Cantinfleando

Opinión
/ 3 septiembre 2024

Ordenando unos papeles me hallé los apuntes de una entrevista que le hice a don Joaquín Calvo Sotelo, dramaturgo español, autor de una deliciosa comedia que se llama “La visita que no tocó el timbre”. Entrevisté a don Joaquín en Madrid, el año de 1974, para un periódico de Monterrey.

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Recuerdo que de pronto me dijo el escritor, quien a más de ser autor de teatro era también académico de la Lengua:

-Y ¿qué os pasó a los mexicanos?

-¿Por qué, maestro? −le pregunté. Pensaba yo que me hablaba del fracaso de la Revolución, o algo así.

-La palabra “acantinflado” −precisó−. Nos llegó a la Academia no por conducto de la de México, sino de la de Chile.

Yo sentí pena. Cantinflas era mexicano y, sin embargo, su ingreso al diccionario era obra de chilenos.

Con mucho gracejo se refirió don Joaquín al modo de hablar de nuestro cómico.

-Es como un borbollón de palabras en libertad, sin freno, que van y vienen, se acercan y retroceden, dan vueltas y regresan al mismo lugar sin haber ido a ninguno.

Añadió:

-El mismo estilo tienen muchos políticos, pero sin la gracia de este Charlot de México.

“Charlot” llamaban los españoles a Chaplin. De ahí viene la palabra “charlotada”, nombre que recibían las corridas bufas.

Nuestro Cantiflas logró colar cinco palabras al Diccionario de la Lengua. No sé de ningún otro cómico o actor que haya logrado enriquecer así el vocabulario y obtener el reconocimiento −tan difícil de conseguir− de los severos señores académicos. He aquí esas palabras, según la definición del diccionario:

Acantinflado. Que habla a la manera del actor mexicano Cantinflas.

Cantinflada. Dicho o acción propios de quien habla o actúa como Cantinflas.

Cantinflas. (De Cantinflas, popular actor mexicano). Persona que habla o actúa como Cantinflas.

Cantinflear. Hablar de forma disparatada e incongruente, y sin decir nada. Actuar de la misma manera.

Cantinflesco. Acantinflado.

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A mi modo de ver la más importante de esas palabras es la tercera, “cantinflas”. Así escrita, con minúscula, representa la máxima consagración que un personaje puede recibir: el hecho de que su nombre se vuelva prototípico y sirva para designar a todos los que son como él. Ni siquiera Chaplin alcanzó ese honor. Apenas alguien como Shakespeare pudo aspirar a que dos de las figuras por él creadas merecieran tal gloria: “Es un romeo”, decimos del rendido enamorado, y “Es un otelo”, del celoso. Cervantes también puso a dos de sus creaciones en ese salón de la fama: “Es un quijote”, predicamos del idealista, y llamamos “dulcinea” a una mujer amada con ensoñación: “Fulana es la dulcinea de Fulano”. La literatura española abunda en esos nombres propios convertidos en comunes: “Es una celestina”... “Es un cid”... “Es un don juan”...

He ahí pues, en alto pedestal de diccionario, a alguien tan popular como Cantinflas. Digamos, empero, que la gloria −como las palabras− la hace el pueblo. El diccionario se limita a registrarla.

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