Un teórico de la conspiración paga sus mentiras
Cuando se escriba la historia de nuestro tiempo, y algún futuro especialista tenga que explicar el daño que ha hecho la cultura de la conspiración y la posverdad, Alex Jones merecerá un capítulo especial.
Estridente, destemplado y persuasivo, Jones ha sido un cáncer en el debate público estadounidense desde hace años. A través de sus distintas plataformas, se encargó de poner en duda una larga lista de heridas recientes, desde el 11 de septiembre hasta el ataque terrorista en Oklahoma de 1995. Pero nada se compara con su atroz manipulación de ese episodio infernal que fue la masacre escolar en Sandy Hook, en el 2012.
Sin ningún pudor moral, Jones insistió hasta el cansancio que el tiroteo atroz que le había costado la vida a dos decenas de niños en edad de kínder, había sido una puesta en escena. Se inventó que los padres dolientes no eran padres sino supuestos actores. La campaña de odio de Jones desató una avalancha de abusos contra las familias de las pequeñas víctimas, que comenzaron a recibir amenazas. El dolor y la indignación de los padres debe haber sido insoportable, sobre todo porque antes de las injurias de Jones estaba la verdad de lo que había ocurrido con sus hijos: los recuerdos de los cuerpos destrozados a corta distancia por un rifle semiautomático dentro de un salón de clases.
Nada de esto le importó a Jones.
Su intención era la misma que tienen otros divulgadores de teorías de la conspiración: confundir, enturbiar, lastimar. Y por supuesto, proteger intereses.
En el caso de Jones, su propia fortuna y su defensa histórica de la industria de las armas en Estados Unidos. El daño que ha hecho Jones, pues, es incalculable, dada su popularidad y personalidad mediática.
La semana pasada, la justicia le puso un alto.
En un juicio en el que tuvo que confrontar a los padres de los niños de Sandy Hook (sus testimonios resultaron de verdad desgarradores), Jones fue obligado a pagar 4 millones de dólares en daños. Horas después se sumaría otro veredicto que lo obliga a cubrir 42 millones de dólares.
Hace un par de días, la columnista de The New York Times, Pamela Paul, sugirió que el veredicto contra Jones es una victoria importante, pero pequeña en el contexto de la batalla central de nuestro tiempo contra la cultura de la posverdad. Tiene razón, pero es importante también ver el vaso medio lleno.
En algún momento, la parte de la sociedad que no se ha infectado aún de conspiración tendrá que defender con vehemencia la verdad objetiva. No será fácil construir las naciones del futuro, incluso en el mediano plazo, si hombres como Alex Jones ganan terreno. En esa misma categoría están Donald Trump, Viktor Orban y Vladimir Putin, con toda su sofisticada maquinaria de propaganda. El mundo que dibujan todos ellos es confuso por diseño. Tiene como intención central manipular y empujar a las masas hacia la dependencia cotidiana con quien le miente. Es, en el sentido más profundo y peligroso, Orwelliano. Difícil imaginar una batalla más importante.
Si triunfa la mentira, no habrá institución que valga. Lo que sigue será el abismo.
@LeonKrauze