Una historia de don Juan (III)

Opinión
/ 11 octubre 2025

¡Cómo insultó don Juan Peruno a aquel muchacho que nada le había hecho! Le dijo “no vales madre”, expresión que a pesar del adverbio negativo equivale a decir: “vales madre”. Lo llamó con fuertes palabras terminadas en –ejo y –ón y remató aquel largo desfile de dicterios con una mentada, insulto el más sonoroso y más pesado. ¡Lo que hace el alcohol!

El muchacho era prudente, con esa prudencia que no es medrosidad sino fuerte contención de sí mismo. Sin responder salió de la cantina –ahí había tenido lugar el desafuero– y quedó el tío Juan mascullando entre dientes (que es como mejor se puede mascullar) sus pestes y sus pésetes.

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Días después iba don Juan a su labor, el azadón al hombro, como siempre, cuando ¿con quién se topa? Pues nada menos que con Gualberto Ruiz, el muchacho a quien había denostado en la taberna. ¡Qué mal encuentro! Venía Gualberto con sus vacas, a las que había llevado a beber agua, y cuando vio a don Juan puso en el rostro una expresión que al pobre viejo hizo temer lo peor. Y ni cómo evitar el encuentro, pues era angosta la calleja, y para devolverse era muy tarde ya.

–Buenos días, tío Juan.

–Buenos, días sobrino. ¿Di’ónde vienes?

–De darles agua a los animales.

–Qué güeno. Ojalá y hayan bebido a su satisfaición. Bueno, sobrino, ya nos vemos. Muchas saludes en tu casa.

–Espérese, tío Juan. No se me vaya. Repítame ‘ora lo que me dijo en la cantina.

–¿Qué te dije, sobrino?

–¿Cómo que qué me dijo? Pos me insultó; quesque soy esto y l’otro; quesque valgo madre.

–Vieras que no me acuerdo.

–Cómo no. Me dijo la del cabrito.

–Pos no me acuerdo, sobrino.

–Acuérdese, qué no. Hasta me recordó la madre.

–De veras, no me acuerdo.

En eso las vacas se habían adelantado, y un par de ellas andaban como queriéndose meter en la huerta de una vecina con fama de enredadora y peleonera. Eso inquietó al muchacho, que un ojo tenía en don Juan y otro en sus vacas. Lo advirtió el tío Juan y aprovechó la coyuntura:

–Bueno, sobrino; a’i nos vimos. Saludes en tu casa.

Y se escurrió pegadito a la pared, temeroso hasta de rozarse con el ceñudo muchacho. Éste no tuvo ya más que dejar al tío para ir a poner en orden su ganado.

Don Juan Peruno se alejó de prisa, no fuera que el tal se devolviera y se la hiciera de broncas otra vez. Los vecinos se sorprendieron al verlo caminar tan presuroso –así no caminaba nunca–, y más cuando no se detuvo a saludar a nadie, ni a trabar con ellos la usual conversación. A nadie veía el tío Juan; iba como si lo siguiera el diablo.

Al filo del mediodía regresó al pueblo. Con cauteloso paso se acercó a la cantina, y con cuidado aún mayor abrió la puerta de persianas y se asomó hacia el interior, dispuesto a la retirada en caso de que su joven enemigo se encontrara ahí. Por fortuna no estaba Ruiz, de modo que entró don Juan y todavía con el soponcio le pidió al cantinero:

–Dame una cervecita para quitarme el susto, manito. ¡Vieras que trago tan ingrato me acabo de pasar!

–¿Pos qué le sucedió, tío?

–Anda, que me voy encontrando a Gualberto Ruiz en la calle del panteón, y que me reclama lo del otro día, de la vez que le eché maldiciones aquí mero.

–Qué barbaridad, tío. Y usté ¿qué hizo?

Dio un largo trago a su cerveza el tío Juan, se enjugó la boca con la manga de la camisa y respondió.

–¿Pos qué querías que hiciera? ¡Me agarré del no me acuerdo y ahí me amacizé!

Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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