Anatomía de un patrimonio desvanecido: cómo la familia Pereyra perdió todo su patrimonio

Saltillo
/ 25 octubre 2025

Documentos de 1869 revelan cómo la familia Pereyra perdió su hacienda de Ciénega del Toro tras una serie de deudas y maniobras financieras, símbolo del paso del poder territorial al capital en el siglo XIX

Hace un par de semanas había comentado que compartiría la historia de cómo se perdió el patrimonio de los ancestros de Carlos Pereyra Gómez, el gran historiador saltillense.

Una serie de documentos históricos que poseo, están relacionados con una hipoteca de 1869 nos revela el complejo entramado de la economía regional en los años posteriores a la Guerra de Reforma. Estos registros muestran cómo un grupo de acreedores visionarios aprovechó la mala administración de sistemas heredados desde tiempos de la Colonia para quedarse con la hacienda de Ciénega del Toro, la propiedad de la familia Pereyra, asentada en Saltillo desde el siglo XVII. La hacienda situada a unos noventa kilómetros de Saltillo en el municipio de Galeana, Nuevo León.

Con la valiosa ayuda de un abogado experto en la materia, hemos trabajado para presentarles esta historia de la manera más comprensible posible. Los invito a acompañarme en este recorrido por un episodio fundamental de nuestra historia.

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EL INICIO

En septiembre de 1869, en una escribanía, notaría, de Monterrey ubicada en la calle del Teatro número 22 (hoy calle Escobedo, entre Matamoros y Padre Mier), se firmó el documento de una hipoteca. En sus páginas se esconde una historia fascinante sobre el poder, el dinero y la supervivencia de las grandes familias de la época.

LA DEUDA

El 21 de septiembre de aquel año, don Miguel Pereyra Bosque, actuando en nombre de su padre, don Pedro Pereyra Umarán, personaje que unos años antes dio la bienvenida al presidente Juárez cuando llegó a Saltillo, firmó el documento ante el escribano público Tomás Crescencio Pacheco. La familia Pereyra debía 6,866 pesos con 75 centavos, una suma considerable para la época. El acreedor era la casa “Madero y Compañía”, propiedad de Evaristo Madero, quien una década después ocuparía el puesto de gobernador de Coahuila.

$!Evaristo Madero Elizondo, gobernador de Coahuila y propietario de numerosas haciendas, minas, bancos.

Lo interesante es que el reconocimiento de la deuda, para pagarse en un tiempo establecido, no contemplaba intereses. ¿Por qué? Lo más probable es que los Madero ya habían obtenido suficientes ganancias al vender mercancías a los Pereyra a precios preferenciales; o bien, fue un acto de buena fe. Al momento de la firma, se formalizó el adeudo y el compromiso de pago por parte de la familia Pereyra; el plazo para abonar y pagar la totalidad de la deuda estipulaba varios años. ¿Acaso los Madero sabían que la deuda era impagable? Con el tiempo, los Madero recuperaron el monto que se les debía de la familia Pereyra al vender los documentos de la deuda a varios acreedores, la mayoría saltillenses, quienes vieron en la operación jugosas ganancias.

GARANTÍA

Para asegurar el pago, los Pereyra ofrecieron como garantía la hacienda de Ciénega del Toro y todos sus ranchos anexos: el Rancho Nombre de Dios, el Rancho Cabañas, las tierras de La Joya, Corral de Piedra, Cataba, Potrero de San Juan y Santa Clara, todas ubicadas en la jurisdicción de la Villa de Galeana, Nuevo León.

La garantía no era solo tierra e inmuebles. El documento especificaba con precisión el ganado hipotecado: 2,880 cabezas de ganado mayor, 100 yeguas, 70 cabezas de ganado menor, además de mulas y bueyes. A diferencia de la tierra, que era valiosa, el ganado era un activo que se reproducía, que podía venderse rápidamente y que generaba ingresos constantes. Era el verdadero generador de ganancias de la hacienda.

EL DESENLACE

Apenas una década después de firmar aquella hipoteca, don Miguel Pereyra se vio envuelto en un “concurso de acreedores”, el equivalente decimonónico de una quiebra, o suspensión de pagos, de la actualidad. Sus deudas lo habían superado y un juez tuvo que intervenir para organizar el pago a los múltiples acreedores.

