Café Montaigne 351: ¿Se necesita precocidad o madurez?
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¿La gran obra de creación artística es hija de la precocidad en los humanos, o bien, resultado de la historia, madurez, semillas abonadas y cosecha recogida no en la madurez, sino en el ocaso, en el invierno de la vida de los grandes creadores?
Precocidad contra madurez. Tómese este café conmigo, estimado lector, le va a gustar e interesar. Buen jueves de café. Comenzamos. Este será un tríptico, aunque bien podría ser un tema para explorar todo un año, es decir, es trama para un libro de largo aliento. Las letras a explorar, la temática es la siguiente a desenrollar: ¿la gran obra de creación artística es hija de la precocidad en los humanos (su genio excepcional en estado puro, trabajos nacidos casi del aire), o bien, resultado de la historia, madurez, semillas abonadas y cosecha recogida no en la madurez, sino en el ocaso, en el invierno de la vida de los grandes creadores?
No es poca cosa a ensayar, deletrear a vuelapluma, aunque sea, y exponer lo anterior, señor lector, no es tarea menor. Como dijo la filósofa de la canción plebeya, la bella Shakira, en una de sus tonadas pegajosas: “siempre supe que es mejor cuando hay que hablar de dos, empezar por uno mismo...”. Haciendo caso a su aforismo lapidario, empiezo por mí mismo: tengo 60 años, soy viejo, por lo cual, con base en la teoría antes dispuesta, debería estar entregando a la imprenta lo mejor de mis letras. La obra ya madura, si no es que la última, salida de mi pluma.
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Lo que Edward W. Said ha bautizado con suficiencia como “el estilo tardío”. Y en este especial caso, “tardíos” y brillantes en su creación y en el ocaso de sus vidas fueron Giuseppe Verdi (música), Sófocles (teatro) o el mismo príncipe inglés, William Shakespeare (poesía/dramaturgia). Pero caray, Shakespeare es un “estilo tardío” cuando todo mundo sabe que murió a los 52 años. En ese entonces, el rango de vida era ese, no más.
Avanzamos. El narrador portugués José Saramago empezó a publicar novelas y cuentos a los 60 años. Se dedicaba al periodismo como forma de vida. El gringo nacionalizado inglés, Raymond Chandler (1888-1959), como el autor de “Ensayo Sobre la Ceguera”, tarde llegó a la literatura. Publicó su primera novela a los 51 años, “El Sueño Eterno”; aunque se dedicó a escribir de tiempo completo a partir de los 45 años.
Saramago es Premio Nobel de Literatura. Chandler es uno de los principales maestros de la novela negra norteamericana y creador de algunas de las tramas y sagas policiacas más recordadas en la historia literaria contemporánea, donde participa ese inspector, ese detective que responde al nombre de Philip Marlowe.
Pero lo anterior es de tremendo contraste con lo siguiente: el gran Lorenzo de Médici estaba llevando a cabo una misión diplomática a los 14 años; Thomas Jefferson escribió la “Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica” a los 26 años de edad. Uno de mis admirados humanos, al cual santifico, el gran Alejandro, “El Magno”, a los 33 años y justo cuando moría, había conquistado la mayor parte del mundo bárbaro y civilizado en ese entonces. ¿Se necesita la precocidad o la madurez para la gran hazaña?
ESQUINA-BAJAN
Y claro, ni qué decir de Wolfgang Amadeus Mozart, quien es uno de los mejores ejemplos de genio y precocidad infantil por siempre. Aunque bueno, hay estudios ya muy serios al respecto que lo desmitifican, pero por lo pronto lo ponemos en esta categoría. Precocidad en contra de madurez. ¿Usted por cuál se decanta, estimado lector? Si usted tiene hijos, lo ha de haber visto en ellos en su esfera de afinidades, oficios, profesiones y competencia. Sin duda, si los dedos de la mano son diferentes, igual los hijos. ¿Tuvo o tiene usted alguno con genio desde infante? ¿O bien, este genio y creatividad han aflorado en su vástago ahora en la madurez de ellos, ya que han andado camino, leído, viajado, sentido, existido?
La escritora canadiense de prolífica obra (tiene novelas, cuentos, ensayo, poesía, guiones) Margaret Atwood, la cual es Premio Príncipe de Asturias de las Letras, empezó a escribir a los 16 años. Precoz. Ya luego sólo hubo una línea de camino en ella: el ascenso. Ojo, inició su carrera literaria a los 16 años. Al día de hoy es amada en todo el mundo, dicta cátedras, seminarios, ha ganado todo tipo de becas, premios y condecoraciones. Es decir, forma parte del “star system” internacional de academia y letras.
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Pero, por el otro lado, le pongo el ejemplo de uno de los mejores y más altos poetas que ha parido la humanidad toda: Konstantínos Kaváfis (1863-1933). De origen griego, se avecindó en Alejandría, Egipto, donde fue un empleado más en un oscuro despacho del Ministerio de Riego. Algunos de sus poemas más señeros los escribió después de los 40 años. En total, 154 textos cortos, de lo mucho que escribió, es lo que tenemos de él. Él mismo se consideraba un “poeta de la vejez”; 154 poemas cortos que han influido en el siglo 20 y 21 más que la retahíla de −en ocasiones− voluminosos y frondosos textos de la Atwood. Ahora bien, entonces, ¿dónde situar al gran Goethe, el genial Goethe, cuando sabemos (usted lo sabe mejor que yo) que el tipo escribió “Fausto” a los juveniles... 28 años?
LETRAS MINÚSCULAS
Caray, vamos iniciando esta exploración. Yo tengo 60 años y no he hecho nada de valor. ¡Puf! ¿Alguien tiene un rancho equipado, el cual me preste para retirarme a escribir lo mejor de mi literatura? Ja, qué pretencioso, lo mejor de mis letras. La verdad sigo escribiendo harto, pero ya no publico lo de mi creación. Así de sencillo.