Una historia de abogados

Opinión
/ 26 enero 2025

El tablajero exigió su dinero, y el empresario circense se negó a cubrir la deuda. Entonces el carnicero buscó los servicios de un abogado

Aquel carnicero de pueblo fue engañado: el dueño de un circo itinerante lo contrató para surtir la carne que consumían los leones, pero se fue sin hacerle el correspondiente pago. Un año después regresó el circo. El tablajero exigió su dinero, y el empresario circense se negó a cubrir la deuda. Entonces el carnicero buscó los servicios de un abogado, a fin de que le sacara al moroso individuo el dinero que debía.

Presentó el letrado la demanda correspondiente, y como en aquel lejano tiempo la justicia era pronta, rápida y expedita, se llegó sin tardanza al trámite de embargo. Fueron el abogado, el carnicero y un actuario al circo de marras, y el funcionario judicial, previamente bien aceitado, pidió al cirquero que designara bienes suficientes para garantizar el pago de la carne que los leones se habían comido.

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−Muy bien −dijo calmosamente el del circo−. Tomando en cuenta que los leones se comieron esa carne, señalo a los mismos leones como garantía del pago.

Dictaminó el actuario:

−Quedan entonces los leones embargados, y se le nombra a usted depositario de ellos.

Siguió adelante el juicio, pero ni aun así pagó el sujeto el dinero que debía. Cumplido el plazo, y la deuda insoluta, llegaron otra vez los tres −abogado, carnicero y actuario− con el dueño del circo.

−En virtud de no haber cubierto usted el monto de la deuda −dijo el funcionario− venimos a recoger los leones para sacarlos a remate en pública almoneda. Seguramente un narco se interesará en comprarlos, pues a los malos les gusta tener fieras en sus ranchos.

−Ahí están los leones −respondió impertérrito el cirquero−. Pueden llevárselos.

Traía consigo el abogado a cuatro forzudos macheteros.

−Saquen las jaulas −les ordenó.

Procedieron los jayanes a empujar la primera.

−¿Qué hacen? −preguntó el del circo.

−Ya lo ve usted −contestó el abogado−. Nos estamos llevando los leones conforme a derecho.

-Un momento –manifestó el del circo−. Pueden llevarse los leones, pero las jaulas no. Las jaulas no fueron embargadas.

−Pero se sobrentiende... −intentó alegar el licenciado.

−No se sobrentiende nada –lo interrumpió el empresario−. Lo que no esté en la ley ni en la sentencia no ha de sobrentenderse. Pueden llevarse a los leones, pero las jaulas no. Y no digan que estoy desacatando una sentencia judicial. Yo mismo voy a sacar los leones. Son de ustedes. Pero las jaulas no se las pueden llevar.

Y así diciendo empezó a abrir la puerta de una de las jaulas al tiempo que decía a los felinos con paternal y dulce voz:

-Anden, leoncitos; vayan con los señores, que son sus nuevos dueños.

Rugían los feroces animales como el león de la Metro, y mostraban garras y colmillos mientras el empresario abría la puerta. A todo escape salieron corriendo los macheteros, pero no con la misma prisa con la que huyeron el abogado, el carnicero y el actuario.

−No se vayan −les gritaba el cabrón sujeto−. Miren que los leoncitos se quieren ir con el señor carnicero. Ya reconocieron al que les traía aquella carne tan sabrosa.

Los espantados fugitivos no alcanzaron a oír esas palabras tan gentiles. Habían llegado ya al otro extremo del pueblo, y seguían corriendo aún. Mientras corrían iban pensando cosas diferentes. El abogado, que nunca pensó que la carrera jurídica sería así. El carnicero, que era un circo tratar con gente de los circos. Y el actuario, que hay veces en que la Justicia tiene que quitarse la venda de los ojos para poder correr mejor.

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