Farafara, cheve y recuerdos: la vida se asoma entre las tumbas de Saltillo
La conmemoración del Día de Muertos reunió a familias, músicos y vendedores en un ambiente festivo y ordenado, donde el duelo se transforma en convivencia
Entre el aroma de las carnitas y las notas de Amor eterno, familias recorren los panteones San Esteban y Santiago para honrar a sus difuntos. La jornada transcurre con calma, bajo la vigilancia de elementos municipales de seguridad.
El aire fresco se mezcla con el sol que pica. En las colonias Panteones y Cerro del Pueblo, los camposantos de San Esteban y Santiago vibran con movimiento. El olor a chicharrón se cruza con el de las flores naturales; sobre las banquetas se apilan cazuelas de pozole, frascos de crema, botellas de mezcal y dulces de coco.
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A lo largo de las calles, los vendedores ofrecen de todo: focos, ventiladores, memorias USB, fresas con crema, nachos y elotes. Algunos montan puestos de pizza; otros reparten pan o agua fresca. Entre el murmullo de las familias, los farafara —con el rostro pintado de Catrín— tocan ¿Dónde estará mi caballo?
Un oficial de policía comentó que el flujo peatonal ha sido constante y que no se han registrado incidentes. “Todo en orden, no hemos tenido reportes de riñas ni peleas”, aseguró, y recomendó a los asistentes “no consumir tanto alcohol, porque algunos entran con mucha cerveza y eso puede causar problemas”.
Sobre la calzada Francisco I. Madero, la vialidad permanece cerrada desde la Facultad de Medicina de la UAdeC hasta Merco, y de manera perpendicular hasta las capillas del DIF. Elementos municipales resguardan los accesos. “No estamos dejando pasar automóviles porque hay muchos niños y no queremos que ocurra algún accidente”, explicó un policía que participa en el operativo desde las once de la mañana.
Las familias llegan con flores, veladoras y pequeñas bocinas de donde suena Cruz de olvido. Los visitantes conversan, limpian tumbas, rezan. Dentro del Panteón Santiago, la rutina se siente más lenta: niños que corren, adultos que recuerdan, abuelos que observan. El ambiente es festivo y tranquilo, como si cada quien trajera su propio tiempo.
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Entre los visitantes está Adriana García, quien acude por primera vez al Panteón Santiago junto a su hijo, su nuera y sus nietos. “Venimos a ver al papá de mi nuera”, cuenta mientras acomoda flores y limpia la lápida. “Es una tradición que seguimos con gusto y queremos inculcar a los niños. Nos da gusto venir; hoy con más ganas”.
El día avanza entre rezos, música y risas contenidas. Las bocinas suenan, los farafara se despiden y los puestos siguen vaciando y llenando sus ollas. La gente continúa llegando: cada familia encuentra su espacio entre las cruces, bajo el sol que se refleja en las lápidas.
El Día de Muertos en los panteones de Saltillo se vive entre aromas y memorias. Las autoridades mantienen presencia y los visitantes prolongan la jornada. Para quienes aún planean acudir, la invitación es la misma que se repite cada año: hacerlo con respeto, con calma y con el corazón dispuesto a recordar.
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