La deidad de Jesús

Bienestar
/ 24 julio 2019

El cristianismo nos ha enseñado que Jesús es Dios. El propósito de este artículo es demostrar que esto fue reconocido por el propio Jesús, según se desprende de las palabras que Él mismo pronunció.

La mayoría de la gente entiende que hay un solo Dios, llamado con diferentes nombres según las creencias de cada quien (Padre, Señor, Jehová, Yavé, Alá). La creencia en un dios, en todos los sistemas religiosos, plantea preguntas difíciles cuando observamos la manera cómo diferentes grupos retratan a Dios y buscan describir cómo relacionarse con Él. 

El tema se vuelve aún más crítico cuando una tradición religiosa (en este caso el cristianismo) dice que Dios se hizo carne, se convirtió en hombre y caminó sobre la Tierra. De hecho, la tradición cristiana ha afirmado durante más de dos mil años que Dios hizo realmente eso. 

El Evangelio de Juan proclama que “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros... y vimos su gloria como el Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1: 14). Juan, por supuesto, se está refiriendo a Jesús de Nazaret, y su afirmación supone un interesante desafío para los pluralistas religiosos. Si lo que dice Juan y el resto de los escritores del Nuevo Testamento acerca de Jesús, es cierto, entonces Dios convivió con un pequeño grupo de discípulos a quienes enseñaba cómo deberían ser las cosas. Si Jesús fue Dios, entonces en el registro bíblico tenemos un relato de primera mano de cómo es Dios. Y las afirmaciones acerca de Dios, diferentes a las que da la Biblia deben ser descartadas. En otras palabras, si Jesús fue Dios, los demás textos o tradiciones que enseñan acerca de Dios, están equivocados (por ejemplo, Alá no puede ser Dios). El cristianismo depende de una enseñanza central: la deidad de Jesús. Si esta afirmación es aceptada, entonces se reduce grandemente la viabilidad del pluralismo religioso (no es posible aceptar a las demás creencias religiosas como verdaderas). Porque si Dios en verdad se hizo carne y habló directamente a sus discípulos acerca de temas como el pecado, la redención, el Juicio Final y las religiones falsas, entonces tenemos que el Dios del Universo expresó intolerancia hacia otras afirmaciones religiosas.

LA AUTOPERCEPCIÓN 

Al examinar la evidencia que apoya la afirmación de que Jesús es Dios, un buen punto de partida son las palabras que pronunció el propio Jesús de Nazaret. Es importante recordar que la vida de Jesús no estuvo dedicada a hacer teología ni a pensar o escribir acerca de temas teológicos. Su vida estuvo centrada en las relaciones, primero con sus discípulos y luego con el pueblo judío. Y el propósito de esas relaciones era infundir en ese pueblo la creencia de que Él, Jesús, era su Salvador o Mesías. Cuando el paralítico de Marcos 2:5 fue bajado del techo por sus amigos, la primera reacción de Jesús fue decir que los pecados del hombre le eran perdonados. Los escribas sabían las implicaciones de esta declaración, porque sólo Dios podía perdonar los pecados. Por lo tanto, entendían que Jesús, cuando dijo esas palabras, estaba ejerciendo un privilegio divino —o estaba blasfemando. Jesús tuvo la oportunidad de aclarar las cosas negando que tuviera la autoridad para hacer lo que sólo Dios puede hacer. En cambio, su respuesta refuerza su atribución de divinidad. Jesús dice: “¿Por qué caviláis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico ‘Tus pecados te son perdonados’, o decirle ‘Levántate, toma tu lecho y anda?’. “Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados, a ti te digo (señaló Jesús dirigiéndose al paralítico), ‘Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa’”. Para confirmar su autoridad Jesús no sólo perdonó públicamente los pecados del paralítico, sino que le ordenó levantar su lecho y volver a su casa. Este pasaje muestra que Jesús hizo afirmaciones y realizó milagros que revelan una autopercepción de su propia divinidad. 

MÁS EVIDENCIAS

Varios comentarios que hizo Jesús acerca de su relación con el Padre serían inusuales si Jesús no se considerara igual en esencia con Dios. En Juan 10:30 dice que verlo a Él era ver al Padre. Más adelante, en Juan 14:7-9, agrega que conocerlo a Él era conocer al Padre. Jesús también dijo haber existido “antes” de su encarnación en la tierra. En Juan 8:58 dice: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy”. Algunos creen que las palabras usadas aquí por Jesús constituyen su atribución de deidad más fuerte. 

