100 años cambiando la hora

Vida
/ 26 marzo 2016

Aquel primer cambio de hora de 1916 se justificó por razones de ahorro energético, igual que en toda su azarosa historia.

El horario de verano, con sus largas tardes, habría que agradecérselo a la Primera Guerra Mundial. En unos días, el 6 de abril, se cumplen 100 años desde que Alemania decidiera adelantar el reloj por la guerra. La decisión fue poco a poco seguida por la mayoría de los países más desarrollados de entonces. Aquel primer cambio de hora de 1916 se justificó por razones de ahorro energético, igual que en toda su azarosa historia.

Cuando el káiser Guillermo II firmó el decreto del sommerzeit (horario de verano) el 6 de abril, lo hizo como una medida de guerra. Entonces, el carbón movía y encendía el mundo, pero la guerra lo estaba convirtiendo en un producto cada vez más caro de conseguir, en especial para las potencias centrales como Alemania o el Imperio austrohúngaro. El oscuro mineral era fundamental para los trenes cargados de tropas y suministros o para iluminar las fábricas de armamento, las dos prioridades del Consejo Federal Alemán. Por eso, aquel domingo 30 de abril de 1916 a las 11 de la noche sería las 12.

El ejemplo alemán fue seguido por muchos países europeos. Sus aliados austrohúngaros cambiaron la hora a la vez que los germanos. En otro ejemplo más de la racionalidad económica de la medida, los países cercanos a Alemania, con fuertes vínculos comerciales, como Países Bajos, Dinamarca o Suecia, adelantaron sus relojes en los días siguientes. Pero la decisión con mayor significado histórico fue la de los británicos. Los primeros que habían intentado convertir en norma el horario de verano no querían ser los últimos.

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Un año antes de que los alemanes instauraran por decreto el horario de verano, en el Reino Unido moría el constructor William Willet. Apasionado de las carreras de caballos y del golf, a Willet le fastidiaba cómo, al llegar el verano y sus días más largos, sus conciudadanos no sabían aprovechar esas horas extra de luz. Desde 1907, cuando tuvo la idea de adelantar la hora, dedicó la mayor parte de su tiempo y su fortuna en conseguir que la Cámara de los Comunes aprobara una ley sancionando lo que los anglohablantes llaman Daylight Summer Time, o DST a secas. En su caso, el factor económico solo era uno más. Para Willett, también era importante el tiempo extra de luz solar que sus compatriotas podrían disponer para el ocio, la práctica del deporte o estar con la familia.

Cinco veces consiguió Willett que su idea se debatiera en el Parlamento y las cinco fue tumbada. El constructor amante de la luz del día, por la importancia que le daba en sus casas, tuvo grandes aliados en su causa, como el futuro primer ministro Winston Churchill. Pero también se encontró con grandes objetores. Además de los granjeros y los que defendían sus intereses, buena parte de la comunidad científica de entonces se mostró en contra. En particular, los editoriales de la revista Nature fueron muy críticos: "La idea es impropia de la dignidad de una gran nación y haría de nosotros el hazmerreír de las gentes ilustradas del mundo", mantenía uno de sus editoriales sobre la materia.

La decisión alemana reavivó los rescoldos del plan de Willett. Esta vez el Gobierno británico, que había desdeñado el plan en los años anteriores, lo apoyó como parte de un programa para sostener la economía de guerra. Buena parte de los mineros del carbón estaban ahora en las trincheras y la producción del mineral había menguado. Además, al haber más horas de luz, se reduciría el consumo eléctrico y los barcos podrían ser descargados hasta más tarde sin temor a los ataques de los dirigibles alemanes.

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Willett no pudo ver la aprobación de la Summer Time Act, en mayo de 1916. Tampoco pudo saber cómo los británicos rebautizaron el horario de verano como la hora Willett. Ni siquiera pudo oír a sir Henry Norman, uno de los primeros en apoyar a Willett una década atrás, terminar su alegato a los Comunes diciendo: "Quiero pensar que llegará un día en el que los trabajadores de este país, y en eterno agradecimiento, querrán erigir en honor de William Willett una estatua en alguna colina donde pueda ser bañada por el primer rayo de un amanecer de abril, una hora antes de la Hora Media de Greenwich". La estatua fue finalmente levantada en 1927 y en su reverso hay un reloj solar con la leyenda HORAS NON NUMERO NISI AESTIVAS, que en latín quiere decir, solo marco las horas del verano.

