Van de Saltillo a Real del Monte recuerdos de Nelly Zurhaar, el ángel que curaba entre montañas
Durante 40 años, un saltillense conservó un álbum olvidado en un cuarto sellado, hasta encontrarle destino digno: el museo donde nació su historia
Esta semana mi columna toma un rumbo diferente. No escribiré sobre temas históricos de Saltillo ni de Coahuila. Esta vez comparto una experiencia personal que viví en Real del Monte, Hidalgo, cuando el azar me puso frente a frente con la historia de una mujer extraordinaria.
Primero hay algo que debo explicar: durante años he guardado en esta ciudad un álbum de fotografías que no me pertenece. Lo traje conmigo cuando dejé Real del Monte, no como trofeo, sino como custodio de una memoria que buscaba desesperadamente un hogar digno.
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He intentado cumplir con mi deber para regresarlo. Llamé en varias ocasiones al director de la Fototeca Nacional en Pachuca para ofrecer el álbum en donación. Nunca tomó mis llamadas, ni mostraron interés alguno. Busqué otro camino: contacté a una locutora que tiene un programa de radio, con la esperanza de que su voz llegara donde la mía no pudo. Tampoco obtuve el eco esperado.
Quizás alguien se pregunte por qué lo he tenido tanto tiempo. La respuesta es simple: porque no encontraba el lugar correcto, y prefería guardarlo con cuidado antes que entregarlo a manos equivocadas o indiferentes. Hoy, después de muchos años, he comprendido que el lugar siempre estuvo claro: debe volver a donde nació su historia. Es una deuda que he llevado conmigo, entre Saltillo y Real del Monte, entre el presente y el pasado. Hoy es tiempo de saldarla.
En ocasiones la vida nos da encuentros inesperados con la historia. Uno de esos momentos me ocurrió en 1985, cuando el polvo de más de 25 años guardaba celosamente los últimos vestigios materiales de una mujer excepcional.
En 1985 llegué a trabajar a la Compañía Real del Monte y Pachuca. Después de varios meses, asumí la Gerencia de Servicios Generales. Entre mis funciones, recibí una orden por parte del director general que parecía rutinaria: limpiar y entregar parte del equipo del antiguo Hospital Minero al Hospital General de Pachuca y parte del mobiliario e instrumentos para convertirlo en museo. Ese encargo me pondría frente a frente con el legado tangible de una enfermera holandesa convertida hoy en leyenda.
CONTEXTO HISTÓRICO
Las minas de plata de Real del Monte y Pachuca fueron descubiertas en 1552, convirtiendo la región en pilar de la economía novohispana. Tras la independencia, la actividad decayó severamente hasta que el 16 de agosto de 1824, en Londres, el conde Pedro Romero de Terreros III vendió las minas a la empresa inglesa “Robert Staples Company”.
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Los británicos trajeron capital, tecnología, cultura y trabajadores especializados de la región de Cornwall. En 1906, inversionistas estadounidenses adquirieron la empresa. La United States Smelting, Refining and Mining Company, debido a los riesgos y peligros de la minería, un año después abrió el Hospital Minero y contrató personal calificado, como médicos, técnicos y enfermeras capaces de atender a trabajadores y sus familias.
En 1924 la enfermera Nelly Zurhaar Legel fue contratada en el Reino Unido para trabajar en el hospital de Real del Monte. Su especialización en el cuidado de la salud y su experiencia, primero en los Países Bajos, luego en un orfanato escocés, la convertían en candidata ideal para el duro trabajo que le esperaba.
UNA ENFERMERA NEERLANDESA EN LAS MONTAÑAS DE REAL DEL MONTE
Nuestro personaje nació en La Haya el 3 de agosto de 1881 y con el nombre original en holandés: Neeltje, diminutivo de Cornelia, fue bautizada, aunque se le conoció siempre como Nelly.
Hija de Johannes y Petronella, creció en una casa marcada por el silencio de las ausencias: casi todos sus hermanos murieron siendo niños. Solo su hermano Adriaan llegó a viejo. Quizás fue en esos días de luto temprano donde Neeltje aprendió que el dolor se alivia con la presencia, con el cuidado, muchas veces con amor.
