Menos propósitos, pero más firmes, sanos y constructivos.

No se trata de llenar el año de buenos deseos, sino de vaciarlo de lo que estorba. De renunciar a lo superfluo, a lo cosmético.

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El año nuevo no pide control. Pide dominio de uno mismo. No exige expansión, sino foco. No reclama una multitud de propósitos, sino uno o dos que puedan sostenerse incluso cuando el entusiasmo haya menguado.

Porque, al final, lo que define un año no es la cantidad de metas alcanzadas, sino la fidelidad a lo esencial: a nuestra razón de existir. No es cuánto hicimos, sino cómo vivimos y cómo hicimos sentir a los demás mientras lo hacíamos.

Un año nuevo no cambia la vida; la transforma el carácter con el cual se atraviesa la existencia... El balance llegará con el silencio.

¡Hagamos de 2026 un buen año!

cgutierrez_a@outlook.com

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