Y la historia, apá, ¿ón’tá?
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¿Poseen nuestros políticos consciencia y responsabilidad de su diálogo personal con el momento histórico que vive el país? ¿Asumen ellos las consecuencias éticas de sus actos, por la manera como impactan al país? ¿Les preocupa cómo serán registrados esos actos por los futuros libros de historia?
Lo pregunto porque podrían aparecer ellos como ladrones del erario público; cínicos y desleales; esquiroles, al servicio del gobierno u otro partido; rompedores de la unidad partidista a cambio de impunidad y faltos de transparencia por su fortuna personal dispar, claro, en relación con su modo de vida.
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Mirar la clase política de cualquier origen −morenista, panista, priista, perredista, petista o verde− obliga pensar que le vale madre su diálogo con la historia en el presente, la responsabilidad ética de sus actos y el juicio futuro de la historia. Obvio. Este valemadrismo, se lleva a México de encuentro por ser irrelevante para ellos.
¿Por qué nuestra clase política es tan pobre en su capacidad ética para reflexionar sobre sus actos, ignorar su diálogo con la historia y redescubrir su obligado y entrañable amor por México?
Tres serían las razones: 1) El bajo nivel del desarrollo institucional del Estado mexicano ha impedido la formación meritocrática de cuadros profesionales para integrarse en la función pública a todos los niveles. De hecho, el sistema profesional de carrera es casi inexistente. El arribo de Morena a la presidencia empobrecerá, aún más, la formación de liderazgos institucionales con una preocupación de Estado.
2) Existe una cultura política en gobierno y partidos políticos que comparten el ADN priista por haber sido el partido que, desde el poder, inoculó el sistema político con ella.
Por ello, el ADN de funcionarios públicos y militantes es caudillista, autoritario, vertical, patriarcal, disciplinado, obediente, incapaz de autocrítica y preocupado por sus intereses, nada más. Morena regresará el nivel de esa cultura a los años sesenta. Y, desde el Estado, optará por reprimir −nada más− en vez de cooptar al adversario, como lo indicaba el manual de la cultura priista.
3) Los partidos políticos, sin distinción, son una bolsa de trabajo que acoge militantes de distintos niveles de escolaridad y preparación profesional. Esta bolsa laboral nutre de cuadros partidistas a la estructura burocrática de los gobiernos municipales, estatales e inclusive del Gobierno Federal, sin importar capacidad o profesionalidad.
Morena seguirá este patrón en las seis gubernaturas obtenidas este 2 de junio. Y lo repetirá en las otras 18 gubernaturas bajo su control.
Dado este escenario, ¿de dónde saldrían los liderazgos institucionales con visión de Estado, si la estructura organizacional de gobierno los evita, la cultura política de funcionarios públicos y militantes partidistas la repele y estos, integrados a la burocracia, buscan únicamente su supervivencia diaria?
Entonces, ¿cómo exigirles a éstos y a sus líderes partidistas estar conscientes de sus actos, ser responsables éticamente de ellos y de asumir su diálogo con el presente y el futuro? Ni el mago Merlín, el Chapulín Colorado, Mandrake o las Tortugas Ninja, podrían ayudarlos.
Aunque la pregunta, claro, continúe escrita en el firmamento: “Y la Historia, apá, ¿ón’tá?”.
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Nota 1: En artículo posterior a las elecciones del pasado 2 de junio no agregué a un ganador de esa contienda; la Secretaría Ejecutiva del IEC que, bajo la coordinación de Gerardo Blanco Guerra, logró una participación ciudadana del 64.5 por ciento; también Coahuila fue el primer estado de la República en tener listo el material electoral y las boletas, e instalar el 100 por ciento de las casillas en el estado (3 mil 143 casillas) en colaboración con el INE. Fue, además, el segundo estado con el mayor número de observadores electorales, después del Edomex.
Nota 2: Regresaré a nuestra conversación DM, el próximo 6 de agosto. Felices vacaciones, apreciado lector.