Se hizo enfermera cuando el nuevo siglo apenas comenzaba. Los registros la sitúan en hospitales y asilos, instituciones de beneficencia donde las mujeres de su época encontraban un oficio y un propósito.
Era soltera, independiente, con ese temple sereno que después quedaría capturado en una fotografía tomada en el Reino Unido: sombrero de ala corta, abrigo oscuro, mirada firme.
En 1924 viajó brevemente a Escocia, al orfanato de Aberlour, donde cuidaba niños junto al mar del Norte, quizás para terminar con su relación laboral. El 6 de agosto de 1924, Neeltje subió a un vapor en Róterdam. A sus 43 años, dejaba atrás los Países Bajos para cruzar el Atlántico. El barco la llevó a Tampico, puerta de entrada a un México todavía convulso, apenas salido de la Revolución.
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Ahí se encontró con su único hermano Adriano Cornelio, quien trabajaba como comerciante, desde el puerto viajó tierra adentro, hacia las montañas de Real del Monte, Hidalgo, donde el aire huele a pino y a tierra húmeda. Real del Monte la recibió con sus calles empinadas y sus casitas de techos rojizos y piedra de influencia inglesa. Allí, en el hospital, Neeltje encontró su lugar. Atendía a los mineros que salían del fondo de la tierra con los pulmones llenos de polvo, curaba heridas, acompañaba partos, consolaba fiebres.
En esa comunidad donde convivían mexicanos, norteamericanos y descendientes de cornualleses, la enfermera de mirada serena se volvió parte del paisaje. Con el tiempo ascendió hasta convertirse en administradora del Hospital Minero. Siempre vivió en un anexo del hospital, una pequeña casa que era su hogar y su estación de guardia permanente.
Trabajaba turnos extenuantes y continuaba visitando a los casos más graves después de su horario. Nunca se casó ni tuvo hijos; su familia fueron los pacientes, y el hospital, su hogar.
Desde su llegada hasta su muerte el 26 de octubre de 1959, dedicó treinta y cinco años ininterrumpidos al cuidado de la salud de los mineros. Fue enterrada en el Panteón Inglés de Real del Monte.
FORJANDO LA LEYENDA
Años después, en 1966, una explosión sacudió una de las minas del distrito. Entre los heridos estaba Simón Fernández, un viejo minero al borde de la muerte. Aquella noche, una enfermera cambió sus vendajes y le dijo: “No es bueno desear la muerte, Simón. Aún no es tu tiempo”. Cuando abrió los ojos, reconoció el rostro de la señorita Zurhaar Legel. Enseguida había desaparecido. Simón se recuperó.
A lo largo de los años sesenta circularon múltiples testimonios similares, aunque la mayoría permanecieron en la tradición oral. La leyenda de Nelly Zurhaar Legel no inspiraba miedo, sino consuelo: una presencia protectora que continuaba su misión de misericordia más allá de la muerte. Era la manera en que una comunidad agradecida la inmortalizaba.
DE HOSPITAL A MUSEO
El Hospital Minero fue durante décadas el corazón de la atención médica para los trabajadores mineros de la región. En 1982, los mineros fueron adscritos al IMSS y el hospital dejó de funcionar.
Durante años el edificio permaneció cerrado, preservando sin intención un testimonio excepcional de la historia de la medicina en México. En 1996 los espacios del viejo Hospital Minero se formalizaron al abrirse el primer Museo de Medicina Laboral de México.
EL CUARTO SELLADO
En 1985 recibí la orden de transformarlo en museo de sitio y centro comunitario, una parte fue habitada para un auditorio. Cuando inicié la preparación, el equipamiento médico seguía en su lugar, como si el personal hubiera salido con intención de regresar. Entonces descubrimos algo inesperado: un cuarto completamente sellado con candados y sellos judiciales.
La investigación reveló que desde 1959, todas las pertenencias de Nelly Zurhaar Legel habían sido encerradas por orden judicial, esperando que alguien de su familia cercana las reclamara, puesto que tenía un hermano, Adriano, y dos sobrinos, Juan Guillermo y Adriano. Habían pasado casi tres décadas. Los abogados determinaron que el asunto había prescrito. Se autorizó la apertura del cuarto con acta formal.
