Lista de deseos: el sentido de la Navidad

Opinión
/ 2 diciembre 2025

Esta semana inicia el ocaso del año. Diciembre arriba anunciando lo inevitable: todo, tarde que temprano, concluye. El tiempo fluye iniciado épocas y terminado ciclos en un suceder infinito.

El continuo andar del tiempo revela la fugacidad de la vida; sin embargo, ante esta verdad, pocas personas alcanzan a dimensionar su profundo valor y significado, un valor que se vuelve aún más evidente cuando comprendemos que la existencia tiene un principio y un final que suele acercarse de “puntillas”.

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Diciembre es un mes de celebraciones para infinidad de personas que visten de colores sus casas, de posadas las fiestas y de fuegos artificiales sus vidas. Donde lo divino se diluye ante el ruido, donde los regalos intentan comprar lo incomparable y las ciudades se colapsan por las prisas y las ansias de llegar no sé a cuáles destinos.

Pero también podría ser un mes para pensar sobre el camino andado y el posible cambio de ruta que derive de esas reflexiones, sabiendo que cada día el misterio de la vida nos acerca, irremediablemente, al misterio de la muerte.

BUCKET LIST

En este contexto, existen historias que llegan a nosotros sin hacer ruido, como quien toca una puerta que ya estaba entreabierta y que luego quedan como brasas encendidas en la conciencia.

Antes de partir (Bucket list, 2007), es una película donde Jack Nicholson y Morgan Freeman comparten un viaje tan improbable como necesario, es una de esas historias que buscan despertar.

Uno puede pasar la vida sin detenerse, pero basta un instante de vulnerabilidad -un diagnóstico, una pérdida, una conversación honesta- para que la existencia revele su verdadera magnitud. Ellos, Carter (Morgan) y Edward (Jack), viven ese instante al mismo tiempo.Carter y Edward no se conocen por casualidad. Quizá nada de lo que importa sucede por casualidad. La vida, con su ironía áspera, los junta en una cama de hospital, ese territorio donde el ruido se apaga y la verdad habla sin piedad.

Carter es un hombre sencillo, un mecánico con manos gastadas y una mirada que alguna vez soñó con la filosofía.

Edward es un magnate acostumbrado a que el mundo se incline ante él. Pero la enfermedad, siempre democrática, los iguala, los desnuda. Allí, abrazados por el impúdico silencio de una habitación compartida, ambos descubren que el tiempo no es una línea infinita, sino una cuerda que puede quebrarse en cualquier punto.

Y entonces aparece la lista de deseos: la famosa “Bucket list”. La escriben primero, como un intento de recuperar lo que sienten que se les escapa. Pero pronto descubren que la lista no es una aventura, sino un espejo. En cada deseo apuntado, hay una confesión; en cada sueño, un rastro de dolor; en cada renglón, un pendiente.

La película avanza y con ella el viaje. Suben montañas, cruzan océanos, se ríen del destino y se burlan de la muerte, como si ambos quisieran demostrarle que aún no pueden con ellos. Pero no es el mundo exterior lo que cambia: son ellos.

El punto de inflexión llega en Egipto. Allí, sobre la cúspide de una de las pirámides milenarias, con el viento soplando como un susurro que viene desde el origen del tiempo, Carter le comparte a Edward algo que había guardado toda su vida: una creencia antigua, casi sagrada.

PREGUNTAS

Le explica que los egipcios creían que, al morir, ante el juicio final, el destino del alma no dependía de ritos complicados ni de riquezas acumuladas, sino de la respuesta de dos preguntas simples: la primera: ¿Fuiste feliz? La segunda: ¿Tu existencia llevó felicidad a la vida de otras personas?

Edward, por primera vez, no tiene una respuesta inmediata. Las preguntas no son complejas; lo difícil es la honestidad que exigen. El hombre que había hecho del éxito su escudo de vida se encuentra, repentinamente, totalmente desarmado ante dos interrogantes que cualquier corazón inocente entendería: la verdadera grandeza no está en los bienes que se poseen, sino en el bien que se provoca.