Tras los británicos, sus aliados también adelantaron la hora. Los franceses, que la llamaron l'heure d'été, lo hicieron en junio. Los rusos ya convertidos en soviéticos lo hicieron en 1917. En una clara muestra de la conexión bélica del cambio horario, los estadounidenses solo adelantaron sus relojes en 1918, cuando entraron en la contienda y por el mismo motivo: ahorrar la factura energética.

España fue una de las últimas naciones occidentales en cambiar la hora. En un real decreto de abril de 1918, se implantaba el adelanto horario para el 15 de ese mismo mes, cuando a las 23 horas serían las 24 horas, volviendo a recuperar esa hora el seis de octubre. Como el resto de los casos, "la razón aducida fue la escasez de carbón provocada por la Primera Guerra Mundial, que obligó a intensificar la producción y a reducir el consumo y, al mismo tiempo, armonizar el horario con el de los países vecinos", escribía Pere Planesas, del Observatorio Astronómico Nacional, en un artículo del Anuario del Observatorio Astronómico de Madrid.

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Finalizada la guerra, también se acabó el horario de verano. La práctica totalidad de los países dejaron de cambiar la hora, salvo los británicos, que la han mantenido a lo largo de todo este tiempo, llegando incluso a realizar un experimento en los años 60 doblando el cambio de hora, adelantándola en dos horas. Durante tres años, los británicos tuvieron la misma hora que los europeos continentales.

La generalización del cambio de hora no volvió hasta que hubo una nueva guerra. Hitler, por ejemplo, adelantó los relojes en 1940. Los franceses, esta vez como imposición germana, hicieron lo mismo. Los estadounidenses repitieron la jugada del 18. Reinstauraron el horario de verano en 1942, cuando ya habían entrado en la Segunda Guerra Mundial, tras el bombardeo de Pearl Harbour, en diciembre del 41. Los británicos, que no habían abandonado su gran invento, fueron más allá y adelantaron el cambio de hora seis semanas y llegaron a plantearse adelantar los relojes ya en febrero.

De nuevo, acabada la guerra, todos los grandes países se olvidaron del cambio de hora... hasta que llegara la nueva crisis. Así, en los años 60 solo Reino Unido e Italia mantenían el horario de verano. En un país tan federal como Estados Unidos había estados donde se podía cambiar de hora más de una decena de veces. Aún hoy, aunque una ley federal aprobó la vuelta al horario de verano en 1975, todavía hay estados, como Hawái o Arizona, que no siguen la norma. Tampoco lo hace Alaska pero, por su latitud, no tendría sentido.

La crisis del petróleo desatada por la guerra entre árabes e israelíes, el apoyo de los estadounidenses a estos últimos y el bloqueo de las exportaciones de crudo de las naciones árabes a Estados Unidos volvieron a poner de moda el horario de verano. El argumento era el mismo que cuando Willett y el carbón. Una hora más de luz al día suponía un menor consumo de derivados del petróleo.

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Desde entonces, el cambio de hora se ha mantenido en unos 70 países, la mayoría en el hemisferio norte. Incluso, se ha visto reforzado. En Estados Unidos, por ejemplo, la duración del horario de verano se alargó para que cubriera la noche de Halloween. En Europa, la Unión Europea armonizó el sistema y fijó la hora y fecha para el cambio de hora en las 2:00 del sábado al domingo del último fin de semana de marzo.

Para David Prerau, autor del libro Seize the Daylight: The Curious and Contentious Story of Daylight Saving Time sobre la azarosa historia del cambio de hora y asesor del Congreso de EE UU para el cambio de hora, aunque el argumento del ahorro energético ha marcado la historia del horario de verano, "a la mayoría de la gente le gusta porque disfrutan teniendo una hora extra de luz del día por la tarde, cuando la encuentran más aprovechable que por la mañana".

Prerau también es de los que mantiene que el cambio horario ahorra energía, reduce los accidentes de tráfico o reduce la tasa de criminalidad. Pero también reconoce que es un grave trastorno para granjeros y agricultores y que, si se adelanta mucho, en las latitudes más al norte, amanece a media mañana. Pero, sostiene, "en conjunto, el horario de verano es muy beneficioso siempre que no lo tengas en los meses más oscuros del invierno".

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