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Llamados por la curiosidad, el director, acompañado por los principales ejecutivos, se hizo presente para saber qué había en el cuarto. Cuando se abrió la puerta, la primera sorpresa fue que, al encender la luz, el foco aún funcionaba. Nos golpeó el olor a humedad, papel viejo y tiempo detenido. La mayoría de las pertenencias estaban en deterioro.
Mientras el proceso transcurría, vi algo que habían olvidado y que estaba destinado a la basura: un viejo álbum de fotografías. Estaba en el suelo, cubierto de polvo. Lo levanté y pedí quedármelo. Después de que lo revisaron con desdeñosa mirada, recibí como respuesta: llévatelo, total, a quién le va a interesar.
Las pertenencias eran modestas: ropa de cama, una lata con galletas, hilos e hilazas, cobijas, cojines, dos sillones, una máquina de coser, un radio, algunos libros y el álbum de fotografías.
TESTIMONIO VISUAL
El álbum contiene setenta y cuatro fotografías pegadas a sus páginas de colores, además de dos imágenes sueltas de los años 1950. Nelly aparece, junto a médicos y enfermeras, en diferentes hospitales. Hay varias fotografías que la muestran cuidando niños, con expresión de profesionalismo y ternura.
Cada imagen es un documento histórico: uniformes médicos, las instalaciones en funcionamiento, rostros de niños quizá huérfanos. Son ventanas a un mundo que ya no existe. Durante todo este tiempo he conservado ese álbum, consciente de su valor como documento histórico de primera importancia.
El álbum es el último vínculo material directo con la vida de Nelly Zurhaar Legel. Ese álbum no me pertenece. Es parte de su legado y debe estar donde pueda servir a su verdadero propósito: preservar y honrar la memoria de una mujer que entregó su vida a los demás.
Con este álbum, los visitantes podrán ver su rostro, sus momentos de vida cotidiana. La verán no solo como leyenda, sino como persona real.
Mi persistente ánimo por entregar el álbum finalmente tuvo éxito. Hace unos días hablé con la encargada del Museo de Medicina Laboral, la licenciada Aracely Monroy, y le conté parte de esta historia. Me escuchó con atención y al final me dijo que con gusto aceptaban la donación.
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Aproveché para hacerle una solicitud: propuse formalmente que el anexo donde vivió sea nombrado “Nelly Zurhaar Legel, el Ángel de Real del Monte”. Esta designación permitiría que los visitantes conozcan finalmente el rostro de quien ha existido solo como leyenda.
Corregiría una omisión histórica: no existe reconocimiento formal de más de tres décadas de servicio ininterrumpido. Establecería un vínculo entre la historia documentada y la tradición oral. Honraría la memoria de todas las personas que como ella dedicaron sus vidas al cuidado de los demás lejos de sus lugares de origen.
DEBER DE LA MEMORIA
Cuando en 1985 rescaté aquel álbum, quizás no dimensioné la importancia de lo que estaba salvando. He comprendido que mi papel ha sido el de un custodio temporal. El álbum pertenece a la historia, a la memoria de Real del Monte y su gente. He tenido el privilegio de rescatarlo, investigarlo y preservarlo. Ahora tengo la responsabilidad de entregarlo.
Al entregarlo al Museo de Medicina Laboral y proponer que la casa lleve el nombre de Nelly Zurhaar Legel, busco honrar la memoria de una mujer que hizo del mundo un lugar mejor y que sirva para recordarnos que cada vida dedicada al servicio merece ser honrada, que cada acto de compasión trasciende el tiempo, y que nuestro deber es preservar la memoria de quienes, como Nelly Zurhaar Legel, dedicaron sus vidas a hacer el bien.
Desde el viaje en el tiempo de aquel cuarto polvoso sellado a Saltillo y hasta el Museo de Medicina Laboral donde finalmente descansará, el viaje ha sido largo. Ahora, por fin, lo más valioso de las pertenencias de la señorita Nelly Zurhaar Legel, el Ángel de Real del Monte, regresarán muy pronto a casa.
Octubre de 2025
saltillo1900@gmail.com
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