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Ese instante, en la cima de la pirámide, no es solo el clímax emocional de la película: es un espejo para cualquiera que haya corrido por la vida sin detenerse a preguntarse por qué lo hace. ¿De qué sirve llegar alto si se llega solo? ¿De qué vale conquistar el mundo si uno pierde la capacidad de conmoverse? ¿Para qué sirve ganar si en el camino se olvida cómo amar?

CICATRICES

Aquí, la frase de Viktor Frankl se vuelve evidente: la vida es soportable cuando existe un para qué. Carter lo ha sabido toda su existencia; Edward jamás lo había escuchado dentro de sí. Y es ahí, en ese choque entre la inercia y la lucidez, donde ambos empiezan a despertar.

Aquí la película nos confronta. Porque, en el fondo, llevamos una lista escrita con tinta invisible: la llamada pendiente que nunca hicimos, el abrazo que evitamos, la reconciliación postergada, la palabra agradecida jamás pronunciada, la pasión reprimida para ser “sensatos”, el sueño personal sacrificado en nombre de la prisa, de los otros, o del miedo.

Antes de partir nos obliga a preguntarnos qué tan larga es nuestra lista de deseos, y cuántos de esos renglones se han ido postergando hasta convertirse en cicatrices.

ADENTRO

A partir de ese momento, una grieta se abre en el corazón endurecido de Edward, una rendija por donde comienza a entrar la luz. Esa luz, la de la conciencia, es la misma que transforma cualquier vida cuando la verdad ya no puede seguir ignorándose.

La lista continúa, sí, pero ya no con el espíritu de quien colecciona experiencias, sino con el ánimo de quien se libera de ellas. Porque las experiencias verdaderas no se acumulan: se integran. No se presumen: se agradecen. No se buscan afuera: se descubren adentro.

Mientras avanzan, Carter le enseña a Edward a mirar lo pequeño: la risa sincera, el silencio compartido, la conversación que sana, el perdón que pesa más que el orgullo, el momento que solo ocurre una vez.

Edward aprende a derribar las murallas que construyó para no sentir. Y entonces ocurre lo inevitable: se vuelven mejores hombres, no por lo que hacen, sino por lo que se permiten ser.

La historia llega a su cierre con una serenidad que desarma. No busca conmover con golpes dramáticos; busca inquietar con verdades suaves. Carter se va con la paz de quien respondió ambas preguntas egipcias con honestidad. Cuando Edward se reencuentra con su propia familia, lo hace movido por el eco de esas mismas dos preguntas.

La película, como la vida, nos obliga a detenernos y enfrentar las preguntas que realmente importan. ¿Fui feliz? ¿Hice feliz a otros?

TAL VEZ

Probablemente, la mayor enseñanza de la película sea que todo lo que solemos complicar en la vida termina reducido a lo que revelan esas dos preguntas.

Que la felicidad no se mide en logros, sino en gratitudes; que el propósito se construye; que la alegría no se posee, se comparte; que el sentido no se descubre al final, sino en cada gesto, en cada decisión, en cada acto que deja una huella luminosa en alguien más.

Porque, al final, no es la muerte lo que asusta: es morir sin haber vivido de verdad. Es llegar al último tramo del camino sin poder responder con firmeza a esas dos preguntas antiguas.

Lo intolerable no es partir; lo insoportable es no haber amado lo suficiente, no haber perdonado a tiempo, no haber agradecido, no haber tocado la vida de nadie de manera significativa.

Tal vez, entonces, la tarea antes de partir no sea escribir una lista, sino tachar lo que nos impide ser quienes deberíamos ser. Tal vez, el acto más valiente de todos no esté en viajar, ni en conquistar, sino en contestar honestamente a la pregunta más sencilla: ¿Quién fui para los demás?

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Porque el día en que podamos decir que fuimos felices y que hicimos feliz a alguien más, ese día, sin necesidad de pirámides, habremos aprendido a vivir.

Quizá la única pregunta verdaderamente urgente no es cuántos años nos quedan, sino cuánta vida estamos dispuestos a poner en cada año que nos queda.

Y tal vez -solo tal vez- lo único que debemos tachar de nuestra lista de deseos sea el miedo a vivir como si de verdad estuviéramos vivos. Porque el día en que logremos eso, entonces, sin grandes ceremonias, habremos empezado a vivir, precisamente, antes de partir.

cgutierrez_a@outlook.com

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