¿Abandonamos la sabiduría con la que nos describió Linnaeus?
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Nada conmueve ya, todo es un dato que se comparte y genera ganancias... Los Homo sapiens estamos contentos con el racismo, el clasismo y el juicio que cae sobre la mayoría de ciudadanos
César llega a casa y me ayuda a bajar manzanas encendidas desde cierta altura del árbol. Más arriba, la mayoría tienen hermosos picoteos de aves, pues las más altas las he destinado sólo para estos espíritus emplumados. El árbol entrega frutos a mi familia, a mis amigos y, por supuesto, a las aves que también han hecho de este pequeño espacio su hogar. No es posible medir el valor del árbol que entrega frutos y oxígeno, entre otros nutrientes. Hay una colaboración perpetua del cielo, con lluvia y viento; del suelo que es todo para el árbol; esos son los nutrientes que necesita. Sólo en los momentos de aridez le llevo agua, pero no me engaño: siempre es la Naturaleza la que prodiga el agua. Nosotros somos transductores que ayudamos a la existencia.
No es posible pensar en un manzano destructor; en su código tiene inscrito convertir flores en manzanas. Pienso en la especie humana, ¿qué secretos hay en nuestro código genético? Tenemos todavía hoy, pues no hemos mutado, una conformación que nos permitiría ser ágiles sembradores y cultivadores, asombrosos cazadores y, sobre todo, un cerebro que bien usado nos permitiría avanzar como un solo espíritu, es decir, con un pensamiento de colmena para colaborar en la construcción y no para destruir o competir.
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Homo sapiens es una nominación a la que la antropóloga Rita Segato ha manifestado ya no afiliarse; ya no se considera humana, pues hemos elevado la insensibilidad ante la carnicería acumulada por la historia en forma inimaginable; nada conmueve ya, todo es un dato que se comparte y genera ganancias, ya sea en armamentos o en dinero virtual que va a las grandes empresas digitales, las cuales se han decantado por el soporte a las guerras. Los Homo sapiens estamos contentos con el racismo, el clasismo y el juicio que cae sobre la mayoría de ciudadanos, los que pertenecen a la clase trabajadora, que se merece lo que tiene porque −dicen− “no se ha esforzado lo suficiente” y hay “gente que nace para ser sometida, otras para someter”.
Y es que, por supuesto, el cuerpo puede ser un arma de destrucción y ataque; se sigue viendo. Pero también el cuerpo puede ser usado de otra forma: tenemos brazos para cavar, para sembrar, para ayudar a otros seres a reproducirse, y nos alimentamos de esos seres, algunos de ellos luego se alimentarán de nosotros. Al morir, entregaremos a la tierra esos caldos que dan la riqueza mineral para que siga dando vueltas la complejidad.
¿Cuántos frutos da un hombre? Sus frutos son su estirpe; una estirpe no siempre bien enfocada a causa del sustrato sobre el que germina. Esos sustratos ya hemos visto que en la generalidad se componen por mensajes bien diseñados por los grupos de poder. Son sustratos en donde los nutrientes son productos basura elaborados por unos cuantos. ¿Cuánto tiempo dejaremos a los frutos humanos recién nacidos expresarse antes de que sean tragados por algoritmos de consumo? Y ¿qué fruto reflexivo crece y crecerá en esos seres? Al parecer ya sólo se libran escasos meses.
Desde la década de los cuarenta, las multinacionales con su afán caníbal han cooptado a los gobiernos; los gobiernos de izquierda y de derecha son meros brazos ejecutores del hambre del capital. Todo se organiza de acuerdo con las órdenes del llamado orden multinacional. Es un teatro que tienen mostrándonos muy bien desde hace siglos.
Este es el paisaje donde no hay espacio para manzanos con frutos para seres que, en una errónea primera mirada, pareciera que no aportan nada. “Todo se tasa”, dicen estos seres avaros. Este es un error provocado por la ignorancia; por supuesto, me refiero a una ignorancia que es una elección. Esto es lo que sabemos, esto es lo que pasa, aun cuando el algoritmo y los bots entregan otros resultados.
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Sin embargo, la verdad es una y no está sujeta a subjetividades: hay una realidad que lacera; reconocerla es el único ejercicio que nos devolverá la dignidad de al menos decir: “no es cierto, no te creo, no es así”. Con una firme calma, aunque resuenen la mercadotecnia y los mensajes que muestran el amplio abanico de consumo que nos han asignado sin preguntar; estamos sujetos a una estructura que no van a desarmar nunca. Sólo desde este conocimiento podremos resistir y seguir haciendo fraternales alianzas mientras llega la disolución. Esas son las solidaridades que nunca nos podrán arrebatar.
Los vocablos Homo sapiens provienen del latín, homo significa “humano” y sapiens, “inteligente” o “sabio”. Fue un término acuñado por el padre de la taxonomía, el sueco Carl Linnaeus, en el siglo 18.