Viernes Santo en Saltillo: la fe de los mayores
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El atardecer es primaveralmente fresco. La brisa alimenta el momento. La claridad en el cielo dejará observar las estrellas y a la naciente luna. Se prepara en la iglesia de San Juan, al sur de Saltillo, la Procesión del Silencio. Decenas de fieles se disponen a andar el camino, justo detrás de la figura de la Madre Dolorosa, que a su vez, va en pos de la de Jesús que yace en una cama desbordada de flores.
Es el Viernes Santo y el camino comienza a las siete de la tarde. Las siete de la tarde en punto. Es un momento de duelo y de tristeza, que va acompañado por el compás de los tambores, en esta ocasión llevados por un grupo de estudiantes adolescentes.
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De vez en cuando, la multitud se detiene. Dan unos pasos y hacen altos en el camino. A la vera del sendero se han apostado decenas de personas, algunas en sillas, otras de pie. Entre ellas, un gran número que proceden del Asilo de Ancianos, ubicado en la calle Hidalgo. De entre ambos grupos surgen sonrisas de simpatía, los que van caminando y aquellos que los observan con atención.
Niños, jóvenes y adultos continúan su marcha. El recorrido de la peregrinación es por todo Hidalgo y, en esta ocasión, hasta la iglesia de la Luz. Una joven sigue la peregrinación con su bebé en carriola: avanza con rapidez, en dirección a la Plaza de Armas. Y ahí se detiene para observar con mayor amplitud. La figura de Catedral se levanta imponente.
Parpadean las llamas de las velas que traen consigo algunos fieles. Arriban a las afueras de la Catedral y la voz del locutor Pedro Gaytán al micrófono anuncia su llegada y refiere la trascendencia y profundidad del Viernes Santo. Lo profundamente sagrado de lo ocurrido hace dos mil años: lo que sigue congregando a los fieles y determinado sus vidas hoy.
Frente a Catedral la multitud se creció momentáneamente. Cientos de fieles, algunos de los cuales se unieron a la peregrinación original, dejando atrás las luces y el aroma de comida que se levanta de los puestos colocados provisionalmente durante estos días.
El grupo continúa con su andar. El silencio es roto por el sonido de los tambores. Las estrellas cobran brillo. Y algunos de los caminantes se preguntan si habrá ceremonia en la iglesia para organizar su regreso.
Ya en la calle Corona, la procesión de fieles penetra a la iglesia, donde ya los esperan el padre Miguel, de la iglesia de San Juan, y el sacerdote encargado de la iglesia de la Luz. Ambos dan la bienvenida. El padre Miguel insta a entrar a los fieles, que van tomando asiento y llenando cada espacio.
El padre Miguel se refiere a la fe, a la importancia de tener fe, de procurar la fe y de dar testimonio de ella. Palabras que movieron a los fieles y que, al día siguiente, y como lo vinieron haciendo en los servicios de los días santos, harán que se sientan tocados en esta fe de sus mayores.
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El recorrido, acompañando a la Virgen Dolorosa, ha tenido, en su parte más fervorosa y conmovedora, el estímulo de la fe a que hace referencia el sacerdote. Se hace una fila en donde ha sido colocada su figura y es ahí donde muchos deciden dejar sus velas.
La joven madre de la carriola, los adolescentes del tambor, los fieles todos, van de vuelta a casa fortalecidos en esa luz que los iluminó esta noche de Viernes Santo.