Asesinato de Carlos Manzo, ¿juego arreglado?
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¿Por qué nos dice el superpolicía Harfuch que un maleante ‘aprovechó la vulnerabilidad de un evento público’, siendo que su gente estaba allí –supuestamente– para que no fuera vulnerable?
Arreglar un juego de pelota o de futbol no tiene que ser una impúdica demostración de desaseo e ilegalidad.
De hecho, para que sea creíble, tiene que ser algo más bien sutil.
Si uno paga para que tal escuadra pierda, no es para que se ponga a anotar puntos en contra (autogoles o... bueno, autocarreras no existen).
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Está en los detalles, pero, sobre todo, en las omisiones: esa pelota que no se atrapó por poquito y permitió la carrera decisiva; esa falta de definición en una clara jugada de gol. Algo por lo que se pueda culpar a las circunstancias, al azar, a los astros y no tanto al jugador involucrado, que en un momento dado puede o no brillar sin que a nadie le extrañe.
De ninguna manera se trata de jugar abiertamente en favor del otro equipo. Es sólo dejar caer la pelota... discretamente; fallar apenas por un pequeño y muy humano margen de error.
Quizás no sea lo más periodísticamente ético ponerme a especular y a formular teorías conspirativas desde este espacio, pero siempre he creído que, en tiempos de incertidumbre, es una prerrogativa ciudadana que no nos dejan más remedio que ejercer.
¿De manera que catorce elementos, eh? Catorce elementos que la Guardia Nacional puso a disposición para la protección del alcalde de Uruapan.
Y resulta que alguien pensó que la mejor forma de disponerlos era colocar a los agentes mejor armados y capacitados en un perímetro exterior, mientras que los de menor experiencia serían la última barrera entre cualquier posible agresor y el hoy finado alcalde.
Bueno, confieso que yo no sé absolutamente nada de tácticas de seguridad. Nada. Ni siquiera vi la peli de “El Guardaespaldas”, pero ello me parece totalmente contraintuitivo.
Según yo, los agentes mejor preparados deberían ser la última barrera a sortear por un agresor. Y si no tuviera yo la razón, la experiencia del sábado me la habría dado, pues el asesino traspasó el “diamante” táctico exterior y una vez dentro todo fue acercarse para encañonar a su víctima y disparar.
El Gobierno prefirió admitir su incompetencia antes que su indolencia, pues reconocer que el malogrado alcalde estaba custodiado por 14 elementos que no pudieron con su encomienda, es una confesión de incapacidad.
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Pero dos frases del secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, llaman mi ya conspiranoica atención. Dice: “Lamentablemente, los agresores aprovecharon la vulnerabilidad de un evento público para organizar el ataque”.
Y nuevamente –según mi entender–, es precisamente para este tipo de situaciones que se establece un perímetro de seguridad encubierto. Ni modo que lo necesitara para ir de la cocina al baño. La custodia es justo para dichas apariciones públicas, porque es cuando el custodiado está vulnerable... ¡Genios! Es ese su momento más vulnerable... ¿A poco no sabían?
¿Por qué nos dice el superpolicía Harfuch que un maleante “aprovechó la vulnerabilidad de un evento público”, siendo que su gente estaba allí –supuestamente– para que no fuera vulnerable?
De verdad no lo entiendo.
Pero espere... Aún hay más: en esa pantomima de propaganda y manipulación matutina a donde el general Trevilla, titular de Sedena, y García Harfuch fueron a comparecer ante la orgánica prensa del oficialismo, alguien preguntó inocentemente si acaso los elementos de confianza de Carlos Manzo están bajo investigación (claro, porque no es como que la Guardia Nacional, que se supone mejor preparada, haya fallado igual de miserablemente).
El secretario de Seguridad descartó que, de momento, haya indicios de que la escolta de Manzo tenga vínculos con el crimen organizado y, medio balbuceante, agregó para apuntalar esta postura: “De hecho es uno de los propios escoltas el que mata al delincuente”.
Explíqueme usted, porque yo he visto demasiados episodios viejos de “Columbo” para controlar mi “sospechosismo”: ¿Bajo qué lógica, el que uno de los escoltas haya abatido al asesino descarta la posibilidad de que uno y otro sean piezas de una misma conspiración? No necesitan ser amigos, ni colaborar coordinadamente, ni siquiera precisan conocerse para formar parte de un mismo plan.
Tan fácil como que la escolta deja pasar y enseguida reacciona, demasiado tarde para salvar al alcalde, pero muy oportunamente para silenciar al mejor testigo que hoy podríamos tener.
Porque esa es otra: no hay mejor asesino en una conspiración que el que está muerto. Si no, pregúntele a un tal Lee Harvey Oswald.
Y no estoy acusando a nadie. ¡Cómo podría! Pero no entiendo cómo para el secretario de Seguridad una cosa es excluyente de la otra. Si un escolta abatió al criminal, entonces dicho escolta es necesariamente un agente honesto (?).
De todo lo que se ha declarado y opinado sobre este indignante acontecimiento, es la ligereza con la que García Harfuch descarta una posible línea a seguir lo que más me dejó perplejo. ¿En manos de quién estamos? ¿De tremendos incompetentes?
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¡No, claro! Obviamente, no podemos esperar que se reconozcan como un fracaso rotundo.
Es sólo que tuvieron un momento de debilidad, un segundo apenas de distracción que aprovecharon las fuerzas del mal para penetrar su regularmente invulnerable blindaje, su (casi siempre) confiable burbuja de seguridad.
“Fue un error humano, un segundo apenas, algo enteramente circunstancial... Nadie a quien culpar”.
Es justo lo que diría alguien que se vendió al otro equipo.