Sebastián Piñera y el histórico rescate de los 33 mineros chilenos

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/ 7 febrero 2024

Eso ocurrió el 5 de agosto de 2010, cuando se derrumbó la mina San José, dejando 33 personas atrapadas

Tras la lamentable muerte del expresidente chileno, Sebastián Piñera, recordamos uno de los momentos más cruciales de su mandato.

Y eso ocurrió el 5 de agosto de 2010, cuando se derrumbó la mina San José, dejando 33 personas atrapadas. Y el rescate se logró concretar el 13 de octubre de ese año.

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Luis Urzúa, era el jefe de turno de la mina de San José el 5 de agosto, cuando un derrumbe lo atrapó junto a 32 compañeros a más de 600 metros de profundidad.

Cuando logró salir, después de 70 días, le entregó su turno, al entonces presidente, Sebastián Piñera, en persona.

Lo hizo tan pronto pisó la superficie, en un emotivo gesto simbólico que selló el dramático rescate de los mineros que conmovieron al mundo con su historia de supervivencia. “Recibo su turno y lo felicito por cumplir con su deber, saliendo de último, como hace siempre un buen capitán. Y quiero decirle, don Luis, me siento orgulloso de todos y cada uno de los 33 mineros, un ejemplo de compañerismo, de coraje, de lealtad”, le contestó Piñera, el magnate convertido en político, al humilde topógrafo de 54 años. Lo hizo antes de lanzar el incontenible grito popular que tantos repitieron a lo largo del país austral: “¡Viva Chile! ¡Viva Chile!”.

Acto seguido, los presentes en ese rincón del desierto de Atacama comenzaron a cantar el himno nacional con el casco en el corazón. Abajo, en las profundidades donde los 33 permanecieron por más de dos meses bajo un mar de roca, estaban los seis rescatistas que, a la espera de su ascenso, sostenían una pancarta con el mensaje “misión cumplida”.

Era el epílogo feliz de una historia de heroísmo y resistencia sin precedentes en el mundo, que comenzó el jueves 5 de agosto, cuando colapsó un sector de la mina de San José. Los mineros atrapados sabían muy bien qué hacer, y su primera reacción fue escapar por el ducto de ventilación, que atravesaba verticalmente los varios kilómetros de rampas en espiral.

Al fin y al cabo, la mina había sido cerrada por problemas de seguridad, y una de las condiciones oficiales para reabrirla consistía en instalar una escalera por esa chimenea. Pero cuando llegaron al lugar, encontraron que la compañía no había cumplido esa obligación.

Al menos les quedaba, pensaban, ese ducto por el cual tarde o temprano los rescatarían. Pero días después un segundo derrumbe selló por completo el yacimiento. La situación, ya de por sí mala, ahora era catastrófica. Aturdidos, tardaron tres horas en retomar el control de sí mismos, pues en medio de la polvareda no veían ni oían nada. Estaban irremediablemente atrapados sin forma de renovar el aire para respirar.

Durante los primeros 17 días, su suerte era incierta para sus parientes, que recordaban con horror las múltiples ocasiones en que algo así ha terminado en tragedia.

Abajo, y en medio del riesgo de que la desesperanza hiciera que el caos se apoderara del grupo, Urzúa entendió la necesidad de mantener el orden por encima de todo. El veterano minero sacó a relucir sus dotes de jefe y se encargó de mantenerlos unidos y organizados. La reserva de comida apenas estaba calculada para tres días, y era evidente que el drama duraría mucho más, si es que terminaba.

Consistía en latas de conserva de un pescado parecido al atún, cubitos de duraznos en almíbar y unas cuantas cajas de galletas. Urzúa hizo sus cálculos, y les asignó cada 48 horas una ración consistente en una cucharada de pescado y media galleta.

Con una disciplina y una presencia de ánimo sorprendente en las circunstancias, se instalaron en una de las rampas, cerca del refugio de unos 50 metros cuadrados, y se movían en un espacio reducido, con zonas asignadas para comer, dormir y, metros más abajo, ir al baño.

Soportaban temperaturas de hasta 40 grados y humedad extrema. Y, sobre todo, nada les aseguraba que podrían ser rescatados. Esa fue la etapa más dura y tal vez la que los investigadores escudriñarán con mayor cuidado. En casos como esos es claro que la salud mental de un grupo humano transita al borde del colapso, lo que hace de este caso un objeto único de estudio.

La situación anímica comenzó a mejorar cuando oyeron los primeros golpes de las sondas que enviaban desde la superficie. Sabían que era una búsqueda prácticamente a ciegas, pero oír que había alguien intentando sacarlos les devolvió las esperanzas.

Si el ánimo de los mineros era precario, en la superficie era aún más crítico. El presidente Sebastián Piñera se encontraba en pleno viaje hacia Bogotá, para asistir a la posesión de su colega Juan Manuel Santos, cuando se enteró del accidente. Acortó su visita y regresó de inmediato a Chile para ponerse al mando de la situación.

La operación fue perfecta, superó los pronósticos más optimistas y no encontró dificultades imprevistas. Hoy parece fácil, pero no lo fue. Nunca se había hecho un rescate en semejantes circunstancias.

Basta con recordar el amargo contraste con la tragedia de la mina de Pasta de Conchos, en el norte de México, donde 65 mineros murieron en febrero de 2006 después de quedar atrapados tras una explosión. En ese momento, el presidente Vicente Fox ni siquiera visitó la mina. En Chile, el rescate se convirtió en un tema de orgullo nacional (ver recuadro), y lo cierto es que el gobierno de Piñera merece cada uno de los aplausos que ha recibido. El mandatario exhibió la audacia que lo caracterizaba como hombre de negocios y convirtió el rescate en una apuesta personal.

La operación fue perfecta, superó los pronósticos más optimistas y no encontró dificultades imprevistas. Hoy parece fácil, pero no lo fue. Nunca se había hecho un rescate en semejantes circunstancias. Basta con recordar el amargo contraste con la tragedia de la mina de Pasta de Conchos, en el norte de México, donde 65 mineros murieron en febrero de 2006 después de quedar atrapados tras una explosión.

En ese momento, el presidente Vicente Fox ni siquiera visitó la mina. En Chile, el rescate se convirtió en un tema de orgullo nacional (ver recuadro), y lo cierto es que el gobierno de Piñera merece cada uno de los aplausos que ha recibido. El mandatario exhibió la audacia que lo caracterizaba como hombre de negocios y convirtió el rescate en una apuesta personal.

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