No menos de ocho eran los principales que reclamaban su dinero: entre ellos, don Gabriel Flores, comerciante avecinado en Saltillo desde 1850; don Domingo Alessio, quien también había prestado diversas cantidades de dinero a los Pereyra; don Candelario Valdez (designado síndico del concurso), y varios más. Para satisfacer estas deudas, Pereyra ofreció “las tierras, aguas, montes y ranchos que forman la Hacienda del Toro”. Era todo lo que le quedaba.

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EL PROBLEMA

La situación se complicó por un detalle legal que muestra la complejidad de las finanzas familiares de la época. Una parte de la propiedad, el Rancho de San Juan, estaba hipotecado a favor del Ayuntamiento de Galeana, pero esa hipoteca no garantizaba una deuda de Miguel Pereyra, sino de su padre, don Pedro Pereyra Umarán.

Esta situación planteaba un dilema jurídico: ¿debía incluirse ese rancho entre los bienes a liquidar para pagar a los acreedores de Miguel Pereyra, cuando estaba comprometido por deudas de su padre? Los acreedores debatieron intensamente el asunto.

La solución que encontraron fue ingeniosa y demuestra la sofisticación del derecho mexicano del siglo XIX. La mayoría de los acreedores acordaron incluir el Rancho de San Juan en el “fondo capital del concurso”, pero “con el gravamen que reportaba”. Es decir, el rancho se incluiría en los bienes a administrar y eventualmente vender, pero respetando el derecho preferente del Ayuntamiento de Galeana. Primero se pagaría al municipio de Galeana, y solo si sobraba algo, ese remanente iría a los demás acreedores. Prior in tempore, potior in iure: “Primero en tiempo, primero en derecho”.

$!Trabajadores típicos de una hacienda del siglo XIX.

DISPUTAS Y VOTACIONES

Las juntas de acreedores eran verdaderos campos de batalla legal donde se enfrentaban intereses y estrategias para la recuperación del capital. Mientras unos se frotaban las manos, en otros había nerviosismo. Era la democracia de los acreedores: cada uno defendía sus intereses, pero al final la mayoría decidía el destino de los bienes del deudor.

El juez asignado al asunto suspendió temporalmente el procedimiento esperando noticias de un tal don Manuel Castro, otro acreedor, a quien se quería dar oportunidad de comparecer y defender sus posibles intereses. Esta pausa muestra que el sistema judicial del siglo XIX tomaba en serio el derecho de audiencia de todas las partes potencialmente afectadas. El tiempo corría y los acreedores no tenían una posible fecha de pago.

LOS HUÉRFANOS

Entre los acreedores había uno particularmente conmovedor: eran cuatro niños. Enriqueta, Benjamín, Rodolfo y Conrado Montes, hijos del difunto licenciado Jesús Montes, quien había muerto dejándolos con un crédito de 9,500 pesos contra Miguel Pereyra Bosque.

La señora Dolores Saldaña era la tutora legal de sus hijos menores. El 25 de enero de 1884, el asunto tenía ya cuatro años en los tribunales, Dolores Saldaña tomó una decisión: pidió permiso al juez para vender ese derecho de cobro. Prefería conseguir dinero en efectivo inmediato, aunque fuera menos del monto original, que arriesgarse a esperar años en un litigio del que quizá no obtendría nada.

El procedimiento que siguió es un ejemplo notable de cómo funcionaba el sistema de protección a menores en el México decimonónico. Se requería la intervención del Ministerio Público, el nombramiento de un tutor especial, dictámenes jurídicos y fundamentación legal sólida. El juez Jesús de Valle, quien después fue gobernador de Coahuila, tras revisar toda esta documentación, concedió la licencia judicial.

JUGADOR ESTRATÉGICO

Mientras otros acreedores peleaban desesperadamente por recuperar algo de su dinero, el comerciante Gabriel Flores jugaba una partida de ajedrez. ¿Quién compró el crédito de 9,500 pesos de los huérfanos Montes? Gabriel Flores, pero pagando solo 8,500 pesos. Además, en la misma operación, Flores le compró a Dolores doce fincas urbanas en Saltillo por 5,000 pesos. Flores había estado comprando la deuda a los demás acreedores por mucho menos de lo que realmente reclamaban; con estas acciones, se convirtió en el único acreedor capaz de hacer válida la garantía hipotecaria.

