Claudia Sheinbaum: ¡Que la nación me lo demande!
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“Todo aquel que desee saber qué ocurrirá, debe examinar qué ha ocurrido; todas las cosas de este mundo, en cualquier mundo, en su réplica en la antigüedad”: Maquiavelo.
Por décadas enteras, la ceremonia de toma de posesión del Poder Ejecutivo en México fue un evento solemne y simbólico. Cada 1 de diciembre del sexenio correspondiente, desde donde se ocupa la memoria y en los tiempos del invencible y hoy invisible PRI, se presenciaba la entrega de la banda presidencial y, por ende, los destinos de la nación al presidente electo.
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Según crónicas, fue Lázaro Cárdenas el primero que pintó la raya a su antecesor y lo llevó al exilio; posteriormente Adolfo Ruiz Cortines, bloqueó el paso que pretendía anteceder Alemán Valdés, diciéndole: “con su permiso, primero el presidente”, y se adelantó.
Aun cuando la única formalidad es la de rendir protesta, el acto se convirtió en ceremonioso, sobre todo por la expectativa ciudadana al cambio que pretendía llegar, aunque este resultara en una farsa.
Sin embargo, los discursos de los nuevos presidentes ahora están basados en su adelanto a reglas muy precisas basadas en el “supuesto” nuevo orden de las cosas, pero sin resultar en agravios.
Así observamos los discursos de Luis Echeverría que enviaba el mensaje a Díaz Ordaz: “las Universidades y a los Institutos, los medios para que mantengan el conocimiento a la altura contemporánea. Respetaremos cabalmente su autonomía, porque sin libertad de pensamiento no existe creación intelectual” (recordándole el 68); de López Portillo: “Ni análisis triunfalistas o superficiales, ni remedios falsos o precipitados” (sobre sus locas ideas y fideicomisos interminables); De la Madrid: “No permitiremos que la nación se nos escape de las manos” (el dispendio de JLP); Salinas: “Cambiaremos para estar en la vanguardia de la transformación mundial”; Zedillo: “Muchos millones de mexicanos carecen de lo indispensable. Muchos han quedado al margen de los avances. Muchos viven en una pobreza que indigna a la nación”. Hasta aquí los presidentes sucesorios del PRI.
Llego la oposición al poder y el discurso de Fox: “El presidencialismo tradicional impuso por muchos años su monólogo. Ahora más que nunca gobernar exige dialogar. La fuerza de la Nación no puede venir ya de un sólo punto de vista, de un sólo partido o de una sola filosofía” (¿oíste PRI?); el discurso de Calderón no fue posible emitirlo el día de su toma de protesta; después Peña Nieto afirma: “El Estado ha cedido importantes espacios. La inseguridad y la violencia han robado la paz y libertad de diversas comunidades del territorio nacional” (oíste FCH); llegado ese terremoto que fue AMLO: “No gastaremos más de lo que ingrese a la hacienda pública. Se respetarán los contratos suscritos por los gobiernos anteriores. (...) Las inversiones de accionistas nacionales y extranjeros estarán seguras (...) y habrá confianza. Reitero también que se respetará la autonomía del Banco de México” (y en la praxis, lo contrario).
La llegada de la presidenta Claudia a la primera magistratura, aparte del cambio de fecha para la posesión, no significo más que precisamente ese detalle manifiesto.
En la ceremonia cita a las 11:00 a.m. del 1 de octubre pasado: acudió el expresidente con antelación, a efecto de recibir el homenaje de su bancada y lo hizo de manera apoteótica, como era su gusto y en un estilo que aprendió cuando fue prista, pero la llegada de la Presidenta fue tardía, enviándose el primer mensaje sobre quién manda en este país.
Si bien es cierto que desde hace tres años la Dra. Sheinbaum venía anunciando que seguiría el camino del “segundo piso” de la transformación, muchos mexicanos esperaban, aunque no un deslinde total, al menos un discurso que reflejara su propio ideario, con iniciativas y propósitos propios. En cambio, el acto se convirtió en una extensión más de las clásicas “mañaneras” del Peje, bajo su constante supervisión y observación de los hechos.
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Los grandes temas del país, a saber: combate a la pobreza, desarrollo gradual, justicia social, educación enfocada, infraestructura, seguridad pública y calidad de vida, se vieron opacados entre las loas y las repeticiones de un ideario ajeno, que ni siquiera es de Obrador, sino de Juárez, Cárdenas y Madero.
La frase fue lapidaria: “Por ello, para bien de México, de todas y todos, vamos a continuar con el Humanismo Mexicano, con la Cuarta Transformación”.
Murakami, tenía razón entonces: “Sea lo que sea lo que estés buscando, no llegará en la forma que esperas”. ¡Válgame!