‘Trash’, una mirada a la miseria de un personaje frustrado
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El unipersonal de Teatro Columna Cuatro que presentó durante el mes de marzo en Sala Prisma muestra a una joven en un momento muy oscuro de su vida
Ramona está en un hoyo. Eso queda claro desde el inicio. Su vida está rodeada de oscuridad, figurativa y literalmente. Entre las sombras de su habitación sus pensamientos regresan al pasado, a los momentos frustrantes, a las esperanzas vacías y las ilusiones que acabaron en decepciones.
Este es su mundo, lo que observamos de ella en escena en el espectáculo unipersonal “Trash”, producción de la compañía Teatro Columna Cuatro, con dramaturgia de Gabriel Neaves –quien también dirige– basado en textos del director y la actriz principal, Victoria López, que concluyó su temporada de estreno este fin de semana en Sala Prisma.
Con muy poca luz, el escenario del recinto cultural se convierte en un entorno claustrofóbico, que nos encierra con esta joven que, como si estuviera leyendo su diario, revela al vacío lo que no ha sido capaz de decirle al mundo real.
Esta sensación se recalca a través de distintos dispositivos, uno de ellos tecnológico y el más predominante. Una cámara de video, conectada a una vieja televisión CRT, le permite a la protagonista mostrarnos sus más minúsculas expresiones, lo que resulta en un encuentro que puede llegar a resultar grotesco dependiendo de la exposición y el sentimiento que esté desbordándose en ese momento.
“Trash” es una obra incómoda. Ramona, creada por Neaves y López antes de siquiera tener un libreto –como lo explicaron en una entrevista previa con VANGUARDIA y al término de la función–, está tocando fondo. El público atisba desde sus asientos la decadencia de la pobre chica, sin más opción que ser testigo de sus pensamientos, prejuicios y miedos.
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A nivel escénico y visual logra crear un entorno hostil y deprimente a partir de elementos considerados habitualmente como opuestos; peluches, ropa rosa, tutús de ballet. Sin embargo, en el escenario de Sala Prisma, de tres frentes, la puesta favorece una forma a la italiana, dejando a los asistentes en los costados con imágenes parciales o la espalda de la actriz –que se resuelve con la cámara en algunas ocasiones–.
Indiscutible es el trabajo actoral de Victoria López, quien se enfrenta sola a la escena por primera vez desde hace más de cinco años y entrega sin trastabillar la constante frustración de Ramona.
Este unipersonal mantiene a su protagonista en una misma tónica: ensimismada y aparentemente desprovista de toda esperanza. La propuesta se queda como una instantánea de un momento deprimente, inamovible para el personaje y para el espectador, para quien la idea de no poder intervenir en la obra nunca había sido tan opresora.