Cuando el amor se convierte en deuda
Cuando el rol de proveedor se vuelve el eje central de la relación, muchos hombres comienzan a perder conexión con su identidad más allá de lo material.
En muchas relaciones, especialmente en aquellas donde el hombre asume el papel de proveedor, surge una dinámica silenciosa pero poderosa: él entra con ilusión, con el deseo heroico de proteger y sostener. Ser quien cuida y provee le da sentido, lo conecta con el amor. Pero con el paso de los años, esa responsabilidad se convierte en carga. Sin darse cuenta, el hombre empieza a sentir que su valor en la relación se reduce a lo que ofrece materialmente.
Aunque la mujer también trabaje, suele recaer sobre ella la carga mental del hogar: tareas, uniformes, emociones de los hijos, pequeñas decisiones del día a día. Él, que no vive ese ritmo, empieza a desconectarse. Ella, que se siente sola en el esfuerzo cotidiano, comienza a reclamar. Y el reclamo, aunque muchas veces nace del dolor, se transforma en juicio: “nunca estás”, “no te involucras”, “haces falta”.
El problema es que el reclamo no construye, sólo despierta culpa. En la mente del otro se traduce como “me debes, no eres suficiente”. Y cuando alguien siente que vive bajo esa mirada, deja de amar con libertad. Aparecen las defensas: “yo también doy”, “yo también me esfuerzo”, y la relación se convierte en una lucha de poderes donde cada uno intenta demostrar su valor. Entonces el amor, ese que un día unió, empieza a diluirse entre exigencias y comparaciones.
Ella ya no siente al hombre que la cuidaba, sino a un ausente.Él ya no ve a la mujer que amaba cuidar, sino a una jueza.Y ambos olvidan que no se deben nada. Que amar no es pagar una deuda, sino elegir cada día cómo construir un nosotros.
Con el paso del tiempo, viene la idea de que ya no quiero a esta persona, cuando en realidad lo que no quiero es esta relación: cómo nos llevamos, cómo resolvemos, nuestras rutinas. Muchos confunden esa sensación con falta de amor, pero no se trata de no querer al otro, sino de no saber cómo volver a vincularse de otra manera.
Quizás la pregunta más honesta no sea si la relación puede cambiar, sino: ¿qué hábitos tendríamos que cambiar para que la relación cambie? Porque mientras esperemos que el otro se transforme para hacernos felices, seguiremos atrapados en el mismo ciclo de frustración.
La felicidad es una responsabilidad personal. Si hoy te descubres esperando que tu pareja cambie para sentirte bien, detente. Empieza por mirarte, por reconocer tus necesidades, por aprender a amarte. Nadie puede amar lo que no conoce.
El amor no se pierde cuando cambia, se pierde cuando dejamos de elegirnos.Y siempre podemos volver a elegir, desde otro lugar, con más conciencia, menos exigencia y más verdad.
Recordemos que somos un todavía.
COMENTARIOS