Uno siempre vuelve a donde es feliz (aunque no lo admita)
COMPARTIR
Volver a un trabajo, a un proyecto, a una rutina o incluso a una persona, no siempre significa que te equivocaste al irte. Tal vez simplemente necesitabas la distancia para darte cuenta de lo que realmente valía
Dicen que la vida es un viaje sin mapa, pero yo creo que sí tenemos uno... sólo que lo vamos doblando y arrugando hasta que no se entiende nada. Caminamos, tropezamos, nos desviamos y, cuando menos lo esperamos, nos encontramos de nuevo en un lugar que ya conocíamos. A veces es físico —una ciudad, una casa, una esquina—; otras, es más bien una sensación. Un olor que te sacude, una risa que reconoces, una calma que no se negocia.
La gente cree que volver es una derrota. Como si el progreso consistiera en alejarse siempre, en descubrir nuevos horizontes y jamás mirar atrás. Pero si lo piensas bien, todo lo que crece lo hace en círculos: las estaciones, las mareas, el tiempo, los ciclos de la luna. Incluso nosotros. No somos líneas rectas; somos espirales. Y toda espiral, tarde o temprano, pasa cerca del punto de donde partió.
Volver no siempre significa retroceder. A veces es simplemente reencontrarte con la versión de ti mismo que funcionaba mejor. Es como cuando pruebas mil recetas y al final terminas cocinando la que hacía tu abuela. No es que hayas fracasado en innovar, es que entendiste que ahí estaba el sabor que siempre buscabas.
Nos gusta pensar que estamos en constante avance. Que cambiar de trabajo, de ciudad, de pareja o de amigos nos vuelve más interesantes. “La vida es cambio”, repetimos como si fuera un mantra, sin pensar que cambiar por cambiar es tan inútil como quedarse quieto por miedo.
Pero hay cambios que son puro ruido: te mueves, sí, pero en dirección contraria a lo que te llena. Es como caminar en sentido opuesto al sol y quejarte de que hace frío. Si la vida te dio un lugar, una actividad o una compañía que te daba plenitud, ¿para qué fingir que no lo necesitas? ¿Por orgullo? ¿Por miedo a que piensen que no pudiste con algo nuevo?
Ahí está la trampa: confundimos persistencia con terquedad y orgullo con dignidad. Pero en el fondo, lo único que importa es estar donde tu alma respira a gusto.
A veces el regreso es una estrategia, no una rendición. El marinero que vuelve al puerto no lo hace porque el mar lo venció, sino porque sabe que necesita reparar el barco antes de zarpar de nuevo. El boxeador que se repliega en las cuerdas no está renunciando: está calculando su próximo golpe.
En la vida pasa igual. Volver a un trabajo, a un proyecto, a una rutina o incluso a una persona, no siempre significa que te equivocaste al irte. Tal vez simplemente necesitabas la distancia para darte cuenta de lo que realmente valía.
La madurez no está en acumular experiencias, sino en saber cuáles conservar y cuáles dejar ir. Y para eso hay que tener el valor de regresar, incluso si eso implica tragarse un poco de ego.
No todos los sitios nos aceptan como somos. La mayoría exige máscaras, personajes y un esfuerzo constante por encajar. El lugar donde eres feliz se reconoce fácil: es donde tu respiración no se acelera para aparentar, donde las palabras fluyen sin ensayo previo, donde puedes estar en silencio y aun así sentir que todo está bien.
Ahí no hay filtros ni guiones. Sólo hay presencia. Y esa es la pista más clara para identificarlo: cuando estás ahí, no necesitas “hacer” para sentir que vales.
A veces el regreso parece improbable porque nos convencemos de que afuera encontraremos algo mejor, más nuevo, más brillante. Pero pasa el tiempo y descubres que no era brillo, era reflejo. Y entonces, el lugar que dejaste —ese que parecía tan cotidiano— se revela como el único en el que todo encaja. No porque sea perfecto, sino porque es tuyo. Y cuando lo es, regresar no sólo es una opción... es la única jugada que tiene sentido.
Vivimos obsesionados con la idea de “cerrar ciclos”. Nos han vendido que todo lo que dejamos atrás debe quedar sellado para siempre, como si fuera un cajón que no se abre jamás. Pero la vida real no funciona así. No todos los ciclos se cierran; algunos simplemente se repiten. Y no pasa nada.
Hay amistades que renacen después de años de silencio. Amores que reaparecen sin planearlo. Lugares que visitamos de nuevo y se sienten como si nunca nos hubiéramos ido. El tiempo no siempre destruye: a veces afina.
Cerrar por cerrar es amputar posibilidades. Volver, en cambio, es darles una segunda lectura.
Quedarte lejos de donde eres feliz por orgullo es como morirte de sed viendo un vaso de agua. Puedes resistir un rato, incluso presumirlo como una hazaña, pero al final te estás castigando a ti mismo.
No volver, cuando sabes que deberías, es vivir con la sensación de que dejaste una historia a medias. Y no hay nada que pese más que un final inconcluso.
La vida es demasiado corta para andar coleccionando arrepentimientos.
Claro, no todos pueden volver. Hay quienes queman puentes por deporte. Otros se van tan lejos que pierden el camino de vuelta. Y algunos más simplemente no soportan la idea de reconocer que fueron más felices en un lugar del que se alejaron.
Pero los que sí regresan, los que entienden que la felicidad no se negocia, descubren algo poderoso: que la vida se trata menos de llegar a nuevos sitios y más de reconocer cuáles valen la pena mantener.
Al final, uno siempre vuelve a donde fue feliz. No porque la vida sea caprichosa, sino porque nosotros lo somos: buscamos, probamos, nos perdemos... y, de pronto, nos encontramos en el mismo punto que nos dio paz alguna vez.
La clave no está en volver por nostalgia, sino por conciencia. No se trata de recrear un pasado idealizado, sino de recuperar lo que funciona y mejorarlo.
Así que, si sabe dónde es su lugar, deje de perder tiempo. No espere a que la vida le dé una excusa o a que el orgullo se desgaste. Haga el movimiento ahora. Regrese. No por costumbre, no por miedo, sino porque es ahí donde su vida tiene sentido.
Porque, si lo piensa bien, los lugares felices no esperan eternamente... pero siempre están listos para recibirnos cuando decidimos dejar de huir. Pero, al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?
Instagram: entreloscuchillos
Facebook: entreloscuchillosdanielroblesmota
Correo electrónico: entreloscuchillos@gmail.com