Este pasaje podría ser traducido literalmente como: “Antes que Abraham viniera a la existencia, yo existía continuamente”. Los judíos reconocieron las palabras “Yo soy” como una frase que se refería a Dios, porque Dios la usó (1) cuando comisionó a Moisés para que exigiera la liberación de su pueblo a Faraón (Éxodo 3:14), y (2) Dios la empleó para identificarse en la segunda mitad del Libro de Isaías. Los judíos que escucharon a Jesús entendieron la naturaleza de esas afirmaciones. Luego de oirle decir que existía antes que Abraham, inmediatamente recogieron piedras para lapidarlo por blasfemia, porque entendieron que había dicho que era Dios. En su juicio, Jesús hace una declaración más clara de quién es Él. Los judíos decían a Pilato, en Juan 19:7: “Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios”. Mateo 26 registra que, en el juicio de Jesús, el Sumo sacerdote le dijo: “Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios. Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo”. Esta habría sido una excelente oportunidad para que Jesús se salvara aclarando cualquier concepto erróneo acerca de su relación con el Padre. En cambio, se puso en una posición de igualdad, de poder y autoridad únicos. De nuevo, los judíos entienden lo que dice Jesús. El Sumo Sacerdote proclama: “¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia”. Pilato pide un voto del concilio y éstos exigen su muerte (Mateo 26:65, 66). Otro indicador de cómo Jesús se percibía a sí mismo es su uso de las Escrituras del Antiguo Testamento y la forma en que hacía sus propias proclamaciones de verdad. En varios casos Jesús comenzó una oración diciendo: “Oísteis que fue dicho... pero yo os digo” (Mateo 5:21, 22, 27, 28). Jesús otorgaba a sus palabras la misma autoridad que a las Escrituras. Aun los profetas, cuando hablaban de parte de Dios, comenzaban sus declaraciones diciendo: “Vino palabra del Señor a mí”, pero Jesús comienza diciendo: “Yo os digo”. 

LOS APÓSTOLES Y LA IGLESIA PRIMIGENIA 

El Evangelio de Juan comienza con una declaración asombrosa, tanto de la deidad como de la plena humanidad de Cristo. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios”. Más adelante, en el versículo 14, Juan dice que este “Verbo” se hizo carne y habitó entre nosotros, y apunta a Jesús como este “Verbo” encarnado. ¿Qué quiso decir Juan en este notable pasaje? La primera frase podría traducirse como: “Cuando inició el Comienzo, el Verbo ya estaba ahí”. En otras palabras, el “Verbo” coexistía con Dios y por lo tanto ya era antes del tiempo y de la creación. La visión tradicional de la fe cristiana ha sido que Dios se reveló a sí mismo a nosotros como tres personas separadas —Padre, Hijo y Espíritu Santo— que compartían una esencia común. La creencia en la igualdad esencial de Jesús con Dios el Padre, fue comunicada por los Apóstoles a los primeros Padres,y aún cuando estos últimos lucharon a menudo con la forma de describir el concepto de la Trinidad con precisión teológica, sabían que su fe estaba en una persona que era a la vez Hombre y Dios. Clemente de Roma es un buen ejemplo de esta creencia. Al escribir a la iglesia de Corinto, Clemente da a entender la igualdad de Jesús con Dios el Padre cuando dice: “¿Acaso no tenemos un Dios, y un Cristo, y un Espíritu de gracia derramado sobre nosotros?”. Más adelante, en su segunda carta, Clemente dice a sus lectores que “piensen en Jesús como Dios, como el juez de los vivos y muertos”. 

Clemente también describió a Jesús como el Hijo de Dios preexistente, “que existió antes de que asumiera la carne humana”. Para el año 325, la iglesia había comenzado a sistematizar la respuesta del cristianismo a las diversas visiones heréticas de Cristo. El Credo de Nicea afirmó: “Creemos en un solo Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y la tierra, de todo lo visible y lo invisible; y en un sólo Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios engendrado del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, verdadero Dios de verdadero Dios, engendrado no creado, de la misma sustancia que el Padre y por quien todo fue hecho”. {3} La creencia en que Jesucristo es de la misma esencia que Dios el Padre comenzó con Jesús mismo y fue enseñada a sus Apóstoles que, a su vez, transmitieron esta creencia a los Padres y apologistas de la iglesia primitiva. La deidad de Jesús es el fundamento sobre el cual descansa la fe cristiana. 

(El autor, Don Closson, es experto en estudios bíblicos. Si usted tiene algún comentario o pregunta sobre este artículo, por favor envíelo a espanol@probe.org)

 

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