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El 6 de junio de 1884, Gabriel Flores se presentó ante el escribano Eulogio de Anda en Saltillo. Esta vez no venía como acreedor, sino como propietario legítimo de la hacienda de Ciénega del Toro. La había adquirido de Miguel Pereyra por “dación en pago”. Ese mismo día hipotecó la hacienda a Valeriano Ancira, quizá el agiotista más despiadado que haya tenido Saltillo; la cantidad fue de diez mil pesos. Flores entendía algo fundamental: el dinero parado no genera riqueza. Flores terminó por liquidar la deuda con Valeriano Ancira.

Gabriel Flores, quien había sido el acreedor más activo y estratégico durante todo el proceso, terminó quedándose con la administración de la Hacienda del Toro y demás ranchos anexos. Los Pereyra, aquella familia que en 1869 poseía miles de hectáreas y miles de cabezas de ganado, habían perdido todo.

Durante casi dos décadas, Flores administró la vasta propiedad; o más bien, especuló. El 13 de enero de 1902, Gabriel Flores vendió la hacienda de Ciénega del Toro y sus ranchos por la cantidad de 48 mil pesos a Ildefonso de la Fuente, director de la Sociedad Fuentes Hermanos de la ciudad de Monterrey.

LA OPERACIÓN

Si consideramos que Flores había invertido aproximadamente 8,500 pesos en la compra del crédito de los huérfanos Montes Saldaña, más otros gastos relacionados con el concurso de acreedores y pagos menores a otros, probablemente entre 2,000 y 3,000 pesos adicionales, su inversión total rondaba los 11,000 pesos. Al vender la hacienda por 48,000 pesos, obtuvo una ganancia neta de aproximadamente 37,000 pesos, más de tres veces su inversión inicial. Un rendimiento extraordinario que confirma su agudo sentido para los negocios.

Pero la verdadera riqueza de Flores no estaba solo en la tierra. Cuando murió intestado el 14 de diciembre de 1904, apenas dos años después de vender la hacienda, el inventario para repartir sus bienes entre su viuda, Guadalupe Valdés, y sus cuatro hijos, Zeferino, Julio, Leonila y María Maura, reveló la magnitud de su visión empresarial.

Tenía propiedades urbanas por todo Saltillo: más de 56 propiedades en el centro de Saltillo, derechos de agostadero en zonas rurales. Pero lo extraordinario estaba en su portafolio de acciones: dieciséis empresas mineras diferentes, la Compañía Ladrillera de Saltillo, el Casino de Saltillo, la Compañía Metalúrgica de Torreón, la Compañía Limitada de Tranvías de Saltillo. Y lo más audaz: acciones del Banco de Coahuila y del Banco Mercantil de Monterrey. No solo usaba el sistema financiero; era dueño de parte de él. Quizá su único error fue no dejar un testamento, y su familia tuvo que emprender el largo proceso de la sucesión.

LECCIONES DE UNA ÉPOCA

La pérdida de la hacienda de Ciénega del Toro fue el resultado de una transición histórica más que de un accidente financiero. La familia Pereyra administraba sus bienes bajo esquemas heredados de la Colonia: una economía basada en la tierra, el ganado y la palabra, pero carente de capital líquido y métodos modernos de contabilidad. Ese sistema, sólido en el siglo XVIII, resultó ineficaz ante el México del siglo XIX, donde el crédito, la diversificación y la especulación marcaban el rumbo de los nuevos empresarios del norte.

El crédito otorgado por Madero y Compañía en 1869, sin intereses, sugiere una mezcla de confianza y cálculo. En una economía donde las relaciones personales pesaban tanto como los contratos, los Madero pudieron haber anticipado que la deuda era impagable y que, al final, la tierra sería la verdadera ganancia. Así, el viejo orden hacendario quedó atrapado en una red de obligaciones imposibles de cumplir.

En ese escenario emergió Gabriel Flores, comerciante visionario que supo leer los nuevos tiempos. Compró los créditos de los acreedores, incluso los de los huérfanos Montes, a precios bajos; concentró las deudas y terminó adquiriendo la hacienda por dación en pago. Legal en todo sentido, su estrategia fue impecable; ética, discutible. Supo convertir la desgracia ajena en oportunidad y la tierra muerta en capital activo.

La caída de los Pereyra simboliza el fin de una era: el tránsito del poder territorial al financiero, del linaje al cálculo, de la honra al contrato. Flores no solo se quedó con una hacienda; se apropió del futuro. Y en esa operación, tan fría como brillante, se resume el nacimiento del capitalismo en el noreste mexicano.

saltillo1900@gmail.com

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