Coahuila: Electromovilidad, no basta con sólo desearla

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Transitar hacia un modelo de unidades eléctricas, en los sistemas de transporte, parece deseable a simple vista, pero implica retos iniciales que deben considerarse
La reducción de costos que, en términos de consumo de combustible y procesos de mantenimiento, implica la sustitución de las unidades de transporte, actualmente impulsadas por motores de combustión interna, por vehículos eléctricos suena, a primera vista, como razón suficiente para que el proceso de transición hacia la electromovilidad se acelere.
O, si prefiere verse el tema desde otra perspectiva, la evidente disminución de costos que implica moverse hacia un modelo de unidades eléctricas pareciera volver irrazonable que esto no haya ocurrido ya.
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En especial, el señalamiento es válido en el caso de los sistemas de transporte, tanto en el caso del transporte público como en el de personal, pues el número de kilómetros que las unidades recorren diariamente vuelve mucho más racional, en términos económicos, su sustitución.
El problema es que la solución no es tan sencilla como parece, pues no se trata simplemente de cambiar unas unidades por otras a partir de un análisis financiero que, en primera instancia, parece irrebatible.
Y es que antes de proceder a la migración de modelo es preciso tener en cuenta al menos dos elementos que convierten a la empresa en una que no es posible realizar de forma automática ni con rapidez: la inversión inicial que el proceso supone y la infraestructura requerida para operar con unidades eléctricas el sistema de transporte público y de personal.
En el primero de los casos el asunto es complejo, pues aun cuando pueda justificarse financieramente que las unidades “se pagan solas” debido al ahorro que se tiene, de inmediato y en forma continua, en combustible y mantenimiento, se requiere de todas formas una inversión inicial que no es pequeña, pues los vehículos eléctricos aún son, hoy, sensiblemente más caros que sus contrapartes de combustión interna.
En el segundo caso, estamos hablando quizá de un problema aún mayor, pues la infraestructura de recarga para unidades de transporte de pasajeros no se resuelve simplemente instalando los “enchufes” que requerirían, en el caso de Saltillo, las alrededor de 5 mil 500 unidades que diariamente transportan personas de manera masiva.
Además de ello se requiere generar la electricidad con la cual se recargarían las baterías de los autobuses, algo para lo cual es necesario crear nueva infraestructura que hoy no existe.
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Tener claro lo anterior y hacerse cargo de tales elementos no tiene el propósito de documentar el pesimismo o de plantear que la migración hacia la electromovilidad, en el caso del esquema de transporte de personas, es de imposible realización.
La idea es que, al discutir el tema, el debate se realice con seriedad y haciéndose cargo de los retos que impone tal migración, a fin de comenzar a construir una ruta que permita la transición en el menor tiempo posible y sacándole al proceso el mayor provecho.