A un año de la partida del maestro Eloy Cerecero, pintor saltillense
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Don Eloy Cerecero Sandoval fue un agudo y amoroso observador de su país, y a medida que pasa el tiempo, se posiciona con mayor fuerza en el lugar que le corresponde en la plástica mexicana. Su visión de artista le permitió adentrarse profundamente en los aspectos sociales de la vida urbana y rural de México, el trabajo y los oficios del mexicano, su religión, sus costumbres y sus tradiciones. Aquel conocimiento le hizo contraer un íntimo compromiso con su patria y lo plasmó siempre en su larga y fructífera vida, y en su inmensa y potente obra.
Hace un año partió el maestro, vivió 93 años, pero su vida y su obra siguen presentes. Muestra de ello es el libro que Raúl Cano Monroy ha sacado a la luz: “Por un arte al servicio del pueblo. Frente Nacional de Artes Plásticas. 1952-1963”. En homenaje al maestro Cerecero, el libro será presentado este día en la Casa de Coahuila, en la Ciudad de México, donde estará presente el autor del libro, acompañado por las comentaristas Adriana Cerecero, hija del maestro, y Luz Elena Soto, y actuando como moderadora Lilia Cárdenas Treviño, presidenta de la casa de los coahuilenses en la capital. En un mes más, se realizará la correspondiente presentación en Saltillo, dentro de un gran homenaje para recordar al maestro Cerecero en su tierra natal a un año de su partida.
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Editado por Talamantes Editores, el libro constituye un testimonio de la participación de Eloy Cerecero en el Frente Nacional de Artes Plásticas, un grupo de artistas que al iniciar la segunda mitad del siglo 20 hizo una intensa labor de defensa de la pintura mexicana de corte socialista y se ocupó de difundir y promover las artes plásticas en México, para lo cual fomentó la creación artística y sembró la colaboración entre los propios artistas mediante talleres, exposiciones, conferencias, la búsqueda de espacios para ellos y el reconocimiento a su trabajo.
Pertenecieron a ese movimiento artístico o influyeron fundamentalmente en el grupo los grandes de la época: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Javier Chávez Morado, Rufino Tamayo y otros destacados creadores de ese tiempo, reunidos bajo la batuta de Francisco Goitia. Con ellos convivió Cerecero y aprendió de todos, y todos dejaron un importante legado no solamente en la pintura, también en otras expresiones del arte popular siguiendo la corriente realista mexicana y buscando también un diálogo entre las diferentes corrientes artísticas. Desde su llegada a la Ciudad de México en 1954, el artista saltillense formó parte activa del colectivo y se retiró cuando regresó a Saltillo en 1962. Al año siguiente, 1963, el grupo se disolvió. La residencia del maestro en la capital en esos años, fue posible gracias a una beca otorgada por el entonces gobernador Román Cepeda Flores, quien supo ver lo grande que había en el artista saltillense y a través del gobierno de Coahuila propició su estancia en aquella ciudad para realizar sus estudios formales en artes plásticas.
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La obra del maestro Cerecero se caracteriza por su enfoque en la identidad cultural mexicana y la exploración de temas sociales, y trabajó por ella sin descanso alguno. En tiempos recientes, el confinamiento obligado por la pandemia del COVID-19 no mermó su actividad artística, por el contrario, puso a prueba su propio ingenio y su creatividad para realizar su obra en la soledad de su taller sin dejar de utilizar los elementos artísticos de su preferencia: los rostros, las manos, los cuerpos, con los que él trasladaba al lienzo sus preocupaciones y temas habituales como la vida, el hombre, la condición social del mexicano, la libertad humana.
El maestro Cerecero contaba que, durante esos años, la carencia de un modelo real, lo llevó a convertirse él mismo en su modelo sin dejar de ser el ejecutor de su propia pintura. Tomaba el lápiz en una mano y mantenía la otra inmóvil frente a un espejo, para dibujar en el papel el reflejo del brazo y la mano que le devolvía el espejo. Así realizaba el primer esbozo de la futura imagen en la tela. Algo que sólo puede lograr un verdadero creador de arte.